Suerte de pinos 7 puntos
Argentina/España, 2025
Dirección y guion: Lorena Muñoz
Fotografía: Iván Gierasinchuck
Duración: 92 minutos
Intérpretes: Lorena Muñoz.
Disponible exclusivamente los sábados a las 19 en Cinearte Cacodelphia, Diagonal Norte 1150.
La filmografía de Lorena Muñoz parece haber ido tomando forma a partir de dípticos espontáneos. Sus primeras películas abordaban desde el documental las figuras de dos artistas de renombre (la actriz Ada Falcón en Yo no sé qué me han hecho tus ojos, codirigido en 2003 con Sergio Wolf; y el muralista David Alfaro Siqueiros en Los próximos pasados, estrenado tres años después). Por su parte, con la tercera y la cuarta saltó a la ficción para recrear las vidas de dos músicos muy populares: la cantante tropical Gilda (2016) y el cuartetero Rodrigo (El potro, 2018).
Su quinto largo fue María Soledad: El fin del silencio (2024), un exponente del true crime en el que intenta desenredar la sórdida madeja con la que el poder trató de ocultar un femicidio que conmovió al país entero, en los (no tan) felices ‘90. Su último trabajo es Suerte de pinos, una obra que viene a confirmar esa necesidad de Muñoz de hacer dialogar entre sí a sus películas. Se trata de un documental que marca una vuelta al true crime para abordar un doble femicidio ocurrido hace setenta años en Salduero, un pueblito rural en el corazón de Castilla, España. A diferencia de sus películas anteriores, en Suerte de pinos el vínculo de la directora con la historia que decidió contar es íntimo y personal. Es que las dos víctimas de aquel crimen no son otras que su bisabuela Antonia y su tíabuela Aurora, asesinadas a escopetazos en la plaza de Salduero por el marido de la última.
En una de las primeras escenas, Muñoz habla por teléfono con un viejo poblador de Salduero, para preguntarle si recuerda qué comentaba la gente de ese crimen, setenta años atrás. “¡Pero qué comentar, si todo el mundo se callaba la boca, hombre!”, dice la voz en el teléfono. “¿Tú no sabes lo que son los pueblos, verdad?” pregunta a continuación y, ante la negativa, se responde a sí mismo: “Pues, ya te vas a enterar poco a poco”. Un presagio de lo que la directora vivirá en el intento de saber qué les ocurrió a las mujeres de su familia. Suerte de pinos es eso: el retrato kafkiano de un pueblo que parece una burbuja medieval en la España del siglo XXI, donde el pacto de silencio para preservar el “honor” del asesino y sus familiares vivos es más fuerte que la verdad. Una versión a la inversa y retorcida de Fuenteovejuna, cuatro siglos después.
Muñoz maneja con habilidad y astucia los recursos del documental sobre crímenes y criminales, consiguiendo meter al espectador en un laberinto en espiral hecho de tiempo y silencio. Un intento por hacer que el cine haga justicia ahí donde la humanidad fracasa. A tal punto es exitosa la propuesta, que Suerte de pinos puede ser vista casi como una tesis acerca de la estrecha relación que suele unir al infierno con los pueblos chicos. Los acuerdos tácitos, las medias verdades expresadas sotto voce, las miradas inquisidoras ocultas tras las cortinas de cada ventana, la aspereza con la que los locales reciben a los extraños que llegan haciendo preguntas sobre asuntos que nadie quiere volver a recordar.
En ese sentido, Suerte de pinos comparte no pocos elementos con el folk horror, ese subgénero del cine de terror que fuerza el choque entre el mundo moderno y las tradiciones anacrónicas, para hacer que el miedo surja de los chispazos que produce esa fricción. Hasta se podría pensar que el rol que Muñoz reserva para sí misma no es muy distinto, por ejemplo, del que ocupa aquel policía que llega a una isla en el norte de Escocia para investigar la desaparición de una joven en El culto siniestro (Robin Hardy, 1973), pero que acaba convertido en el cordero del sacrificio. Un lugar en el que el peligro va aumentando a medida que los protagonistas se acercan a la verdad.