En la actualidad son seis las provincias que regularon el uso de celulares en las escuelas. Sin embargo, la discusión en torno a la prohibición de estos dispositivos en las aulas esconde una serie de problemas vinculados a la relación entre educación y nuevas tecnologías: las desigualdades en el acceso y en los usos, la desinversión en recursos para las escuelas, el modo de socialización de los y las adolescentes, y la falta de problematización sobre lo que se conoce como “ciudadanía digital”, entre muchos otros. Docentes y especialistas de distintas disciplinas conversaron con Página/12 y dieron sus miradas sobre estos aspectos.

La Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, Salta, Mendoza, Catamarca y Neuquén cuentan con normativas para regular el uso de los celulares en las aulas. A grandes rasgos, estas regulaciones establecen la prohibición en escuelas primarias y secundarias, con la excepción de usos puntuales con fines pedagógicos. Por otro lado, se trata de marcos generales que deben ser interpretados y puestos en marcha por cada institución: los directivos y docentes se encargan de pensar la aplicación y el modo de materializar las prohibiciones.

Los argumentos esgrimidos para fundamentar estas normativas se dividen en cuatro ejes: en primer lugar, afirman que el celular es un distractor muy potente; en segundo lugar, que esa distracción provoca un empeoramiento en el rendimiento de alumnos y alumnas; en tercer lugar, aparece la preocupación por el ciberbullying, con la premisa de que reducir el uso de celulares protege a los chicos; y, finalmente, se argumenta que los celulares atentan contra los vínculos cara a cara.

Quienes están en contra de la prohibición afirman que la escuela es un espacio fundamental para enseñar el uso apropiado, reflexivo y crítico de la tecnología, que la prohibición profundiza las desigualdades en relación al uso de dispositivos tecnológicos. Muchos de estos argumentos son abordados desde lo que se conoce como “ciudadanía digital”, noción que la doctora en Comunicación y consultora de Ciudadanía Digital de la Unesco Roxana Morduchowicz define como la formación de “ciudadanos capaces de aprender cómo funciona el mundo digital, que sepan aprovechar no solo las oportunidades que genera el uso de Internet, sino también conocer sus riesgos. El objetivo es que aprendan a entender, identificar, analizar y, sobre todo, responder”.

Celulares diseñados para capturar la atención

Desde la vuelta a clase después de la pandemia, el tema del celular empezó a ser un problemón”, cuenta a Página/12 Silvina Pascucci, docente de la Escuela N°4 Nicolás Avellaneda de CABA. Pascucci fue la encargada de redactar el reglamento en un consejo de convivencia, en el marco de un debate del que participaron también los alumnos. “Muchos estuvieron de acuerdo, otros no, y sugirieron cambios, pero fue todo consensuado”, subraya la docente. Manuel Becerra –docente del Colegio N°2 Domingo F. Sarmiento– coincidió con Pascucci en que el problema se agravó durante la pandemia. “El ecosistema de las apps se fue poniendo cada vez más sofisticado y los smartphones se transformaron en un espacio que absorbe prácticamente toda nuestra actividad social”, destaca. De esta forma, para el docente es “muy difícil que los alumnos se concentren en el trabajo del aula si hay que competir contra esa enorme cantidad de estímulos”.

Los celulares están diseñados para capturar exógenamente nuestra atención”, apunta Andrea Goldin, que es investigadora del Conicet y trabaja en el Laboratorio de neurociencias de la Universidad Di Tella, especializada en educación. La atención exógena tiene que ver con los estímulos externos, mientras que la endógena se relaciona a los elementos sobre los que las personas quieren poner su atención. “No se trata de una idea conspiranoica: los celulares y las aplicaciones están hechas por personas que entienden cómo funciona la cognición y la atención”, explica. El desafío radica en “darle a los chicos material que sea interesante, estimulante y desafiante para que logremos captar su atención. Ese es el desafío de la educación”, sostiene Goldin.

Una de las propuestas de Pascucci y Becerra fue “volver a lo analógico”. Becerra retomó este año la práctica de “armar, a la vieja usanza, un cuadernillo de fotocopias con material: textos, fuentes, imágenes en blanco y negro”. “Vamos a usar este material y está estrictamente prohibido sacar el celular”, estableció en sus clases. Pascucci también plantea la idea de “volver al libro, al manual, al papel” y “sacar todo lo que tenga que ver con dispositivos electrónicos de las clases”. Sin embargo, ambos creen en la necesidad de incorporar otras tecnologías en las aulas como por ejemplo, pantallas frontales.

En tal sentido, una de las críticas a la prohibición de los celulares, es que la medida no se acompaña con propuestas pedagógicas y herramientas tecnológicas que sirvan para interpelar a los alumnos y alumnas. “El discurso de que no queremos celulares en las aulas porque son distractivos, muchas veces se traduce en la opinión pública bajo la forma de que en las escuelas estamos en contra de la tecnología, lo cual es categóricamente falso”, explica Becerra. En su experiencia, contar con una pantalla frontal en el aula resultó didáctico y consiguió mayor atención de los alumnos. Dicta la materia de historia y con esta herramienta puede exhibir videos, imágenes y mapas interactivos. 

Es una pantalla que controla el docente y permite que los chicos la miren en el ritmo que se propone en la clase. Eso es excelente, tendría que ser una política que todas las aulas tengan una pantalla frontal con conexión a internet”, afirma. Pascucci, en la misma línea, asegura que le gusta trabajar con imágenes y videos en una pantalla controlada por ella, pero que la falta de inversión en equipamiento hace que ese escenario sea lejano. “La reforma de la ‘Secundaria del Futuro’ en CABA está avanzada, pero en tercer año tendríamos que tener pantallas, y no es el caso. Incluso en las aulas que hay es un desastre porque funcionan mal”, cuenta la docente.

La desigualdad en el acceso a tecnologías la genera en la educación"

Lucila Didier es doctora en educación por la Universidad Nacional de San Luis y comenzó su investigación cuando era docente del programa de Escuelas ProA en Córdoba. En particular, a partir de advertir una realidad que se alejaba del sentido común respecto a la relación entre los jóvenes y la tecnología: sus alumnos y alumnas eran “nativos digitales” –personas que nacieron en entornos digitales–, pero mostraban pocas habilidades en el uso de celulares y computadoras. “Cuando empecé a hacer las entrevistas para la investigación, me di cuenta de que su acceso a estos dispositivos había sido bastante más tarde de lo que marca la media internacional, y a través de celulares viejos o en mal estado, con mala conexión a internet y pocos saberes sobre tecnología”, relata.

Esas entrevistas evidenciaron, en síntesis, que “la desigualdad en el acceso a tecnologías genera una desigualdad en la educación: en la oferta educativa, los contenidos y el modo de transitar la escuela”, explica Didier. “Hoy desconectarse es un privilegio, todo lo que hacemos está mediado por internet y la tecnología”, afirma la docente y doctora en educación. Didier está en contra de la prohibición de los dispositivos tecnológicos en las aulas: “los celulares son el dispositivo que la mayoría de los chicos tienen”. “No somos los profesores los que tenemos que encargarnos de este tema, sino que tiene que ser una política pública general, elaborada a través de debates amplios”, aclara y sostiene que “la escuela debe ser un lugar de aprendizaje para regular los usos de esos dispositivos”.

Morduchowicz plantea la misma perspectiva: “la escuela tiene por función fundamental preparar a los chicos para el mundo y ese mundo incluye la tecnología y el universo digital, que atraviesa toda nuestra vida. No podemos enseñarle a los chicos un uso crítico, reflexivo y ético de las tecnologías sin el celular en el aula”. La doctora en Comunicación afirma que “es muy fácil prohibir, pero es mucho más importante enseñar a pensar”.

En el caso de países como Argentina, Morduchowicz considera que esta perspectiva es aún más importante, dado que “el panorama social siempre es muy inequitativo y muy desigual”. “No podemos ignorar situaciones de inequidad o de fragmentación social que nos insten a prohibir el celular, cuando quizás ese sea el único dispositivo con el que cuentan los alumnos. Es necesario tenerlo en el aula para poder analizarlo, estudiarlo, investigarlo y, además, preparar a los alumnos para entenderlo”, explica.

Estas premisas se vinculan a la idea de “ciudadanía digital”. No se trata de una perspectiva que debe ser impulsada por los docentes de manera aislada, sino de una política de educación impulsada desde el Estado Nacional y las provincias. Para Morduchowicz, “todas las energías deben estar concentradas en incorporar la ciudadanía digital dentro del currículum escolar y, sobre todo, en la formación docente. Esto es necesario para comprender un mundo en el que la tecnología es omnipresente”.

Aún sin nombrar esta noción, Becerra manifestó una postura en sintonía con estos argumentos. Para el docente es clave que los alumnos “sepan cuál es el modelo de negocio de las grandes empresas tecnológicas; cómo el ecosistema digital transforma nuestras subjetividades y cuáles son las consecuencias económicas, políticas, sociales y culturales de ese proceso”. Es un problema que debe “entrar en la escuela” de manera urgente dentro de la formación de ética ciudadana, pero hasta el momento Becerra no encontró materiales didácticos destinados a estudiantes de secundaria sobre el tema. Además, para el docente esto forma parte de un universo de problemas que afectan mayormente a los jóvenes: “hace falta una mirada integral porque se vincula a la ludopatía que estamos viendo con las apuestas online, la adicción a la tecnología, los riesgos de la seguridad online. Es todo parte de un mismo sistema”.

Para Didier, en un contexto en el que las instituciones sociales son cada vez menos, la escuela preserva la ventaja de alojar durante muchas horas a los jóvenes. De esta manera, considera que es necesario “crear espacios para reflexionar, junto con los docentes y las familias, sobre qué nos sucede a todos con la tecnología. Es algo que atraviesa a la sociedad en conjunto y en algunos aspectos los jóvenes saben manejarlo mejor que los adultos”, apunta.