Gente corriendo nerviosa por la ciudad que nunca duerme. Todo un subgénero al que Black Rabbit (reciente estreno de Netflix) se suma con honores. Hay un hilo invisible que une el frenesí filial, monetario y urbano de esta miniserie con obras como Antes de que el diablo sepa que estás muerto (Sidney Lumet; 2007), Uncut Gems (Ben y Josh Safdie; 2019) y Calles peligrosas (Martin Scorsese; 1973). Los protagonistas aquí son los hermanos Friedken, Jake (Jude Law) y Vince (Jason Bateman de Ozark), quienes llevan dos existencias radicalmente opuestas. Al menos en cuanto a imagen, el primero es el muy hipster y sofisticado dueño del restaurante/bar/discoteque que le da nombre a la entrega, mientras que el otro, harapiento e impredecible, necesita ayuda urgente por un negocio que salió mal. Muy mal. 

La creación de Zach Baylin y Kate Susman explora el dislate familiar de los Friedken –obviamente hay dramas que no se saldaron-, pero principalmente ahonda en el raid de ambos, que tienen a la mafia tras sus talones. "Black Rabbit es el lugar donde la noche se vuelve impredecible", suelta Jake y su frase se volverá una sentencia para lo que se verá en los ocho episodios. Hay una deuda de muchos ceros, nervio neoyorquino y un problema –o personajes que son eso- en cada esquina de Manhattan. Bateman también ficha como productor y director de los dos primeros episodios. ¿Quién se encarga de la realización en el tercero y el cuarto? Otro nombre asociado a Ozark. Nada más y nada menos que Laura Linney, quien encarnó a la esposa del financista en aquel oscurísimo y frenético drama criminal. ¿Y si los Friedken le piden una ayudita a los Byrde?