El Reloj del Apocalipsis marca 89 segundos para la medianoche –no un llamado a la acción, sino espejo de una civilización que ha convertido su propia destrucción en espectáculo.
Vivimos en la era de la distopía como mercancía: guerras reducidas a infografías, colapsos ecológicos empaquetados como contenido viral, extinciones convertidas en narrativas de entretenimiento. Frente a este imaginario agotado, El cielo cayendo propone no sumar nuevas imágenes al catálogo del desastre, sino desmontar las existentes hasta encontrar en sus entrañas los códigos para reescribir el futuro.
La instalación opera como un sistema digestivo para imágenes tóxicas. Un ojo-cámara que metaboliza activamente la violencia del mundo —guerras, catástrofes climáticas, crisis migratorias— transformándola en una proyección distorsionada: datos digitales corruptos y emulsión fotográfica deteriorada documentando el colapso desde dentro, como huellas de una memoria técnica enferma que tanto registra como reproduce su propia destrucción.
Estos no son meros efectos estéticos, sino síntomas de un proceso crítico: la descomposición controlada de las narrativas visuales que nos han enseñado a ver el colapso como algo inevitable, unívoco y ajeno. Los paisajes que recorren las piezas: desiertos posindustriales, bosques calcinados, tundras congeladas no son escenarios del fin sino ecuaciones visuales donde cada fotograma contiene simultáneamente la herida y su posible cicatrización.
El movimiento es siempre circular, hipnótico, una órbita constante que rechaza la linealidad del pensamiento apocalíptico tradicional. La cámara gira sobre estos paisajes como un satélite enfermo, revelando cómo lo macro (geopolítica, sistemas económicos) y lo micro (células, píxeles, vibraciones moleculares) son variables interconectadas de un mismo sistema-organismo en crisis. Esta rotación no es recurso formal, sino epistemológico: un método para desestabilizar nuestra percepción entrenada del desastre y forzarnos a ver entre los fotogramas y fuera del cuadro.
El sonido opera como arqueología inversa del futuro: Philip Miller excava en las capas geológicas de lo audible para desenterrar melodías aún no compuestas, mensajes de crisis que llegan antes de ser enunciados. Esta banda sonora del porvenir se transmite en frecuencia modulada por un aparato dañado, con interferencias que son heridas abiertas en el tejido de lo real. Las notificaciones apocalípticas en relojes inteligentes –nuestros nuevos papiros egipcios– no advierten, sino que performan el desastre en tiempo real, convirtiendo cada vibración en un acto fallido de profecía. La instalación no ofrece respuestas, sino un método de disección: usar las herramientas del colapso (sus imágenes, sus sonidos, sus imaginarios distorsionados) para abrir ventanas a lo impensado. Lo crucial no es lo que muestran estas piezas, sino lo que ocultan en sus intersticios: esos momentos donde el ojo se cierra, la señal se corta y en el silencio blanco del ruido puede escucharse el crujido de estructuras viejas derrumbándose para dejar espacio a configuraciones aún innombrables.
Aquí lo apocalíptico ya no es evento por venir, sino condición permanente que habitamos: un clima más que un cataclismo. La tarea, en definitiva, no es representar el fin, sino aprender a respirar en su atmósfera enrarecida, encontrar en sus partículas tóxicas los elementos para construir nuevas mitologías visuales. El cielo cayendo es menos una exposición que un sintetizador de futuros posibles, una máquina que no predice, sino que fabrica imaginarios alternos a partir de los residuos radiactivos de nuestro presente.
* Texto escrito especialmente para la exposición “El cielo cayendo”, de Sebastián Díaz Morales, con diseño y composición de sonido de Philip Miller y curaduría de Jorge La Ferla, que se presenta en Arthaus, Bartolomé Mitre 434; de martes a domingo, de 13 a 20 hs, hasta el 16 de noviembre.
Lecturas del mundo en trance
Por Jorge La Ferla *
El cielo cayendo nos expone a recorridos de Sebastián Díaz Morales a través de las artes audiovisuales en los que nos ofrece lecturas sobre un mundo en trance. Una obra de tres décadas cuyo origen relaciono con sus escenas de formación, es decir: la Universidad del Cine en Buenos Aires, la Rijksacademie en Ámsterdam, Le Fresnoy - Studio National des Arts Contemporains en Tourcoing, Francia. Estos lugares de instrucción coincidieron con el inicio del uso civil de internet y la paulatina informatización del audiovisual. Es la secuencia de una educación que fue del cine al video, a las nuevas tecnologías, a la práctica de la instalación, que fui acompañando en varias ocasiones. Sebastián Díaz Morales, a lo largo de las últimas tres décadas, viene combinando el corto con el largometraje, la ficción con el documental, el soporte analógico con el digital, para una producción multimedia exhibida en la pantalla blanca de una sala oscura, agenciada en el espacio del arte contemporáneo, trayectos de una serie en la que El cielo cayendo marca un punto de inflexión. La cláusula del viaje, de la Patagonia a Indonesia, de México a Sudáfrica, entre otros, es una de las líneas de fuerza de una obra que viene construyendo paisajes electrónicos a partir del registro de lugares y personas a través de los continentes. Escenas con cuerpos performáticos en locaciones reales, las cuales son leídas por la cámara de video y que fueron componiendo una narrativa del mundo y de su gente.
Estas instancias de diálogo con lo documental han variado para este conjunto de nuevas piezas que se presentan en Arthaus. “Bosque quemado” es la única pieza que proviene de un registro en exteriores. Es la secuencia en plano abierto, desde la altura, de un personaje y su sombra atravesando un bosque calcinado en medio de una planicie nevada. La otra serie de obras que conforman la muestra se origina en capturas de video en estudio. Se trata de registros que relevan incluso la edición y que eluden la categoría de material bruto de cámara. Este encuadre sobre el arte contemporáneo se despliega sobre maquetas cuyos detalles son revelados por el acercamiento de la lente y por el lento movimiento de la cámara. Un arte de la captura, donde vestigios de objetos y cuerpos devienen un efecto de tiempo y espacio que enrarece el juego con lo real.
* Curador de la exposición “El cielo cayendo”, de Sebastián Díaz Morales. Fragmento del texto escrito para la muestra.