La actriz, directora y dramaturga Ivana Zacharski nació en Apóstoles, Misiones. Un lugar de ríos, siestas y montes que se convirtió en material fértil para crear La Estela, un unipersonal de dramaturgia compartida junto a la actriz y bailarina Casandra Velázquez. La pieza, que Zacharski dirige y Velázquez interpreta, se encuentra atravesada por la poesía, la memoria y una pregunta abierta: ¿se puede amar en la intemperie?

La historia se centra en Estela, una niña del barrio obrero donde creció Zacharski, cuya vida real, marcada por la prostitución infantil, dejó una huella profunda en la autora. “Desde entonces supe que ser mujer iba a implicar abrirme camino en un sistema hostil y cruel. En los pueblos es peor porque no se habla, porque las familias son instituciones sumamente cerradas y porque la presencia de la iglesia evangeliza el miedo”, asegura Zacharski.

En escena, Casandra encarna varios personajes de ese perturbador pueblo a orillas del Arroyo Chimiray. “En la intemperie afectiva de lo familiar, y atravesada por abusos y abandonos, Estela va tomando decisiones, haciéndose una vida desde los escombros. No se victimiza, obra machete en mano. Al llegar a la adolescencia, empieza a sentir fascinación por una adolescente de su barrio que abre la posibilidad de un futuro sin fronteras. Hacia ahí escapan”, describe la directora.

La obra combina narración, danza y una corporalidad que se vuelve memoria. No hay artificio: sólo los rastros de una infancia que se reinventa, que cuestiona qué significa crecer, amar y sobrevivir. “No es una obra que baje línea, pero el efecto perturbador e inquietante sucede igual”, agrega Zacharski.

-¿Cómo llegaste a querer contar la historia de Estela?

-En los ensayos empezamos trabajando a partir de un cuento de Clarice Lispector, pero en ese proceso aparecieron unos relatos míos que había escrito años atrás. En dos de esos cuentos aparecía Estela como personaje. Me di cuenta de que había algo inevitable, que el material hablaba por sí mismo y cobraba mucha fuerza. Hoy veo que claramente había un gesto de querer hablar de eso y mostrarlo, seguramente ligado al impacto que me produjo en la infancia haber conocido a esa niña cuya vida estuvo marcada por la prostitución. Esos relatos, que en principio estaban escritos para ser leídos, en los ensayos se transformaron en material teatral. No es una obra que baje línea, es bastante ambigua, pero el efecto perturbador e inquietante sucede igual.

-¿Por qué contar la historia desde la mirada de una niña?

-Eso apareció en los relatos. Siento que hay una fuerza muy potente ahí, poco tomada en el teatro. En el mundo de la niñez hay una matriz formadora de sensibilidad que me parece un tesoro.

¿Cómo fue trabajar con Casandra Velázquez en la dramaturgia y la actuación?

-Con Casandra nos conocemos hace muchos años. Yo tenía ganas de dirigir un unipersonal después de las investigaciones que venía haciendo en talleres y seminarios. La llamé, nos juntamos a leer una versión que había escrito a partir de Lispector, y ella, que viene de la danza y la performance, entró al material desde lo físico. Hicimos un tiempo de experimentación y después apareció la idea de que el personaje se contaba cuentos para poder dormir. Ahí sumé textos míos que estaban en corrección. La dramaturgia es compartida: yo escribí, pero Casandra hizo una dramaturgia desde la actuación. Además, Casandra también es bailarina. Entonces ella se para en el espacio y ya sucede algo con respecto a la danza. Aunque no haga un gran despliegue físico, hay una precisión en su presencia que remite al cuerpo como materia danzante.

-El río y el agua aparecen como símbolos centrales. ¿Qué representan para vos?

-En los primeros ensayos apareció la temporalidad del agua y eso me llevó al río Uruguay, donde pasé muchísimo tiempo de mi infancia oscura y brillante. La memoria del cuerpo me fascina: el cuerpo recuerda todo, es un archivo infinito. La "estela" también alude al dibujo efímero que queda en el río cuando pasa un bote.

-¿Qué significa hacer teatro independiente en este contexto?

-Es abrumador dirigir una producción independiente. No sería posible sin amigos artistas que colaboran y bancan meses sin cobrar. Los subsidios están recortados y retrasados. Hacer teatro independiente hoy es estar en lucha contra un gobierno neoliberal y fascista que nos quiere hacer desaparecer. Y aun así seguimos, porque es un salto de fe: imaginar un futuro y apostar por él.

La Estela puede verse este sábado a las 18 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960.