El expresidente estadounidense Donald Trump aseguró esta semana, desde la Asamblea General de Naciones Unidas, que durante su mandato había puesto fin a siete guerras “interminables”, entre ellas la de la República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda. Según afirmó, esas disputas se habrían cerrado gracias a negociaciones directas con líderes de distintos países, en contraposición a una ONU que, a su juicio, “se limita a escribir cartas con palabras vacías”.
Sin embargo, la realidad en el terreno dista mucho de la narrativa triunfalista de Trump. En el este congoleño, el grupo rebelde Movimiento 23 de Marzo (M23), apoyado por Ruanda según denuncias de Kinshasa y múltiples informes internacionales, mantiene bajo control territorios clave como Goma y Bukavu a pesar del acuerdo firmado en la Casa Blanca en junio pasado. La violencia ha dejado miles de muertos y desplazados, en un conflicto que atraviesa ya más de tres décadas y que sigue alimentado por la disputa por minerales estratégicos como el coltán y el cobalto, esenciales para la industria tecnológica global.
Las voces desde Kinshasa
El presidente congoleño Félix Tshisekedi acusó esta semana a Ruanda de “fingir un retiro de tropas” cuando, en realidad, continúan operando en suelo congoleño en apoyo al M23. “Nosotros estamos listos para la paz, pero Kigali busca ganar tiempo para que la crisis se agrave”, declaró en Nueva York, al margen de la Asamblea de la ONU.
En paralelo, el ministro de Derechos Humanos de RDC, Samuel Mbemba, pidió en Ginebra que los ataques contra la población civil sean reconocidos como genocidio. También denunció masacres recientes como la de Rutshuru, en Kivu del Norte, con casi 300 víctimas en julio. “El mundo debe romper el silencio”, exigió.
Estas posiciones contrastan con la retórica de trumpista, que reivindica ser responsable de un acuerdo histórico entre Kigali y Kinshasa. Tal documento contemplaba cese de hostilidades, desarme e integración condicional de grupos armados; sin embargo, la implementación se ha visto interrumpida por la persistencia de enfrentamientos.
El trasfondo de un conflicto prolongado
Desde mediados de los años noventa, el este congoleño ha sido escenario de múltiples guerras alimentadas por la injerencia de países vecinos, el accionar de milicias armadas y la disputa por el control de recursos naturales de altísimo valor en el mercado global. La firma de acuerdos sucesivos –en Washington, en Doha, en Addis Abeba– muestra tanto los esfuerzos diplomáticos como la dificultad para transformar esos papeles en paz efectiva.
La Misión de Estabilización de la ONU en RDC (Monusco) hizo poco por frenar la violencia y enfrenta el rechazo de sectores de la población que la acusan de proteger intereses externos antes que la seguridad civil.
París, próxima escala
En este escenario, Francia anunció que próximamente se organizará en París una conferencia de emergencia para abordar la situación humanitaria en Kivu y coordinar iniciativas de paz. “Debemos devolver la esperanza al pueblo desplazado”, afirmó el presidente Emmanuel Macron en la ONU, al tiempo que respaldó los procesos de mediación impulsados por la Unión Africana, Catar y Estados Unidos.
La cita pretende reunir a actores internacionales y regionales frente a una crisis que, pese a los discursos de victoria, sigue abierta. En el Congo, donde millones de personas han vivido el conflicto como una herida constante, la paz aún no es una realidad consolidada.
*Politóloga UBA.