“Si yo tengo algo bueno para darte, puedo desvirgarte como nadie en el mundo. A mí hablame de cómo te sentís y te entiendo, pero si me hablás de derechos no te escucho porque no creo en las leyes de los hombres, sí, en las de la naturaleza”… “Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente”... “Es una aberración de la ley que, si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiere tener sexo, vos no te la puedas coger”, palabras de Gustavo Cordera frente a jóvenes estudiantes de comunicación, el 8 de octubre de 2016.
Fue hace nueve años, Cordera tenía 55 (hoy 64). Pero los años no lo volvieron más sabio y menos misógino. Ahora, que entra en la adultez mayor, regresa a las pantallas que le brindan otros hombres sin cuestionarle nada. El músico, que tiempo atrás desplegó su apología violatoria y pedofílica, todavía rechaza responsabilidades y, ante Pedro Rosemblat, le echa la culpa a la sociedad por su cancelación (que no fue tal, pues compuso discos y cantó como solista en sus años de autoexilio uruguayo). Dice que sufrió la persecución más grande de la humanidad, ni una palabra sobre el verdadero motivo.
En su agresivo discurso -que por ahora no repudia- se sobreestima como benefactor de mujeres que “necesitan ser violadas”. Cuánta insensibilidad alojará in pectore como para ponerse en víctima arrogante. Pero está de promoción. Ensayó unas disculpas frente a Mario Pergolini, tan flojas que resonaron no creíbles. Se olía complicidad.
La culpa, en 2016, era la calentura de las mujeres. Ahora dice que fue un complot contra él. (¿Contra un señor mayor que simplemente “consolaba” mujeres por la fuerza y sin medir las consecuencias?). Su apología de un delito -que puede estropear vidas para siempre- no disminuye el valor artístico del músico, pero salpica su imagen.
Cordera parecía sentirse interpelado ante una vagina que imagina caliente. Era una especie de salvador ginecológico. Él, cual Superman de las penetraciones, se sentía obligado a aliviarlas con su pene maravilloso y difundirlo (¿o promocionarlo?) naturalizando el delito.
No dejó sentada claramente su posición actual y declara haber dicho lo que dijo en un momento desafortunado. Reprueba el momento, no sus dichos. A confesión de parte relevo de pruebas. Pero hay pruebas. El 12 de mayo de 2016, en La Trastienda, le dedicó una canción a una niña de 15 años que le había “dado una propina”. Dijo que a pesar de ser viejo se emocionaba con este recuerdo.
“Con vos juego esta noche / juego a la bomba loca / y te enciendo tocando y bailando / me brotás de amor // No sé quién anda dentro de mí / sin darme cuenta de pronto me fui // Bamboléame el corazón / que se está por enfriar / acercate haremos un poco de amor // haremos un cóctel los dos / con tu vientre haremos un cóctel.”
La violación y la pedofilia son gentilezas casi medicinales para este varón. Hoy se queja porque la sociedad le dio la espalda. Se siente solo. ¿Y la soledad de la mujer violada?, ¿o de la adolescente que quedó embarazada? El consentimiento de una menor no existe como tal, a una menor hay que cuidarla y ponerle límites, no pedirle que te bambolee para no enfriarte.
El caso Cordera recuerda demasiado al “Mirá como me ponés” de Juan Darthés. ¡Tipos grandes acusando a niñas y jóvenes de las que abusaron (real o simbólicamente)! Pero ni Rosemblat ni Pergolini -que entrevistaron a Cordera cuando regresó a la Argentina- le preguntaron sobre sus declaraciones promoviendo la violación, incluso de niñas. Fueron indiferentes al peligro que significa que un líder de música popular estimule el abuso y la agresión. Tampoco le preguntaron si sigue pensando igual o si él violó. Parecían Joni Viale con Milei en la Casa de Gobierno.
Ahora bien, ¿por qué se lo critica a Rosemblat más que a Pergolini? En primer lugar, porque el perfil de Pergolini nunca fue el de alguien preocupado por la justicia social. En realidad, no hay por qué esperar una crítica profunda de este señor de la farándula. En cambio, Pedro no oculta su preferencia política progresista y se formó desde jovencito en las luchas por la equidad. No obstante, fue obsecuente con un misógino que difundió violencia de género.
En segundo lugar, porque Cordera tuvo dos discursos diferentes en ambos reportajes. En el primero se puso en víctima y culpabilizó a la opinión pública de su desgracia. Pero en los cinco días que transcurrieron entre ambas entrevistas, cambió su discurso: pidió disculpas y dijo (muy tibiamente) que se equivocó.
Había estado mucho peor ante Pedro, pero Pedro calló. Su fanatismo le jugó una mala pasada, dijo el periodista, que habla lúcido y bien informado con políticos y personalidades; pero frente a un machista rockero enmudeció. Reveló así su propio -e inesperado- machismo. No es necesario ser mujer, ni siquiera hay que apelar al feminismo para deschavar a un violento que incita a lastimar niñas.
Pedro es un profesional que luce sólido, ¿por qué no le pidió a una compañera que lo asistiera en ese reportaje? Hay mujeres muy sagaces en su equipo, es incomprensible la machirulada que se mandó. Incluso con su grupo de trabajo, porque pidió opinión para hacer ese reportaje y, aunque las compañeras se negaron, lo hizo igual y, como gatito mimoso, naturalizó la violencia. Pero se excusó. Parece que no puede empatizar con las víctimas porque no siente desde un cuerpo de mujer. (¿Qué?)
Muchas personas de todos los sexos comprendemos la crueldad de la dictadura, aunque no hayamos sentido la tortura en carne propia. Respetar los cuerpos de otras personas (en este caso niñas y mujeres) es también justicia social. Al genocida y al violento lo repudiamos no solo desde la sensibilidad, también desde la racionalidad. La sensibilidad otorga atracción o rechazo; siente. La razón otorga sentido; comprende, empatiza.
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“A nadie se le niega una entrevista”, dice Rosemblat en su descargo. Sin embargo, yo no la logré. Y, según dicen los noteros, es imposible dar con él. El viejo rockero y el joven conductor confluyeron. El pacto patriarcal fue más fuerte que las obvias divergencias. No estoy de acuerdo con la cultura de la cancelación, pero menos con festejar a un violento negador. La libertad de expresión tiene límites: la violencia, el agravio, lo inmoral. Y, así como el Presidente no debería apelar a la libertad de expresión para humillar a un menor autista, un conductor mediático no debería utilizar su espacio de poder para festejar acríticamente a un misógino. Cordera no se mostró arrepentido en Gelatina, como intentó hacerlo -sin convencer- en lo de Pergolini. Dejó así un espacio vacío que Pedro no ocupó. No es necesario habitar un cuerpo de mujer para empatizar con víctimas de violación. La actitud de Pedro decepciona.