La gran ambición 7 puntos 

Berlinguer: La grande ambizione, Italia, 2024 

Dirección: Andrea Segre 

Guion: Marco Pettenello y Andrea Segre 

Fotografía: Benoit Dervaux 

Duración: 123 minutos 

Intérpretes: Elio Germano, Stefano Abbati, Paolo Pierobon, Roberto Citran, Elena Radonicich, Francesco Acquaroli. 

Disponible exclusivamente en salas.

Es usual calificar a determinados acontecimientos como “hechos que cambiaron la historia”, más allá del evidente sentido contrafáctico de la frase. A pesar de su importancia, estos sucesos no siempre quedan grabados en las páginas centrales de los libros, sino que a veces se van perdiendo entre la hojarasca del tiempo, en un olvido progresivo que nunca es casual. El secuestro y asesinato del dos veces primer ministro italiano Aldo Moro en 1978 es uno de ellos. Y también es uno de los extremos narrativos del relato que el cineasta italiano Andrea Segre pone en escena en La gran ambición, su última película.

En términos estrictos, La gran ambición es una biopic del político Enrico Berlinguer (pronunciado Berlingüer, a la italiana), líder del poderoso Partido Comunista Italiano (PCI) desde 1972 y hasta su muerte, ocurrida doce años más tarde. Pero la película se limita a un período específico de solo cinco años, enmarcado entre dos hechos trágicos: el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende en Chile como punto de partida y el asesinato de Moro como corolario. A partir de ellos, Segre no solo acota el relato a un lapso de tiempo muy específico, sino que también alude a un momento histórico con características muy claras tanto en lo político como en lo geopolítico.

La película reconstruye con rigor el esfuerzo de Berlinguer para darle forma a una versión democrática del comunismo, apartándose de la égida soviética que la URSS, potencia líder del bloque oriental, imponía como única opción. La iniciativa contó con movimientos análogos en otros países europeos como Francia o España, dando lugar a lo que se conoció como eurocomunismo. Bajo el liderazgo de Berlinguer, el PCI se instala como primera minoría parlamentaria en las elecciones del ‘76, comenzando a negociar con la Democracia Cristiana, partido de Moro y del entonces primer ministro Giulio Andreotti, un gobierno de coalición que incomodaba tanto a los soviéticos como a Estados Unidos.

La gran ambición realiza un buen aporte al retratar no solo al Berlinguer público, sino que humaniza su figura a partir de indagar en el lugar que ocupaba en sus espacios de intimidad, tanto en lo personal como en lo político. En este último punto resulta significativa la idea de reconstruir sus encuentros privados con figuras como el líder soviético Leonid Brézhnev o el propio Moro, que marcaron puntos de inflexión en la história de aquel mundo. Pero también el rol que ocupaba como esposo y padre de cuatro hijos, utilizando el seno familiar como un teritorio útil desde lo cinematográfico. No solo para completar el retrato personal sino para dramatizar cuestiones como el vínculo con las juventudes políticas a partir de una puesta en escena menos forzada.

Los registros documentales de la época juegan un lugar destacado dentro de la narración, ocupando más o menos un 30% de la película. Segre se sirve de ellos hábilmente, aprovechándolos no solo para contextualizar y reponer aquello que resulta muy difícil de reconstruir desde el diseño de producción. También funcionan como una referencia estética, un material de base que sin dudas fue usado para plantear y diagramar los tratamientos que la película propone desde la fotografía o el diseño de arte. En especial en el primer caso, en el que los registros originales y los de la ficción por momentos se vuelven indistinguibles, merced la labor notable del belga Benoit Dervaux.

En efecto, la película retrata un instante en el que la historia pudo haber sido muy distinta. Después mataron a Moro el mismo año en el que murió repentinamente el papa Juan Pablo I, antecedente directo del papado de Francisco. Sin esos hechos, el triángulo de hierro que formaron Reagan, Tatcher y Juan Pablo II nunca se hubiera consolidado. La gran ambición es un lamento por ese mundo que no fue.