6 - EL RETRATO DE MI PADRE

(Uruguay, 2022)

Dirección y guion: Juan Ignacio Fernández Hoppe

Duración: 99 minutos

Se exhibe los viernes a las 19 en el Cine Arte Cacodelphia

“Mejor hablar mal que no hablar”, dice, con tono de interpelación, el realizador uruguayo Juan Ignacio Fernández Hoppe durante un diálogo con mucho de confesional con su madre Alicia. La línea, es cierto, es atribuible a 99 de cada 100 documentales sobre secretos familiares, pues todos ellos, más allá de que parezcan personales, parten de una fórmula de drama íntimo generado por el vacío alrededor de una figura ausente que buscará ser llenado a fuerza de datos.

Pero en El retrato de mi padre los datos escasean. Y son dudosos: los hechos comprobados en la investigación policial –cuyo rastro se perdió en la infinita burocracia estatal–, y que la familia repite como mantra, no van mucho más allá de asegurar que el cadáver del padre del realizador fue encontrado cuando él tenía apenas 8 años en una playa uruguaya donde regularmente hay ahogados. Si se trató de un suicidio o un accidente, si, como cree la madre, se durmió debido a las toneladas diarias de psicofármacos que tomaba y lo sorprendió la crecida recostado entre las rocas cercanas a la orilla, es parte del terreno de las suposiciones. Igual que casi todo.

Exhibida en una de las secciones paralelas del Bafici de 2023, El retrato de mi padre presenta, en sus primeros compases, el recorrido del realizador por distintas oficinas públicas intentando dar con la investigación. La policía no la tiene, porque la muerte ocurrió hace casi treinta años y allí se conservan los archivos durante diez. En Tribunales nadie sabe nada y quien podría recordar el caso está de licencia por enfermedad. Sólo queda indagar en la memoria familiar para, a partir de allí, intentar una reconstrucción tanto del personaje como de las circunstancias de su fallecimiento.

Aquí la cosa se vuelve aún más inconclusa, ya que la madre del realizador, de profesión psiquiatra, prefirió no someter el cuerpo a una autopsia debido a que no había muestras de violencia que pudieran indicar algún tipo de ataque físico. Misma madre que, al ver una carta de su exmarido dedicada a su hijo escrita en el reservo de un dibujo de él, se inclina por interpretar las huellas del entramado psicológico de su exmarido en lugar de concederle al hijo que fue un gesto de cariño. Poco a poco irán apareciendo distintas facetas del padre, como su pasión por la música y su intento de incursionar en la docencia de musicoterapia, mientras su salud psicológica se deterioraba a pasos agigantados y se volvía adicto a unas pastillas con efedrina que “lo hacían sentir mejor”, incluso cuando originalmente se utilizaran para tratar el asma.

La película irá alejándose de su pulsión por la pesquisa para ingresar en un terreno si se quiere testimonial y donde los reproches se mezclan con lo dicho por primera vez. Es por eso que Fernández Hoppe sienta a varios de sus parientes más cercanos, desde su tía y sus primos mayores hasta su madre, quien se había separado del padre varios años antes de su muerte, para entrevistas en las que la cámara opera como ariete para derribar los murallones de silencio. Y es que de silencios también está hecho este documental que logra transmitir una sensación de urgencia, de carne viva, de crudeza e incomodidad ante una serie de charlas que todos, salvo el director, hubieran preferido no tener.