En el Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad, Larisa Zmud no solo coordina una cocina comunitaria; cultiva un espacio donde el arte se cocina, se comparte y se transforma. Para ella, la cocina es el corazón palpitante de la creación colectiva, un lugar donde cada gesto, cada plato, cada encuentro es una forma de resistencia, de cuidado y de imaginación situada.

Su interés por la cocina nació en su familia. Puntualmente, confiesa, de la relación con sus cuatro bisabuelas migrantes, mujeres activas cuya presencia marcó su infancia. Una de ellas falleció haciendo un puré de papas, dice, un gesto que simboliza la centralidad de la cocina en la vida familiar. Entre Mar del Plata y la precordillera de Chubut, donde su padre trabajaba en la comunidad mapuche como maestro rural y su madre escribía y ejercía la crítica de arte, Larisa aprendió a ver la cocina como un espacio de encuentro, donde se desplegaba el afecto y se ensayaba colectivamente la supervivencia. 

Larisa coordina y participa del Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad en Fiorito mientras desarrolla numerosos proyectos que nacen de su práctica curatorial y derivan en múltiples propuestas. Ella lo llama una práctica tentacular: entiende la curaduría como un punto de partida para narrar y mediar entre obra y mundo, expandiéndose entre territorios sociales, afectivos y artísticos, donde la obra nunca se exhibe aislada sino en diálogo con cuerpos, memorias y comunidades. Uno de esos tentáculos es Sin Destino Aparente, nacido poco antes de la pandemia y consolidado en los años posteriores como un espacio de talleres de lectura, encuentros y debates colectivos. Lo que empezó en su propio departamento —con personas que querían seguir compartiendo la experiencia de pensar el arte tras el cierre de su galería— derivó en un proyecto que creció en plena virtualidad y que hoy busca imaginar instituciones del futuro: espacios horizontales, decoloniales, donde nadie pretende saberlo todo. 

De allí surgió también Cetácea, la residencia de arte más austral del mundo, en Puerto Pirámides, Península de Valdés, con propuestas de creación colectiva vinculadas al territorio, la escuela rural y la cocina con productos del entorno. 

El Comedor Gourmet ByF .

Comedor Gourmet en Belleza y Felicidad Fiorito

Larisa llegó a Belleza y Felicidad Fiorito en 2017, invitada a dictar un taller de cocina. Lo que parecía una experiencia pasajera se transformó en un vínculo que la mantiene ligada al barrio hasta hoy. Actualmente ofrece clases y coordina el Comedor Gourmet, un espacio artístico y gastronómico destinado a redefinir las prácticas de cocina como una forma de pensar sobre los cuerpos, los deseos y las políticas del cuidado. “se trata de volver a apropiarnos del deseo: no como impulso consumista, sino como fuerza vital, como motor de invención colectiva”.

Aclara que la decisión de sostener el comedor no partió de ella, sino de las propias mujeres de Fiorito, quienes lo impulsaron desde el comienzo. Ese gesto sintetiza la lógica de Belleza y Felicidad: horizontes colectivos, intercambio constante y dinámicas cercanas a la asamblea más que a decisiones verticales. El nombre “Gourmet” tampoco fue suyo. Una de las integrantes históricas explicó el porqué: “Ustedes, como la clase media, como la gente que vive en Capital, al menos una vez por semana van a un restaurante y comen una comida diferente. Nosotros también queremos eso”. Esa frase condensa el sentido del proyecto: garantizar un plato distinto, habilitar la posibilidad de probar algo nuevo y hacerlo parte de un hecho artístico.

La mayoría de las mujeres que integran Belleza y Felicidad Fiorito trabajan en cooperativas de reciclaje urbano. Participan junto a sus hijos, que al mismo tiempo desarrollan su propio espacio artístico. “Es un lugar más del placer, un lugar más del goce. Siempre concebí cualquier reunión, cualquier encuentro desde muy chica como un espacio para dar algo que acabo de cocinar”, explica Larisa. Cada sábado comparten mesa alrededor de 200 personas del barrio.

Algunas de las cositas hermosas que se pudieron ver en ArteBa, próximamente en el C.C. Recoleta. 


De Fiorito a Recoleta

Como parte de la experiencia del Comedor Gourmet de Belleza y Felicidad en Fiorito (BYFF) y de su acercamiento a proyectos artísticos vinculados a la cocina en otros países, Larisa estará al frente de una exhibición en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, que inaugura en noviembre. Allí, Comedor Gourmet expondrá platos de cerámica del colectivo Cinco Corazones junto con banderas, manteles y altares creados en los talleres de BYFF

La muestra reúne los proyectos colectivos vinculados a la cocina en los que trabajó Larisa, desde el Museo del Puerto de Ingeniero White hasta Cozinha Ocupação 9 de Julho en San Pablo, Floating University en Berlín y experiencias madrileñas como Paisanaje e Inlad /Campo Adentro. Explora cómo cocinar y comer juntos puede ser motor de creación artística, afecto y vínculo comunitario. También integra obras de artistas como Marta Minujín, Víctor Grippo, Lucía Reising, La Chola y Andrés Pina, que trabajan con pan y comida, generando un diálogo entre lo cotidiano y lo poético. 

“Estos proyectos están vinculados a la cocina, pero no se limitan a ella. A través del encuentro alrededor de la comida se habilitan exposiciones, libros, experiencias y relaciones que de otro modo no existirían”, explica Larisa. Habrá mapas superpuestos que registran pérdida de paisaje y territorio, cacerolas como manifiestos y un recorrido que entiende la cocina como espacio donde se tejen historias, afectos y formas de comunidad.

Micropolíticas del sabor y feminismos: el libro

Zmud está a punto de publicar un libro que condensa años de práctica y reflexión en torno a la cocina colectiva. “El libro es una traducción, vamos a decir, una edición de la tesis”, explica. Mientras ajusta el manuscrito, busca “limpiar un poco esa parte más paranoide de la escritura académica, donde todo lo que uno dice tiene que ser justificado”, para hablar desde la experiencia concreta de las cocinas como motores de posibilidad.

Sostiene que los proyectos colectivos anclados en el territorio hacen futuro. Pensar en clave de “game over” o “nos han vencido”, advierte, es invisibilizarlos. Reconocerlos es asumir una responsabilidad política: cuidar y comprometernos con estas otras experiencias existentes que activan y que revitalizan la vida, prestarles atención desde el afecto, establecer vínculos y comprender que, mientras todo parece derrumbarse, hay quienes resisten y construyen desde lo pequeño, desde el detalle cotidiano, con la potencia de crecer como un yuyo en el asfalto.

Ese enfoque se refleja en Fiorito, donde cocinar se convierte en una micropolítica del sabor: cada elección y cada plato son tanto un acto de cuidado como de creatividad. “Las chicas me decían: ‘no quiero una milanesa con puré, queremos comer cosas raras’”, recuerda Larisa. No se trata de imitar modelos, sino de imaginar otras formas de lujo y placer, de hacer posible la inmensidad que encierra el poder decidir en los gestos más íntimos de la vida diaria.

“Hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo. ”La curiosidad que mueve a Larisa está atravesada por su interés en los procesos más que en los resultados. Esto se refleja en su manera de entender las recetas: una perspectiva que desarma la lógica de responder a los gramos, los kilos y los tiempos exactos de cocción, que muchas veces esos pasos escritos nacieron del error, del azar o de encuentros. Primero estuvo la práctica y después la receta, no al revés. Desde esa mirada—que ella inscribe en una perspectiva feminista, alejada de la lógica cientista masculinista que privilegia el resultado— se trata de pensar en relatos, trayectorias y en aquello que conduce a la construcción de esos encuentros.

Entonces entiende a la cocina como backstage, como praxis poética, como ritual social y herramienta política. Señala: “hay algo del amasar colectivamente que siempre aparece” y agrega: “también me animo a decir que hay algo de la comodidad en la cocina, del desplegarse en ella con tranquilidad, con la certeza de que va a salir bien; esa alquimia que veía en mis bisabuelas la siento muy propia, muy cómoda, como si todas las inseguridades del resto de la vida desaparecieran un poco cuando estoy en la cocina”. 

Entonces aparece la resonancia con aquello que escribió Leila Guerriero sobre el acto de escribir: “Hay que amasar el pan con cansancio, por cansancio, contra el cansancio. Hay que amasar el pan sin humildad, con empeño, con odio, con desprecio, con ferocidad, con saña. Como si todo estuviera al fin por acabarse. Como si todo estuviera al fin por empezar. Hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo. Escribir. Amasar el pan. No hay diferencia.”