Era uno de los días más calurosos de aquel verano y una amiga me había invitado a la proyección de una película, escuché rápido el titulo y no pregunté mucho acerca de qué se trataba. Con el calor apabullante de la canícula, ya me parecía buena la idea de estar en una sala de cine. Nuestro cuerpo de la cineasta francesa Claire Simon se había estrenado en ese verano de 2023 en París.
El documental está filmado en su totalidad en el hospital Tenon, situado en el barrio número veinte de esa ciudad; un hospital público que tiene una parte dedicada exclusivamente a tratar asuntos relacionados con la salud de las mujeres. Luego de una primera escena de una adolescente preocupada por su embarazo que habla con una médica sobre el impacto que la noticia tiene en su familia, sucede otra conversación también entre una mujer y un médico en la cual él explica cómo tomar una dosis de misoprostol para interrumpir su embarazo y luego otra más donde un joven es acompañado por sus padres para empezar una terapia hormonal. Pronto nos damos cuenta de que ese va a ser el sistema de la película, conversaciones en el contexto del hospital que si bien se centra en la salud de las mujeres, no solo tiene mujeres como participantes.
A medida que iban avanzando las escenas (una puesta sencilla, las imágenes neutras del ámbito hospitalario no son precisamente bellas), se iba labrando una densidad en los diálogos y también en los silencios. La incertidumbre ante las explicaciones de los médicos, la confesión de una paciente por sentir un dolor insoportable, nacimientos, muertes, operaciones, hechos importantes de la vida uno tras otro iban armando una progresión intensa, quizás por lo paradójico que es ver una imagen que nos resulta conocida cuando de pronto revela algo nuevo, inesperado.
Los pasos por los hospitales se viven como aquello que tiene que atravesarse pero en lo cual nadie quiere detenerse mucho. Son actividades “instrumentales”, se refiere así a ellas el poeta italiano Valerio Magrelli, actividades en las cuales esperamos vivir o vivimos en espera de otra cosa. Pueden ser tediosas y difíciles como la burocracia y la enfermedad, a la cual él entiende como la burocracia del cuerpo, o ambiguas, como el viaje, momentos en los cuales actuamos como el vehículo de nosotros mismos. Dos de esas cosas estaban presentes para mi ahí en esa proyección ese último verano antes de dejar un lugar en el cual viví mucho tiempo. Esa película reflejaba un París que conocía de verdad y que no es el París de las películas, por así decirlo. Podía ver en pantalla mucho de aquello que me resultaba familiar: los sonidos de la calle en el día a día, los diálogos secos, las indicaciones, los momentos de espera, todo sin ninguna estetización. Pude reconocerme sumida en esos diálogos frágiles. Mis hijos nacieron en un hospital como el que se mostraba y de alguna forma esas escenas me hacían tener que mirar aquello en lo que no había querido volver a pensar mucho, lo que había atravesado y a lo que no había vuelto. Creo que mucho de la experiencia de la extranjería tiene que ver con vivir cosas que no lográs entender en el momento en el que transcurren y yo sentía que podía acceder a esa experiencia real a través del film, como si me permitieran entender un poco más tarde aquello que no había podido entender en su momento.
Es que si bien la película trae estas imágenes que pueden resultarnos familiares, también muestra algo que en verdad jamás vemos, la intimidad de esos momentos de consulta, esos mundos personales se van presentando en distintos casos y momentos de la vida como un caleidoscopio que va tomando diferentes formas. La película se titula Nuestro cuerpo, un título que podría sonar un poco pedagógico en principio pero que hace sentido ya que uno de los grandes logros de este trabajo es establecer una amalgama entre los casos individuales y la vida en común, sentir que ese cuerpo que es del otro es nuestro, que en ese ámbito que compartimos somos todos parte de lo mismo. Quizás esto sea más radical cuando la misma realizadora de la película se incluya en la película registrando el momento en que recibe la noticia de su propia enfermedad y se una al resto de las historias.
Laura Petrecca Nació en Buenos Aires en 1985. Estudió cine y tiene una maestría en arte contemporáneo. Además, escribe sobre arte para diferentes publicaciones.Es autora de los libros de poemas Pensó que ya lo sabía (Huesos de Jibia), Los barcos vuelven (La Propia Cartonera), Aquí vivía yo (junto con Christian Anwandter, 27 Pulqui) y la nouvelle Cuento para una persona (Entropía). Su último poemario Piedras, editado por Paripé Books, se presenta el martes 30, a las 19, en Eterna Cadencia, Honduras 5582.