El 25 de septiembre, en La Habana, Cuba, falleció Assata Olugbala Shakur. Tenía 78 años y había pasado más de cuatro décadas en la isla, donde encontró refugio tras escapar de la represión en Estados Unidos. Su muerte no significa el fin de su legado, Assata se convirtió en un faro para quienes luchan contra el racismo estructural, la violencia policial y las múltiples opresiones que atraviesan al pueblo negro en todo el mundo.
Nacida en 1947 en Queens, Nueva York, bajo el nombre de Joanne Deborah Byron, Assata creció entre las calles de la ciudad y la Carolina del Norte segregada. Durante sus años universitarios comenzó a militar y adoptó un nuevo nombre como gesto de emancipación frente a la herencia de la esclavitud. Su activismo la llevó al Partido Pantera Negra y luego al Ejército de Liberación Negro (BLA), organizaciones que desafiaban al Estado con programas sociales, autodefensa y un proyecto político de autodeterminación afroestadounidense.
La represión contra Assata Shakur, que se volvería sistemática y personal, comenzó a intensificarse el 2 de mayo de 1973. Ese día, en una carretera de Nueva Jersey, un enfrentamiento con la policía terminó con la muerte de su compañero Zayd Shakur y de un oficial. Assata, herida de gravedad, fue detenida, marcando el inicio de un prolongado proceso judicial. Durante años enfrentó un juicio cuestionado, con evidencias inconsistentes y un contexto de hostigamiento político. En 1977 recibió la condena de cadena perpetua, en medio de un escenario en el que el programa de contrainteligencia del FBI, había declarado la guerra abierta a los movimientos de liberación negra.
Dos años más tarde, Assata desafió al sistema con una huida que aún hoy se recuerda como uno de los episodios más valientes de la época. Logró escapar de prisión y llegó a Cuba en 1984, donde el gobierno de Fidel Castro le concedió asilo político. Desde la isla, no solo reconstruyó su vida, sino que también escribió Assata: An Autobiography, un libro que se transformó en referente del pensamiento crítico feminista negro. Allí desnudó la violencia racista del Estado, y realizó un análisis de las tensiones habitantes en el interior de los propios movimientos de liberación, adelantándose a un debate que hoy sigue siendo central.
Aunque el gobierno estadounidense la catalogó como “terrorista” y colocó precio a su captura, la figura de Assata cruzó fronteras y se volvió emblema. En África, en el Caribe, en América Latina y en los guetos negros de Estados Unidos, su nombre y lucha circuló en cada rincón. El movimiento negro global la abrazó como referente y sostuvo que su historia era, al mismo tiempo, una denuncia y una inspiración.
En sus últimos años, el deterioro de su salud la fue alejando del espacio público, pero nunca de la memoria colectiva. La confirmación de su fallecimiento por parte de su hija, Kakuya Shakur, despertó homenajes inmediatos de activistas, artistas e intelectuales que reconocieron en ella un ejemplo de resistencia.
Assata Shakur no aceptó la derrota. Eligió el exilio antes que el sometimiento y convirtió esa elección en testimonio político, la libertad puede ser arrebatada físicamente, pero no espiritualmente. Su vida recuerda que la dignidad no se encarcela y que las voces de las mujeres negras, aun perseguidas, siguen marcando el camino de la emancipación.