El 27 de junio, a un día de conmemorarse un nuevo aniversario de las míticas jornadas de Stonewall que dieron lugar al Día del Orgullo a escala global, el basquetbolista argentino Sebastián Vega hizo historia en el mundo del deporte y en el mundo de la cultura LGTBIQ+.
Ese día, en el marco de los festejos del equipo Boca Juniors por consagrarse bicampeones a nivel nacional, se subió a un aro de básquet y desplegó la bandera del arco iris que representa a la comunidad de las sexualidades disidentes. Un acto inédito en el mundo del básquet profesional y de un equipo reconocido a nivel mundial que suele hacer aspavientos no solamente de su popularidad ("la mitad más uno"), sino también de una masculinidad tóxica exacerbada hasta alcanzar las cúspides del machirulismo.
Con este acto, el muchacho de treinta y siete años nacido en Gualeguaychú redoblaba la apuesta y coronaba una acción política que había realizado cuatro años y cuatro meses antes. En efecto, el 10 de marzo de 2020, Sebastián se convirtió en el primer jugador de básquet en Argentina en declararse públicamente gay a través de su cuenta personal de la red social X. Eso ocurrió tiempo después de que, en medio de un partido, desde una tribuna de Santiago del Estero, le gritaran “puto de mierda” y saliera enojado de la cancha sin escuchar que otra parte de la tribuna lo aplaudía.
Pero la cronología histórica del orgullo no termina en estos hechos. Desde agosto de este año, contra todo pronóstico que pudiera presagiar que su carrera se viera afectada por su valentía, Sebastián Vega se convirtió en el nuevo capitán del Club Atlético Boca Juniors para la temporada 2025/2026, tal como se confirmó en la cuenta oficial del equipo.
La foto de Sebastián Vega subido al aro de básquet con la bandera multicolor devino épica y recorrió los titulares del mundo. Se sumó a otras fotografías: la de la tenista francesa de 19 años Amelie Mauresmo besándose con su novia Sylvie tras consagrarse campeona en el Abierto de Australia de 1999; la del jugador de rugby Gareth Thomas sonriendo junto a su novio en la revista gay Attitude; la de Jason Collins, el jugador de baloncesto que en 2013 desde la portada de Sports Illustrated afirmaba: “Soy negro, juego en la NBA y soy gay”; la del boxeador puertorriqueño Orlando Cruz repartiendo trompadas en el ring luciendo el short multicolor. A ellas y ellos —y tantas otras— puede sumarse la del arquero nicaragüense Gabriel Urbina, quien desde hace unas semanas hace gala de su mariconería y que, mientras ataja, desfila en las canchas como una Miss Universo para dar cuenta de su fascinación por el mundo de la moda.
Sin embargo, el deporte sigue siendo uno de los últimos reductos del secretismo, la discriminación sexual y la homo-leso-transfobia. ¿Por qué debiera importar la sexualidad de lxs deportistas? Porque hay y hubo historias trágicas, como la de Justin Fashanu, el primer futbolista profesional abiertamente gay cuya vida terminó trágicamente en el suicidio tras una existencia marcada por la discriminación. O la del jugador de rugby Keegan Hirst, quien se cansó de sufrir la presión de los universos homosociales. Se puede agregar la de Balian Buschbaum, deportista olímpico y varón trans que atravesó largas etapas de depresión e intentos de suicidio. Y las de tantas y tantos seres anónimos que vivieron o viven en silencio sus preferencias eróticas porque parecen discrepar con los universos deportivos. Quizás quien mejor resumió en una frase las dramáticas vicisitudes de no tener una identidad heteronormativa y ser deportista fue el boxeador norteamericano Emile Griffith, quien en su autobiografía de 2007 escribió: “Maté a un hombre y el mundo me perdonó. Pero amé a un hombre y el mundo quiso matarme. Aunque nunca fui a la cárcel, estuve en prisión toda mi vida”. La referencia era el asesinato de su rival en el ring, Benny Paret, luego de que este le dijera “maricón” al oído.
¿Cómo fue tu vida siendo gay y siendo deportista?
Sebastián Vega: empecé en el vóley a los cinco años, cuando mi padre decidió que nos vayamos del campo a la ciudad. A los dieciséis ya era profesional, en Central Entrerriano; a los diecinueve pasé a Peñarol, después pasé a la plantilla de Boca y, después de unos años, volví a Boca. Eso para decirte que yo recién comencé a darme cuenta de mi sexualidad bastante grande, como a los veinte años. Ponía toda mi energía entre la escuela y el deporte, entre la universidad y el deporte, porque también estudié y me recibí de Técnico en Relaciones Laborales.
¿No había indicios antes de tus deseos homoeróticos? ¿Cuándo empezó el conflicto entre tu sexualidad y tu profesión?
-No sé si había indicios de mis preferencias eróticas. Si los había, los tenía muy reprimidos. Lo único que me pasaba era que muchas veces estaba deprimido y no entendía el porqué. A los veinte o veintiún años conocí a un chico. Éramos amigos, y de repente me di cuenta de que pasaban más cosas que con el resto. Ahí empezó un proceso personal bastante jodido, en el que no entendía lo que me pasaba. Cuando tuve la primera experiencia sexual, no la pasé bien. No por el hecho en sí, sino por el tema represivo que tenía en la cabeza. Mi estructura mental no soportaba que me gustara alguien de mi mismo sexo. Después me puse de novio con mi ex, con quien estuve mucho tiempo. Al principio, estando con él, me sentía raro, como si tuviera la cabeza disociada. Eso me pasó por mucho tiempo, y los comentarios y charlas entre varones no ayudaban para nada.
¿Cuáles eran esas charlas y comentarios entre varones?
-Con los compañeros de básquet, frecuentemente me sentía mal porque aparecían muchos comentarios donde se tomaba la homosexualidad como un chiste. Muchas veces me pasó en colectivos, mesas, cenas o juntadas, que el tema gay surgiera como burla o insulto. Tengo un recuerdo que me impactó mucho: viajábamos con el equipo de Boca a jugar y un compañero planteó qué pasaría si compartían el colectivo con un jugador gay. Otro saltó y dijo: “Si tengo un compañero de equipo puto, lo hago echar del colectivo”. En ese momento, que aún no tenía mi sexualidad tan resuelta, fue como si me metieran el dedo en la llaga. Pensé: tengo que tener miedo, tengo que tener cuidado. No fue dirigido a mí, pero me tocó profundamente y me hizo dudar de todo.
¿Cómo viviste esos chistes recurrentes que surgen en los vestuarios en relación con la homosexualidad?
-Tenía que estar bancándome o escuchando un montón de chistes que menospreciaban al puto, al gay, al sexo anal. No me gustaba. Lo que más me incomodaba era sentirme cómplice de un ambiente que me discriminaba y excluía. Pero todavía no tenía la fuerza para decir: "Yo soy gay, me pasa esto, no hagan más esos chistes". Entonces me sentía avalando algo que repudiaba lo que yo era, lo que quería ser. Como si mi silencio respaldara el gesto homofóbico. Cuando ya llevaba dos años de noviazgo y nadie lo sabía, lo más importante para mí era que se enterara mi familia, que es lo más sagrado. Soy muy familiero, y quería que lo supieran por mí, no por chismes. Fue duro, pero con el tiempo y su proceso, me acompañaron, a pesar de no entender muchas cosas. Incluso a mí me costaba entender lo que me pasaba. Mis amigos estuvieron siempre. En el deporte no había referentes, así que mi ex me contactó con el jugador de vóley Facundo Imhoff, que fue pionero en salir del clóset. Él me ayudó muchísimo.
¿Qué motivaciones te decidieron a salir del clóset?
-Cuando me puse en pareja empecé a tener más miedo por ciertas situaciones. Escuchaba comentarios sobre supuestas relaciones gays que me hacían muy mal. Yo era muy tapado. Aunque tenía novio, él no podía ir a la cancha, o si iba, se volvía solo. No nos podían ver juntos. Muchas veces ni salíamos, nos quedábamos encerrados. Yo evitaba cruzarme con compañeros, que lo vieran salir conmigo del edificio. Ese ocultamiento constante me llevó a estar muy tensionado y a lesionarme mucho. No hablo solo de desgarros: tuve una operación de hombro, dos de rodillas, una del talón. En ese momento entendí que algo tenía que cambiar. Mi cuerpo iba hacia la autodestrucción. Hasta que salí del clóset, estaba partido en dos. No podía unificar mi vida personal con la profesional. No podía rendir en la cancha. Ocultar mi sexualidad como si fuera una vergüenza me llevó a lugares muy oscuros.
¿Cómo fue la vida desde aquel 10 de marzo de 2020?
-Siempre digo lo mismo: desde que hice pública mi homosexualidad, tengo una vida maravillosa, increíble. Empecé a disfrutar más los partidos, me siento libre, más ligero. Si en 2020 me decían que iba a tener esta vida, no lo hubiese creído. También pasé por muchas situaciones difíciles. Ser el primer jugador públicamente gay en el básquet fue mucha presión. Hoy, desde afuera, veo que fue un montón. Pero me sentí acompañado. Siempre hay hate, pero también mucho abrazo del ambiente. Como aquella vez en Santiago del Estero: alguien gritó “puto de mierda”, pero la gente aplaudió. Me quedo con eso.
¿Cómo surgió la idea de enarbolar la bandera multicolor subido a un aro de básquet?
-Fue loco. El año pasado, cuando salimos campeones, me quedé con la sensación de que podría haber hecho algo. Siempre las finales coinciden con el Día del Orgullo, pero a veces, por la tensión, es difícil pensar en eso. Una amiga de Córdoba me dijo que tenía una bandera, y me la dio. Perdimos ese partido allá, pero en el séptimo, ya en Buenos Aires, ella vino a la cancha. Me mostró la bandera desde la tribuna. Un compañero se subió a un aro, el otro quedó vacío. Entonces otro pibe me ayudó a subirme, le pedí a alguien que fuera a buscar la bandera y ahí la desplegué. Estaba premeditado, pero no sé si tanto.
¿Qué sentiste cuando estabas subido al aro con la bandera multicolor?
-Primero tuve miedo, hasta último momento. Después sentí mucho orgullo y felicidad. Ahí entendí qué era realmente eso del orgullo. Me costaba la palabra, pero ese día me sentí empoderado. Recordé la frase de Jáuregui: “En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”. Poder estar ahí, con la bandera, siendo bicampeón y con la gente aplaudiendo, fue hermoso. Uno de los momentos más importantes de mi vida.
¿Qué mensaje querías dar?
-Un mensaje de superación. Cada uno tiene que ser lo que quiere ser, lo que desea. Hay que ser libres y felices. También es un mensaje para otros deportistas, para los entrenadores, para los compañeros: tienen que intervenir cuando haya situaciones de discriminación. Todos los entrenadores deberían tener herramientas para hacerlo.
¿Qué repercusiones hubo a nivel nacional e internacional?
-Fue una locura. No me esperaba tanto. Estoy en un club mundialmente conocido, y todo lo que implica Boca. Estoy muy agradecido. Una amiga italiana me llamó y me dijo: “¿Qué hiciste? ¡Estás en todos los canales de Italia!”. Me escriben mucho. Gente mayor me dice: “Tuve que dejar el básquet porque no podía ser gay y jugador”. O periodistas que cuentan amigos que recién a los 60 años se animaron a decir lo que sentían. Me conmueve. Nadie debería dejar de ser quien es por miedo. Me dicen que fui valiente. Y yo estoy agradecido de poder visibilizar algo tan importante.
¿Qué importancia cobra tu acto en momentos en que, desde ciertos espacios, se generan discursos de odio contra la comunidad LGTBIQ+?
-Es muy importante, porque los ataques homofóbicos siguen ocurriendo y están en aumento. Hay que ser conscientes. Desde mi lugar, intento aportar un granito de arena para visibilizarnos. Me escribe mucha gente. Me siento afortunado por poder vivir libre, con derechos. Pero eso fue posible porque mucha gente antes que yo luchó, se expuso e incluso dio su vida. Por ellos hay que seguir militando. Los derechos son conquistas, no regalos. Hay que seguir visibilizando, oponer la palabra al silencio, para que no haya más violencia ni odio.
La última y más relajada. ¿Una fantasía sexual recurrente con alguien famoso?
-No sé, no tengo. Te cagué la pregunta. Bueno… ahora que lo decís, hay tantos (risas). No voy a ser muy original: Miguel Ángel Silvestre es una bomba.