Maruja Bustamante tuvo "miedo" a la hora de encarar su último proyecto como directora, Venado asesino, una de las obras más explícitamente políticas de la cartelera independiente porteña. Con actuaciones de Lisandro Rodríguez y Max Suen, esta adaptación de una novela brasileña es, además, muy actual: un joven acaba de dispararle al presidente y un hombre que lo entrevista intenta llegar a los motivos que lo arrastraron a esto, pero se encuentra con un denso laberinto de contradicciones ideológicas. La violencia, el ascenso de las nuevas derechas, el entretenimiento versus la información, la espectacularización de casi todo, la desconexión generacional, la falta de un punto de referencia claro desde donde mirar la realidad: todos estos tópicos -y hay más- conforman el universo del espectáculo que puede verse los sábados a las 20 en Estudio Los Vidrios (Av. Donado 2348), el espacio de Villa Urquiza coordinado por Rodríguez.
Bustamante sintió miedo de exponerse tanto pero después sacó una valiosa conclusión: "El miedo es muy peligroso". Siente que su generación -las de los artistas que pasan los 40- está incómoda; que no sabe bien cómo hacer teatro en tiempos de Milei. Cuando leyó la novela homónima de Santiago Nazarian, supo que tenía entre manos un material "urgente" y que este es un contexto en el que hace falta decir las cosas sin rodeos. Venado Asesino, con adaptación a su cargo, es la historia de Rodolfo, un joven queer, mestizo y gamer que asesina a un presidente de ultraderecha. La pieza se sumerge, también, en temas como el bullying, la identidad sexual, el odio social y el desencanto, combinando referencias pop, humor negro y drama psicológico.
"Invita a reflexionar sobre lo individual y lo público; la empatía y el individualismo. Sobre la sexualidad de los jóvenes centennials. Es feroz, es una cachetada que vuela impulsada por las aspas de un ventilador para todas partes. Es racional y es pasional", ha escrito la directora, actriz y dramaturga. "Lo que cuenta es sumamente universal y actual. Además, es una obra global. Parece un falso documental que termina en fantasía", completó. A Bustamante se la puede ver actuando en Mamá Planta, de Nicolás Blandi (viernes a las 22.30, en El Grito, Costa Rica 5459), mientras ensaya otra obra que estrenará en octubre en El Extranjero, ¿Dónde está Mónica?, escrita por Sonia Novello. Prepara, además, un documental sobre el concepto de libertad y la figura de San Martín.
-¿Cómo surgió el proyecto?
-En 2023 conocí a Mario Durrieu y Walter Tiepelmann (productores de la obra; Mario también traductor), los directores del Festival Internacional de Documental de Buenos Aires, porque estoy planeando un documental. Me dijeron que tenían los derechos para hacer una película sobre esta novela pero que querían también hacer una obra y me la ofrecían si me daban ganas. Leí la novela y me gustó mucho. Es de un brasileño de Florianópolis, un lugar bastante derechoso. Él hace transcurrir toda la novela en Florianópolis con datos pop de Brasil; yo elegí que suceda en Puerto Madryn con datos pop de la Argentina. Ahí empezamos a pensar quiénes podían actuarlo. Apareció Max Suen como una posibilidad. Yo había actuado con él, lo conocía. Y después llegó la idea de que podía ser Lisandro el entrevistador. Me pareció interesante porque él siempre hace un teatro comprometido, político, de opinión. Era un desafío porque tiene un recorrido respecto a eso. No es que yo no lo tenga, pero mi recorrido cada vez es más buscando a ver cuál es el lugar de la mujer... Me gusta juntarme con artistas y ver qué pasa en el intercambio. Los dos tuvimos que escuchar mucho y a mí su aporte me parecía muy bueno. El no actuaba hacía mucho. Si bien es intérprete en algunas de sus performances, se pone en un lugar satelital, y acá tenía que ponerse abajo de la luz. Era una situación esa, también, porque yo, en cambio, estoy más acostumbrada a actuar. Hubo un diálogo entre los dos para que él pudiera afrontar esto y para ver dónde yo podía meterme, con qué cosas.
-Lo contundente de la obra es que es sorprendentemente actual, cuando el teatro muchas veces se acerca más tímidamente al contexto.
-Hace unos años que doy taller de dramaturgia en la EMAD y también teatro documental. Pienso que hay mucho miedo a opinar, por ser agredido, y que de repente empezamos a ganar en tibieza para no perder trabajo, también. Hay una presión de que esté todo bien, así todos estamos bien. Hasta un momento nos agrupábamos un montón y la pandemia barrió un poco con esa idea. Eso también me gustaba de la novela. Era muy: "yo pienso esto y esto y esto y me hago esta y esta pregunta y cométela doblada". Estaba buscando un material en el que se dijeran las cosas, porque llegó el momento de decir las cosas de nuevo. Hay que ser más literal, no esconder, no mostrarse tras una fachada frívola o tibia, miedosa. El miedo es muy peligroso. Yo soy muy miedosa en general y es un peligro el miedo, para el individuo mismo y también para el individuo en relación con los otros, porque si estamos todo el tiempo todos teniendo miedo la comunicación es muy complicada.
-De todas las dimensiones temáticas del texto, ¿cuál es la que más te interesaba?
-Esto era algo urgente porque hay algo de todo esto que está pasando acá. Hubo como una duda: ¿quiénes van al teatro? Va gente "progre", como quien dice, pero para mí la obra se hace muchísimas preguntas e incluso pone arriba del estrado a la gente propia. Eso también me gustaba. ¿Cómo paramos con la violencia, con el avance de la derecha? ¿Qué se hace con la cabeza de los chicos? ¿Qué hicimos con la educación de estas personas? ¿Qué pasa con el diálogo intrafamiliar? La obra traía un montón de cosas que estamos viviendo. El protagonista está todo el día con la computadora hablando con chicos de su misma edad y piensan que el mundo es una basura. De su familia recibe también basura, todo pestes. Se abandona totalmente el cuerpo, que comienza a tener miedo de manifestarse, y se queda quieto frente a una pantalla para ser dominado y a la vez hay una tortuga que se escapa que es esa violencia que les genera estar en esta... en un momento el personaje dice "esta es la realidad que puedo vivir". Esa realidad es una pantalla pegando tiros y hay algo de esa alienación que te saca de de la vida en comunidad.
-La puesta en escena, impregnada del lenguaje de las redes y de los streamings, lo también aporta un aura actual. ¿Cómo la pensaste?
-Cuando ensayábamos a Lisandro le aparecía algo medio de animador y en un momento le dije que parecía un Fantino. La idea fue creciendo y la trabajamos con Matías Sendón (iluminación). Pusimos luces LED y armamos este espacio que podría ser un streaming; también un lugar íntimo, por eso el cafecito al costado. Podría ser un psicólogo o un policía que lo está interrogando. Nunca se dice quién es. Nosotros tenemos como un interno: "de acá a acá es Fantino, de acá a acá es un psicólogo, de acá a acá es el padre". Figuras masculinas de poder que interrogan al personaje. Le pegan directamente a ver si reacciona y el pibe no reacciona. La violencia le es inherente. Es muy triste eso. Hay una cosa medio de reality show o de streaming al principio, cuando aparecen sonidos. Los de piñas, la mayoría, son de videojuegos, eso lo corta con el piano Lisandro, que al tocar trae otra textura, un respiro al público. Esto fue propuesto por él porque ellos se angustiaban ensayando. De repente Lisandro se iba al piano y se ponía a tocar. Tenía que descargar algo, porque se agotaba o algo lo oprimía.
-Lo que plantea la obra hoy es perfectamente posible. ¿La realidad superó a la ficción?
-Por eso pienso que hay que volver... Hay otra elección que veo en el teatro más off, que es la hiperficción. Hacer cosas súper fantásticas, corridas, fragmentarias. Hay, también, una especie de tendencia a los novelones, humoristas que están volviendo a los ochenta. Creo que es un poco una respuesta. Otros sienten que la actualidad está golpeando la puerta y que hay que ver qué pasa con eso y con lo que están creando. Es muy difícil. Mi generación está mirando, como diciendo, "¿qué hacemos?" Yo me deprimí dos años y ahora hice esto. Al principio tenía miedo, pensaba que me podían meter presa. Vino la mamá de Max a ver la obra y estaba aterrorizada. Pero creo que esto es lo que tenemos que hacer, cuidándonos entre nosotros.