En la Marcha triunfal de Rubén Darío los cóndores son los heraldos de la gloria. ¿De qué gloria? El poeta no aclara país o batalla. Como aeda cosmopolita puede tratarse de alguna o de todas las glorias americanas, o de buena parte de la América hispana, particularmente de las repúblicas que comparten la zona de pertenencia del cóndor, es decir, una gloria andina.

Los áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la Gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!

En su poema Salutación al águila por ejemplo, escrito en 1906, el poeta oficia de chaperón entre el águila calva norteamericana y el cóndor. Posiblemente estimulado por la victoria de Estados Unidos sobre los remanentes del imperio español en el Caribe. Con el tono celebratorio que lo caracteriza hermana al tótem del país del norte con la Patria Grande del ave de los Andes haciendo las presentaciones como un embajador protocolar y mitificante:

Águila, existe el Cóndor. Es tu hermano en las grandes alturas.
Los Andes le conocen y saben que, como tú, mira al Sol.
May this grand Union have no end, dice el poeta.
Puedan ambos juntarse, en plenitud de concordia y esfuerzo.

No obstante, con el correr de los años hay en Darío un cambio de percepción. La infiltración del gigante del Norte en la toma del Canal de Panamá, hace que el “May this grand Union have no end” proclamado por el primer Roosevelt pase a ser el “gringo go home” de los futuras composiciones de los poetas latinoamericanos.

Esta presencia del águila del Norte en los territorios que le quedan al Sur dio pie al colombiano Aurelio Martínez Mutis a escribir La epopeya del Cóndor. Es más: la composición fue ganadora de un concurso literario en París, organizado por el mismo Rubén Darío en 1913.

En el poema de Martínez Mutis el asunto está clarísimo: el cóndor en su juventud es todavía un débil pichón rodeado de volcanes. El águila “ansiosa de pillaje” se aprovecha del retoño. Cuando el cóndor es ya adulto recuerda “su oscura niñez”. Su cuello es un blasón de la estirpe regia, prestigiosa y brava. Sus músculos son de bronce. Las montañas de fuego rinden tributo a este emperador. El águila está ocupada en devorar tierno cordero. Podemos estar hablando de Panamá, Puerto Rico, Nicaragua… El cóndor se le viene encima y al rescate. Hay un encono ancestral que alimenta la rivalidad. En el entrevero el águila olímpica se hecha a la fuga:

Hacia las zonas

donde duerme la América latina

en molicie sensual, sobre coronas

de laureles antiguos, se encamina

una falange de colosos. Traen

nervios de amianto y músculos de acero;

En la epopeya Martínez Mutis realiza en pocas estrofas un vertiginoso derrotero de metáforas zoomórficas. Pasa de largo con el binomio águila - cóndor para hablar del camino desviado de Estados Unidos. De faro de las repúblicas de América a deseoso y porfiado imperialista. Aparece el dragón de fauces amenazantes, con sus marinos —marines— lobos, y los nicaragüenses que son inocentes gacelas, pueden, dadas las circunstancias, volverse leones. Pero los traidores tentáculos del pulpo (otra vez Estados Unidos) chupa a “ese inerme país” (Nicaragua). De todas maneras los descendientes del León de Castilla saben defenderse. Aunque:

tras lid sin igual, lid sin decoro

de niños aplastados por gigantes,

ellos, los hijos clásicos del Toro,

hicieron un festín de sangre y oro

con las rojas entrañas palpitantes.

El poeta reclama y añora con rima sensible, la unión de la Patria Grande, para contrarrestar al infame usurpador, recurriendo a la loba latina y a la elusiva idea de Raza:

Y es forzosa esa unión, dique y cimiento

para un haz de Repúblicas. En vano

irá a buscar exótico elemento

el hijo de la Loba y del Hispano:

la Raza buscará cada fragmento

como busca la gota el océano.

A modo de fábula heroica se desplaza este Morfeo simbólico con Estados Unidos como águila, pulpo, toro, lobo, boa y América Latina como cóndor, cordero, loba, colibrí y león. Pero en el imaginario de la época prendió el cóndor, quizá por el resaltado de su título: La epopeya del Cóndor.

En cambio, en La epopeya del cordero, del puertorriqueño José de Diego se puede observar una respuesta al cóndor de Martínez Mutis. El poema hace referencia a la guerra entre Estados Unidos, el águila, y el viejo león, España. El cordero que da nombre a este zoo lírico vendría a ser la isla de Puerto Rico, patria del poeta, que inocente entre dos imperialismos, España y USA, pasa a ser parte del expolio del flamante alado.

Ahora, de Diego le dice a Martínez Mutis que su poema, el de Mutis, anuncia la ruina del Imperio / del Águila vencida / por el Cóndor del Sur, cuando la vida / del Cordero infeliz sacrificaba... pero que todo queda en unas bonitas estrofas triunfales, promesas y vaticinios de la estilográfica porque mientras la isla continúa como víctima del águila el cóndor no mueve una pluma por Puerto Rico, rematando la fallida epopeya en:

¡No podrá el Cóndor levantar su vuelo,

ni el Águila su canto, en la remota

visión del porvenir, si el Cóndor tiene

nuestra bandera, como un ala rota,

sobre la Cruz clavada,

y en el pico del Águila sostiene

el Cordero su Cruz atravesada!

La cuestión, naturalmente, no termina aquí. Los poetas se contagian con metáforas y así en el poema Los filibusteros del colombiano Rafael Pombo si bien no tenemos cóndores persiste el águila calva norteamericana.

Venid hambrientos pájaros a entretejer con crímenes

El nido para el águila que precediendo vais;

Venid, infecto vómito de la extranjera crápula,

Con la misión beatífica de americanizar.

Espiad la hora propicia, y a una señal del águila

La empresa de exterminio sin lástima empezad,

Y sobre los cadáveres del posesor estúpido,

La Roma del futuro en nuestra profundidad.

En este desfile poético tenemos también Alma América, el libro del peruano José Santos Chocano donde el cóndor regresa y encuentra su más alta idealización. Publicado en 1906 la obra incluye la contradicción de estar dedicada al rey Alfonso XIII de España por un lado y de inaugurar la idea del cóndor como el titán de los Andes y portador simbólico de la raza indoamericana por el otro. Los momentos estelares del pájaro en el libro muestran una mezcolanza un tanto estrafalaria. Cruces entre el modernismo vigente, una variedad de ismos acumulados del pasado y un prototipo del kitsch:

El cóndor, que se siente

junto de su hembra, un ala enamorado

tiende sobre ella en forma de abanico,

la oprime con vigor á su costado

y en el trémulo moño húndela el pico.

¡Es el amor!

(En Idilio de cóndores)

La segunda noche vi

el revuelo de un cóndor ;

y en las sombras distinguí

que, sin duda para ti,

en su pico iba una flor.

(En Cinegética)

El cóndor es en Alma América el espíritu encarnado del continente. Una imagen que va a persistir como sinónimo de Patria Grande. Ora es el emblema del rebelde Ollantay, ora es el rey de las alturas que despierta al Ande cual si fuera una víbora gigante, ora es el equivalente a un Adonis en el imperio de las aves:

Su blanca gola es imperial decoro;

su ceño varonil, pomo de espada;

sus garfios siempre en actitud airada,

curvos puñales de marfil con oro.

(En El sueño del cóndor)

Yo quiero ser un cóndor: hacer gala

de aprisionar un rayo entre mi pico;

y, así, soberbio... regalarte un ala,

para que te hagas della un abanico.

(El amor de las selvas)

Se puede decir que el poemario inaugura las posteriores visiones poéticas del cóndor como un comodín de la resistencia, del valor, de la raza y —como sello personal de Santos Chocano— del amor. Para el autor es también el alma primitiva del continente, orgullo y herencia, como si el ave gigante albergara en su cuerpo “los Andes y la selva” y que ambos lugares, fraccionados en el alma, dejan de lado al resto: la pampa, el desierto, las cuchillas del Uruguay, los médanos de Mar Chiquita, los esteros del Iberá, al Sertão, los deltas y los litorales, a buena parte del Caribe y a un sinfín de territorios.

Los críticos literarios, en su mayoría, nunca no se presentaron muy críticos alrededor de esta idealizada imagen del cóndor. Ramiro Lagos, por ejemplo, en un estudio de 1999, con la perspectiva que le pueden dar 100 años, encuentra que la simbología del cóndor es poética, épica y unívoca. Condice con la gloria evocativa, mitológica del ave que acompaña las reivindicaciones de América hispana:

“A vuelo de cóndor, este gigantesco pájaro de los Andes, se pasea por la literatura hispanoamericana, confiriéndole altura, desafío racial, orgullo telúrico, y dándole tal categoría [a] su misión simbólica, a nivel continental…”

Pero este libro de Lagos, llamado Ensayos surgentes e insurgentes, pasa por alto una triste realidad política: lo más parecido a la Patria Grande a nivel de organización de estados en América del Sur es el infausto convenio como multinacional del crimen de los servicios de seguridad de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay, llamado justamente Plan Cóndor. Durante la década del 70 estas ocho naciones se pusieron de acuerdo —dejando de lado sus históricas diferencias— para perseguir, torturar, secuestrar y asesinar al margen —va de suyo— de la Constitución y los derechos, realizar ajustes de cuentas personales, robar y lucrar con el expolio de las víctimas bajo la fachada de una lucha heroica por la patria y la “civilización”. Se puede decir que el ave tótem tiene una doble cara a nivel continental y que su poética nos jugó una mala pasada.