Un perro llamado Criatura reproduce una y otra vez un cassette en su grabadora. De esa cinta se despliega la travesía de dos vecinas -Chica Fahrenheit y Melena Naranja- que escapan en bicicleta hacia el mar antes de que todo termine. Ese es el punto de partida de La Chica Fahrenheit, escrita e interpretada por Natasha Zaiat, con dirección de Carolina Wolf y actuaciones de Valentino Alonso (como Criatura), Wolf y la propia Zaiat. La pieza se presenta como “una fábula musical sobre el burn-out, el fin del mundo y la lucha contra el olvido”.

“En un mundo postapocalíptico donde el gobierno anuncia fechas para demoler manzanas enteras con la gente adentro, la Chica Fahrenheit le propone a su vecina huir en bicicleta, atravesando el continente con el horizonte de llegar al mar y poner los pies en el océano por última vez”, explica Zaiat.

El proyecto nació de un trabajo colectivo. Zaiat, Wolf y Alonso se conocieron en la Licenciatura de Actuación de la UNA y comenzaron a compartir textos y poemas que más tarde dieron forma a la obra. “La idea original surge de esa experimentación conjunta. Carolina se hizo cargo de la dirección, yo de la dramaturgia y Valen de la reinserción sonora, con tutorías de Hernán Lewcowicz que ayudaron a dar forma a esta versión final”, cuenta Zaiat. Los ensayos, con la asistencia de Camila Miranda, terminaron de moldear la puesta. “Ensayábamos primero una vez por semana, después más seguido, y muchas versiones de la dramaturgia se modificaron según lo que iba surgiendo en escena. La obra se fue armando en diálogo constante entre dirección, actuación y sonido”, agrega.

–¿Por qué definen a la obra como una fábula musical?

–La obra está muy sostenida por el universo sonoro. Tiene canciones originales y muchos guiños al rock nacional. La música aparece como un lenguaje más, no solo como acompañamiento, y sostiene la historia y la emoción. Además, permite que el público se sumerja en el viaje, en el mundo que estamos imaginando, y en la sensación de resistencia que propone la obra.

–En la obra la memoria tiene un lugar importante. ¿Cómo la pensaste?

–La protagonista se propone como corresponsal del fin del mundo: graba todo lo que pasa porque la memoria es loca, es escurridiza, y hay cosas que es importante recordar para un futuro que no se sabe si va a existir. En la travesía, ellas al menos eligen su forma de morir. Y en medio de cualquier distopía, el encuentro con otres y la creación de una banda -de rock, de amigues, de amores- es lo que nos puede salvar o acompañar en la aventura. Incluso elementos antiguos, como la bicicleta que heredó la protagonista de su bisabuela o el cassette, nos conectan con la memoria de generaciones y la historia que nos precede.

–Ese gesto de “poner los pies en el mar por última vez” resuena con el presente. ¿Cómo lo ves ahora?

–La obra la terminé de escribir a fines de 2023, ya Milei había ganado las elecciones. Me pasaron cosas locas porque hay elementos que después terminan resonando con el presente. Hay algo de esa sensación de “me quiero ir de este planeta”, pero también de preguntarse cuál es la escapatoria: ¿irnos o tender lazos? Capaz la escapatoria es tejer comunidad con la vecina, con quien tengo enfrente, en un contexto cada vez más hostil y encerrado. La obra propone pensar la resistencia y la supervivencia, incluso en un mundo que se viene abajo no solo por la acción humana, sino también por la naturaleza y la crisis de recursos que atraviesa la contemporaneidad.

* La Chica Fahrenheit puede verse todos los sábados a las 20 en el Cultural Thames, Thames 1426.