Con más de 300 tambores en escena, la histórica escuela de percusión La Chilinga celebrará sus treinta años de vida con un festival popular este sábado y domingo -4 y 5 de octubre- en Plaza de los Aviadores (Boulevard San Martín y Jacarandaes, Ciudad Jardín, El Palomar), con entrada libre y gratuita. “Esta mítica plaza fue uno de los lugares donde comenzó la escuela y donde también comenzamos con Los Piojos”, recuerda Dani Buira, fundador y director de La Chilinga. Serán dos jornadas, desde las seis de la tarde y hasta la medianoche, con talleres gratuitos de percusión, bandas en vivo, show de tambores, una feria artesanal y otras sorpresas. “El tambor es el primer instrumento del ser humano junto con la voz, pero es el primer instrumento que se hacía con huesos, con rocas, con piedras. Es legendario, es folklórico y es original de cada pueblo”, resalta el percusionista.

La escuela de percusión más importante del país en la actualidad cuenta con más de 900 alumnos y alumnas repartidos en sus diferentes sedes: Palomar, Saavedra, Quilmes, Banfield, Florencio Varela, Congreso, Sarandí, Avellaneda y San Marcos Sierras. Con el lema “Todos podemos tocar el tambor”, La Chilinga es un proyecto inclusivo que trasciende generaciones, geografías y clases sociales. “No se estudia, por eso es popular, porque no hay examen, todos avanzan al mismo tiempo. Se hacen grupos, se generan identidades, pertenencias e integraciones sociales. Se arman grupos de personas que cuidan su objetivo, que es el de poder tocar juntos, pasarlo bien y divertirse. O hacer un bien a alguien, como son los tambores cuando salen a las marchas o a las protestas para apoyar alguna causa justa”, precisa Buira sobre la dinámica pedagógica y social de la escuela.

Los recuerdos de la primera época tienen que ver con que yo quería armar algo con tambores, pero acá no había nada”, cuenta Buira sobre los inicios, en 1995. “Y consideraba que lo latino nos incluía a nosotros también. El latino era el que tenía el tambor. Entonces, algo estaba pasando que no teníamos tambores acá. Si bien la cadena con respecto a lo afro se había cortado a diferencia de Brasil o Uruguay, vibrábamos el tema del ritmo y del percutar, como cuando en los cumpleaños golpeamos la mesa o en la cancha de fútbol hacemos palmas. Nos dimos cuenta que teníamos ritmo acá, solo había que empezar a implementarlo”, puntualiza. “Y ese fue un poco el éxito de que viniera mucha gente a la escuela. Te acercabas a los tambores y estaba tu vecino, tu vecina, una maestra, un chico que trabajaba vendiendo chocolates en el colectivo, el profesor de gimnasia, una doctora. O sea, toda la gente que estaba con los tambores no era negra y no era profesional sino que era el común del barrio. Era el barrio mismo con la rítmica misma de lo argentino”.

-¿Ahí, en lo cotidiano y popular, encontraste algo?

-Lo que sucedió fue una rítmica contemporánea que nos involucra a todos y que nos hace poder tocarla siempre, como cuando vemos a un brasilero tocando un pandeiro desde muy chico. Acá hay un ritmo contemporáneo que es nuestro folklore. Internet opaca un poco lo folklórico y lo tradicional porque podés llegar a donde quieras y ver los ritmos que quieras, cuando simplemente hay que buscar el ritmo en uno mismo, en el barrio, la calle, el colegio o la cancha. Es más, si en 1995 cuando empezó La Chilinga hubiera existido internet no hubiéramos tenido éxito ni continuidad, porque yo enseñaba un samba reggae y sonaba argentino, no brasilero. Pero si podías ver en una página web cómo sonaba el brasilero te ibas para atrás, no parecía algo que estábamos llegando a hacerlo bien. Lo lindo de eso era que estábamos tocándolo a nuestro estilo, Yo les decía los chicos, habiendo viajado y conociendo ésa música, que me fascinaba y me da mucha alegría escuchar un samba reggae con la rítmica argentina. La imitación requiere de estudio, práctica y dinero. Por eso en la escuela la imitación está prohibida, porque buscamos lo tradicional, la rítmica de cada uno.

Daniel Buira, fundador de La Chilinga y batero de Los Piojos.


-¿No había tantos tambores en la Argentina en esa época, no?

-No, en la Argentina no había tambores. Estaba volviendo la murga en la época de Menem, con cánticos de protesta hacia él. Pero estaba muy desprotegida, casi prohibida, por lo cual generaba mucho quilombo cada vez que se armaba algún carnaval en algún lado. Estaba renaciendo el bombo de murga, pero era lo único que había. Los tambores de La Chilinga son otro tipo de tambores. Existía solo en el Tigre un fabricante o si no tenías que traerlo de afuera, como fue nuestro caso. Cada vez que iba a Brasil me venía con seis o siete tambores diferentes. Y de esa forma íbamos avanzando. SI querías comprar un redoblante tenías que comprarte la batería directamente, porque no había venta de redoblantes solos, por ejemplo. Eso empezó de a poco, con luthiers y personas que iban fabricando y viendo de qué manera se podían mejorar. Hoy la percusión está instalada en el barrio y en las casas de música encontrás todo tipo de tambores.

-¿Cuál creés que es el aporte principal que hizo La Chilinga a la percusión argentina?

-En primer lugar, el ritmo contemporáneo, el que hay hoy en la calle, que si bien tiene una semilla y una raíz afro, no está en conjunto con lo afroargentino, no va por el candombe argentino, que sería nuestro ritmo afro en la Argentina. Va por otro lado, por el lado de los cánticos de la cancha. Ese ritmo se utiliza en La Quiaca, en Ushuaia, en Buenos Aires y en todos los lugares del país. Creo que ese ritmo lo llevamos a los tambores nosotros y lo expresamos desde ahí. Todo el mundo puede tocarlo, simplemente hay que llevarlo al tambor, porque es lo mismo que nuestra forma de hablar, de caminar, de bailar:  es el ritmo argentino. Lo que también creó La Chilinga fue el tema de escuelas de percusión con un modelo de enseñanza no formal. Eso se aplicó después en montones de batucadas y grupos, que fue paralelo a la murga. La murga depende del barrio; la murga es un barrio. Y eso no se toca, es muy importante. La Chilinga es de todos los barrios. Vas a ver en un bloque de tambores gente de diferentes barrios, edades y lugares. Pero a través del tambor se unifican, se integran y hablan el mismo idioma rítmico.

-¿Alguna vez pensaron que el proyecto podía cumplir 30 años?

-La sorpresa quizá tiene que ver con encontrarte a la gente que le cambiás la tristeza por la felicidad. La gente viene acá por lo general trayendo algún problema. No digo que se soluciona, pero sí cambia y lo hace más digno todo. Cuando uno hace las cosas bien, las cosas duran. Cuando metés la pata y hacés algo que no conocés o no sabés bien… ahí empieza todo a durar poco. Pero eso siempre tuve claro que La Chilinga iba a durar mucho, porque hace bien y se cuida mucho a la gente. Se la trata de la forma más humana posible. Al no corregir, al no tomar examen, al no exigir, relaja mucho a la hora de tocar el tambor. Y el tambor también tiene eso de que uno descarga lo que sucedió en el día o en la semana. Y eso genera un ritmo original, también. Lo que nunca me puse a pensar o evaluar es a dónde va a llegar La Chilinga. Es día a día. No buscamos atajos porque no queremos pifiarla.

-Han acompañado a Madres de Plaza de Mayo en las marchas de Memoria, Verdad y Justicia, y a la agrupación HIJOS en los escraches a los represores. ¿Cómo trazaron un vínculo tan fuerte con los organismos de derechos humanos?

-Cuando La Chilinga empezó a tocar, la realidad nos pasó por arriba y el tambor era necesario en cada marcha, en cada lugar donde teníamos que decir algo. Brindamos los tambores para eso, tanto para Abuelas en su momento, como para Madres e HIJOS. Entonces, se generó un vínculo inseparable con ellos y será eterno. No podemos separarnos de la realidad que involucra a la política. No somos políticos de ninguna bandera, pero la política es el día a día. Y ahí tenés que jugarte para algún lado o para el otro. Sabemos para qué lado se juega La Chilinga y la gente que viene a escuela tiene ideales, pero tampoco dependemos de una gestión ni de un político de turno. Y eso es fundamental para que un proyecto perdure. Todos los organismos no gubernamentales se tienen que mantener por sí mismos. Cuando dependés de una gestión política vas a estar en problemas. Y eso es algo que tenemos claro.