Ser parte de la naturaleza es estar unidos por la espiritualidad con los elementos, con los animales que a veces se eligen como protectores mediante los pewma, sueños, para proteger a la persona que tiene su kutrám, un rol específico en la sociedad mapuche.
Las pillan kuse, las abuelas, suelen tener un pájaro que les anuncia visitas, enfermedad o encuentros con desconocidos que van a ser importantes en sus vidas. A veces se las oye decir que han viajado a determinado lugar como si fueran pájaros, que se han hecho parte del espíritu del ave para conocer donde nunca estuvieron, y enseguida pasan a describirlo. Ancianas que viven solas en el medio del campo sin siquiera acceso a conseguir una revista, una foto o el mismo internet que les proporciones rutas o imágenes.
Dicen que no hay que encerrarse en el cuerpo, hay que salir de la mano de un espíritu y oírlo, sentirlo hasta ser uno. Estas personas tienen una conciencia unificada con su animal elegido y enseñan que todas las formas de vida poseen sabiduría, que observándolos enseñan y uno aprende, si quiere. De ahí es que la palabra "mapuche" significa gente de la tierra, porque se es parte de ella.
Entre los animales que se eligen está el perro, que también está en la memoria ancestral según la región. Es el espíritu de los volcanes, que de vez en cuando se aparece como perro negro, va arrastrando una cadena atada al cuello para avisar sobre peligros como la muerte.
Los perros están en Sudamérica desde antes de la llegada española. Alrededor de dieciséis cánidos se extinguieron y en Perú, hace unos años, se encontraron restos que datan de hace diez mil años. En el siglo XVIII fueron reportadas grandes manadas de perros en varios puntos del continente y en Arica, Chile, aparecieron perros momificados de una antigüedad aproximada de 500 a 1450 años. Los perros eran similares a un terrier de cuarenta y seis a cincuenta y dos centímetros de altura.
Desde esos tiempos precolombinos la Patagonia también estaba habitada por perritos que el mapuche nombró trewa, perro. Hubo una raza, la munutru, que perduró hasta el siglo XX y con el tiempo se fue mezclando. Era un perro muy pequeño, con pelo largo y rizado en la cara, de ahí su nombre munutru, que quiere decir, de cara fea. Otro fue el perro fueguino que era parecido a un zorro, similar a un Pastor de las Shetland.
En la región pampeana y Patagonia han encontrado restos que datan de unos dos mil a tres mil años de antigüedad y en el norte argentino de mil quinientos años antes de la llegada wingka. Apreciados por su lealtad y protección, en cada hogar existían como mínimo cinco y hasta hoy el perro es considerado y respetado.
Todos domesticados, eran adiestrados para ser silenciosos al momento de atacar. Según los expertos, los cánidos sudamericanos tienen su origen en Norteamérica y se propagaron hacia Eurasia bordeando el estrecho de Bering en el mioceno tardío, de siete a ocho millones de años atrás, y allá radiaron en múltiples linajes. Luego, hace 3,5 millones de años cruzaron a Sudamérica en el fenómeno conocido como el Gran Intercambio Biótico Americano, que puede haber comenzado hace más o menos veinte millones de años.
En mapuzungún al conjunto de animales se los denomina kullín. Si la persona tiene que consagrar en ceremonia a uno o varios animales como protectores o guías, se los llama kawakawa kullín. Dependiendo del territorio, puede ser un pollo, un gallo blanco, un cordero, caballo o vacuno. La elección también depende del kvlme, el don que posee el longko o machi, la autoridad espiritual del lof y también elige uno su machive, el intérprete de machi. La persona conversa con el espíritu del animal a través del pewma, por varias noches. Cuando llega el momento ceremonial, al animal elegido se le colocan hilos de algún color especial en el cuello o las patas. Se tocan los instrumentos mapuche como kultrún, pivilka, kaskawilla, para entregarle fuerzas y a la vez se le pide protección y buen destino. Cualquier mal será recibido y liberado por el animal. Si durante una ceremonia mapuche aparece un animal que no fue consagrado, por ejemplo un perro, se lo debe sacar, porque puede ser una fuerza negativa. En algunos lof, el perro directamente es rechazado. Con respecto a los vacunos, el toro negro se consagra en un lugar donde llueve poco, él atrae el agua del cielo y eso ayuda el sembradío. Un toro de color blanco es para el buen tiempo. Ambos son cuidados por la comunidad.
Hay otros relatos orales que enseñan que también un animal puede ser elegido mediante un pelón perimontún, una visión que aparece por un lapso de tiempo y luego desaparece, un espíritu que se presenta físicamente para guiar. Los nutrám son los relatos testimoniales y se cuentan generalmente dentro de la comunidad, en privado, donde se entienden y se comparten vivencias similares. Los ancianos creen que no todos los wingka pueden entender lo que ellos tienen para contar ya que más de una vez, después de lograr sentirse confiados en contar su vida y sus vivencias, el interlocutor indaga socarronamente bajo qué bebida alcohólica estaban cuando le ocurrió el episodio o termina suplicando que le revele el alucinógeno para salir corriendo a buscarlo.
El pelón perimontún aparece bajo ningún efecto tóxico, tiene que ver con experimentar una unidad con el entorno y hasta con la infancia. Le ocurrió hace unos años a don Jorge Carriqueo cuando se empecinó en volver al lugar donde había crecido, en Paso de los Molles. Es un lugar donde las colinas son muy similares entre sí, en cada vallecito unos álamos aquí y allá que se repiten más adelante. Luego de atravesar caminando una loma, Carriqueo estaba seguro de que pasando la siguiente se encontraría con una postal conocida, la de su niñez. Sin embargo las horas pasaban bajo un sol pleno y sin nubes. El anciano había querido volver al lugar donde había vivido hasta los once años y caminaba apresurado. En el camino y mirando de vez en cuando a los que valientemente habían decidido acompañarlo, contaba cuando tuvo que salir de ahí a esa edad con lo puesto. Su madre le había confeccionado hasta los calzoncillos con tela de bolsa de harina.
Caminaba con entusiasmo, adelantándose, como recordando el camino de memoria; pero era solo una suposición. Luego de andar varias horas a campo traviesa, finalmente se detuvo, miró el horizonte y admitió que estaba desorientado. En un paisaje que si uno otea en ciento ochenta grados ve duplicados los cerros, los matorrales bajos, nada indicaba ni afinando la visión la presencia de un ser humano. Se hizo un silencio largo y viéndolo tan tranquilo, no dio para culparlo, aunque sí para ver que las botellas de agua estaban vacías y que el vehículo en el que habían ido había quedado en alguna parte, abandonado.
A Carriqueo y al resto, les volvió el alma al cuerpo cuando escucharon los ladridos de un perro. El abuelo enseguida dijo su gran frase tranquilizadora: “Si hay perro, hay gente”. Lejos, se vio asomarse entre el pastizal a un perro blanco y lanudo, que ladraba constantemente mientras corría al encuentro de los extraviados. Alguien le preguntó a Carriqueo si tenía perro en su infancia, cuando vivía allí, e inmediatamente contestó con cierta obviedad que sí, que tenía un perro blanco y lanudo llamado Colón. Otro silencio.
Se adelantó con trotecito de abuelo para encontrarse antes con el perro diciendo que su perro era idéntico a ese. El perro estaba bien comido y el pelo largo le brillaba con el sol. En el encuentro el animal le hizo fiesta y movió la cola de contento, como si lo conociera. Carriqueo lo saludó llamándolo Colón, con gran alegría y emoción. El resto de los aventureros, por más que intentaron tocar al animal no pudieron, se alejaba enseguida y volvía jugando en círculos. Así, caminaron unos quince minutos más siguiéndolo al perrito que iba olfateando el suelo como buscando un rastro conocido y levantaba la cabeza ladrando, como diciendo ¡es por acá!. El resto de caminantes, a los que ya les había cambiado la cara, esperaban que en algún momento apareciera el verdadero dueño del lanudo que debía ser un puestero, o avistar una casita humilde, gente, esas cosas que uno espera ver cuando las cosas se complican.
La aguada donde el perro se embarró las patas y tomó agua ayudó para cargar las botellas de gaseosa vacías; un poco más adelante, Carriqueo dijo “Allá está”. Bajaron hasta un pequeño valle y se encontraron con la tapera, los cimientos de adobe de la casa de su infancia y el anciano tuvo que limpiarse disimuladamente los ojos humedecidos. De pronto alguien se percató que el perro había desaparecido, no estaba por ningún lado, y tampoco se vio ningún rancho, ni gente, ni nada. Todos volvieron pensando y repensando en un silencio profundo, confundidos, conmovidos, buscando explicaciones que ni mirando después el google maps aparecieron.
La vuelta fue rápida, porque luego de pasar largo rato en silencio mirando cada centímetro de adobe, de oír atentamente el canto de las aves y de escuchar los estómagos vacíos que empezaron a crujir, Carriqueo se orientó y enseguida encontró el sendero que lo llevaba a la escuela rural, donde orgullosamente contó que aprendió en tres años las matemáticas, a leer y escribir sin errores ortográficos. Pasaron por el chenke donde descansan los restos de algún longko y si nadie metió mano, la machi del pago. Caminaron un tramo mas pasando por el cementerio viejo, donde quedaban en pie unas pocas cruces de madera ya grises y a lo lejos avistaron un puntito gris que resultó ser el coche que esperaba hacía seis horas.
La espiritualidad no tiene fronteras, ni es propiedad privada, tampoco es exclusiva. Historias similares hay en otras Naciones con otros animales y hasta con el viento que susurra canciones. La naturaleza se manifiesta a través de un pewma o como en este caso un perimontún, ayudando a fortalecer las raíces y a encontrarse con uno mismo.