El campo argentino atraviesa una campaña marcada por condiciones climáticas favorables. Las lluvias fueron equilibradas, las temperaturas acompañaron y se lograron buenos rindes en cereales, oleaginosas y sobre todo en frutas y hortalizas. 

Esa abundancia, que debería ser un alivio para la mesa de los argentinos, se convirtió en una trampa para los pequeños y medianos productores, porque los precios en origen no acompañaron a la inflación mientras que los costos de producción rural se incrementaron de manera significativa.

Costos

El precio de las naftas acumula subas cercanas al 200% desde el inicio del gobierno de Javier Milei, mientras que los fertilizantes importados registraron aumentos superiores al 170% y los insumos dolarizados como plásticos, semillas y repuestos acompañaron la misma tendencia. 

A esto se suma el encarecimiento del transporte de cargas, lo que impacta directamente en la logística de alimentos. El Índice de Costos de Transporte de Cargas FADEEAC (ICTF) mostró un aumento anual de 85% en 2024 y un alza acumulada de alrededor del 185% en los últimos doce meses. 

Informes oficiales del Ministerio de Agricultura reflejan que esta combinación redujo los márgenes de rentabilidad en cultivos extensivos como trigo, maíz y soja, con efectos aún más fuertes en la horticultura, donde los productores enfrentan costos crecientes y precios de venta que no acompañan en la misma proporción.

Ingresos

La paradoja de 2025 en el sector rural argentino es evidente: hubo una muy buena producción, pero ese mismo volumen de alimentos no logró convertirse en mayores ingresos para quienes los producen. En el mercado interno, la sobreoferta de frutas y verduras terminó empujando a la baja los valores de venta, que además quedaron muy por detrás del índice inflacionario general. 

Mientras la inflación acumulada en los 20 meses desde que asumió en diciembre de 2023 es de 216,3%, los precios en góndola de productos clave como la lechuga, la papa o la manzana crecieron menos de la mitad de ese porcentaje, y en algunos casos permanecieron prácticamente estancados.

En el caso de frutas y verduras, los precios en origen se movieron por debajo de la inflación general. En agosto de 2025 el promedio ponderado de precios de las seis hortalizas que concentra la mayor parte del comercio en el Mercado Central de Buenos Aires (papa, tomate, zapallo, cebolla, lechuga y batata) registró un aumento mensual del 4,1%, aunque en términos interanuales ese segmento muestra una caída del 38,8% y una variación acumulada para 2025 de apenas 16,1%. 

Entre los productos que se destacaron, el tomate subió 58% y la batata 19,5%, mientras que la lechuga cayó 35,3% y la papa bajó 19,2%. En el rubro frutas, el promedio ponderado mensual fue de 10,4%, con alzas generalizadas salvo la naranja que cayó 0,4; a nivel interanual el segmento de frutas subió 22%, aunque acumuló una caída del 12,8 en 2025.

La brecha entre precios mayoristas del Mercado Central y supermercados es otro punto de la crisis del sector del campo que alimenta ya que durante agosto de 2025 alcanzó aproximadamente 115,9%, evidenciando cuánta distancia hay entre lo que percibe el productor y lo que paga el consumidor final. 

El contraste más claro se observa en las provincias productoras de hortalizas frescas. En Córdoba, según el Índice de Precios en Origen y Destino que elabora CAME, en agosto los consumidores pagaron casi seis veces más por frutas y verduras de lo que recibieron los productores. En el Gran Buenos Aires, los cinturones verdes atraviesan la misma encrucijada. Allí se producen buena parte de las verduras frescas que llegan a las mesas urbanas, pero los precios en origen quedaron estancados y la mayor parte del valor final queda en manos de intermediarios y en los costos de distribución.

Consumo

A esta ecuación se suma la crisis del consumo. El bolsillo golpeado de la mayoría de los hogares limitó la demanda, de modo que incluso productos con mayor salida, como la cebolla, la naranja o el tomate, no pudieron mejorar su precio pese a la buena calidad y el volumen de la cosecha. 

El efecto es doble: los consumidores no acceden a precios bajos de forma sostenida, porque las cadenas de comercialización absorben buena parte de la diferencia, y los productores familiares se ven empujados a trabajar con rentabilidad nula o negativa.

El escenario impacta con mayor fuerza sobre los pequeños y medianos productores, que no cuentan con espalda financiera para soportar varios ciclos de cosecha con márgenes reducidos. El riesgo de desaparición de miles de unidades productivas familiares no solo implica un problema económico, sino también social y alimentario: menos diversidad en la oferta, mayor concentración y una creciente dependencia de mercadería importada.

En un año donde el clima acompañó y la tierra respondió, los números revelan una contradicción ya que la abundancia generó sobreoferta que presionó a la baja los precios, el consumo interno no reaccionó porque los salarios no alcanzan y los costos de insumos y transporte no dejan de subir. 

Los grandes productores con escala y financiamiento pueden resistir estos ciclos, pero los pequeños y medianos no. Lo que debería ser un año de alivio se transformó en un nuevo capítulo de crisis, donde la mesa de los argentinos depende cada vez más de productores que ven reducirse sus márgenes para seguir produciendo.

*Universidad Nacional de La Plata (UNLP).