Este sábado y domingo la arquitectura será una fiesta en la ciudad de Buenos Aires. El año pasado 60.000 personas asistieron a Open House, el evento de arquitectura y urbanismo más popular a nivel mundial, donde el plan es salir a recorrer ciudades por mera fruición artística y entrar a edificios usualmente restringidos, a experimentar la sensación de atravesar ambientes diseñados para el trabajo, la vivienda o los servicios. La edición argentina fue creada en 2013 –ad honorem— por cinco arquitectos que armaron la Asociación Civil Cohabitar Urbano, quienes para este año consiguieron un millar de voluntarios que estudiaron los edificios -cuyos habitantes quisieron ser parte de Open House- para orientar a los visitantes ávidos de interpretar lo que ven y lo que “hablan” las paredes. Algunos de los anfitriones serán los mismos dueños de casa, o empleados que trabajan allí en su propio rubro, y también arquitectos y estudiantes que tienen una atracción especial por la obra. La idea es recorrer la arquitectura “viva” con sus habitantes adentro y dialogando con ellos.
Por un lado habrá acceso a 16 edificios con inscripción previa –ya agotadas— pero a todo el resto de las obras se podrá entrar libremente en dos rangos horarios: de 10 a 14 y de 15 a 19 hs (el detalle está en www.openhousebsas.org). Algunos de los que no necesitan inscripción son la cúpula del Edificio de Miguel Bencich --arquitecto Eduardo Le Monnier--, la Biblioteca Nacional, el nuevo Barrio Olímpico de Lugano, el Edificio Comega, CMD –ex Mercado del Pescado en Barracas--, el edificio Los Eucaliptus en Belgrano –ligado al modernismo de Le Corbusier-- y espacios usualmente no accesibles al público como la Planta de Reciclaje de la Ciudad de Buenos Aires, el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat (Ex Elefante Blanco), el Banco Ciudad Casa Matriz, el Campus Di Tella, el Casal de Catalunya, el Cementerio de Chacarita, el Edificio IBM, el Club Ferro Carril Oeste, la Facultad de Ingeniería de la UBA, el Jardín Botánico, el MARQ (Museo de Arquitectura) y el Nuevo Edificio Corporativo Santander. Además han planificado salidas grupales a pie y en bicicleta, conectando temáticamente zonas de la ciudad.
Una estación de servicio del futuro
Página/12 participó de un adelanto de lo que serán las salidas de este fin de semana, en la nueva estación de YPF en el cruce de Figueroa Alcorta y Echeverría, un diseño de vanguardia que cambia el concepto de ese arquetipo de diseño: ya no es solo un espacio para ir a cargar nafta sino también de encuentro social, deportivo y laboral. Lo explicó el arquitecto Roberto Lombardi -coordinador del proyecto en Estudio RDR- sentado en una especie de jardín que es parte de esta estación reinaugurada en 2025 a partir de un concurso internacional, bajo la consigna de crear “una estación de servicio del futuro”.
La estación está rodeada de bosques –entre dos parques-- y el equipo de paisajistas del proyecto se ocupó de que no hubiese una ruptura total con el verde: la obra tiene algo de parque o de jardín generando un continuo natural. Su amplio espacio de confitería con ventanales al verde invita a entrar –al conductor, al peatón, al ciclista, al runner- a tomar un café o llevar al perro hasta al bebedero de mascotas. Y otros vienen a cargar nafta o electricidad. Es decir que la estación del futuro es multifunción, adelantándose a la reconversión energética y al descenso de la venta de nafta. Es sintomático que entre enero y julio de 2025, YFP --la mayor red de confiterías del país-- vendió 20 millones de cafés, 29 de medialunas y 20 de alfajores marca YPF.
Esto implica un cambio en la arquitectura: un aumento del espacio de las confiterías con decoración de alto diseño para competir con aquellas otras que no ofrecen el servicio de cargar nafta (de a poco se invierte la ecuación). La idea es potenciar a la estación de servicio como lugar de intercambio social. Esto incluye los servicios para las decenas de miles de personas que usan la zona para correr, andar en bicicleta y caminar: hay vestuarios con lockers y máquinas de ejercicio al aire libre.
El agregado más novedoso son los espacios de trabajo en un entrepiso colgante, oficias de alquiler abiertas y part-time –con sala de reunión— que cambian definitivamente la función del signo arquitectónico “estación de servicio”: aquí también se viene a trabajar.
El diseño es lo más futurista que existe hoy para una estación de servicio en Argentina, demostrando que lo estatal perfectamente puede ser eficiencia y vanguardia. La obra es un gran techo ondulado de hormigón a la vista sostenido por pocas columnas, como una sucesión de parasoles gigantes con luces led subrayando el contorno en azul, interconectados porque arriba de la losa implantaron flora nativa creando un continuo con el entorno: de inmediato reaparecieron mariposas y aves, una iniciativa que de continuarse en otros edificios, podría llegar a unir con un corredor verde a las costaneras norte y sur (una ruta para las aves).
Para apaciguar el impacto ambiental, hay paneles solares alimentando espacios dedicados a bicicletas y monopatines. Y usan el innovador sistema Y-ALGAE –creado por el CONICET-- basado en microalgas que purifican el aire, generando oxígeno y reduciendo el CO2.
Las paredes son de vidrio, surcadas por líneas de madera que matizan la frialdad del concreto y el vidrio. De alguna manera, todo este diseño refleja también las dudas existenciales de YPF: si en un futuro los autos llegaran a cargarse solos -mediante paneles solares en el techo- YPF podría perfectamente cambiar de rumbo y seguir existiendo diversificada. Pero todo esto ya es arquitectura-ficción.
El modernismo en Buenos Aires
La Casa de Estudios para Artistas de la esquina de Suipacha y Paraguay –obra del arquitecto catalán Antonio Bonet junto a los argentinos Ricardo Vera Barros y Abel López en 1938-- es una obra cumbre para los organizadores de Open House: aquí nació la vanguardia arquitectónica de una Buenos Aires por entonces academicista, neoclásica e incipientemente racionalista. Recibió allí a Página/12 Hernán Bisman, director de la galería de arquitectura que funciona en parte de este edificio creado para siete residencias-estudio que habitarían artistas, un concepto muy novedoso para la época. “Hoy, la idea de este lugar es que los visitantes vengan a vivir una experiencia arquitectónica moderna, en el sentido de Gaudí y Le Corbusier; este es un edificio 80 por ciento Lecorbusiano y 20 por ciento modernista catalán. Su estructura es más Lecorbusiana pero si mirás la curvatura de la planta baja y sus bóvedas catalanas, te recuerdan mucho a la Casa Batlló de Gaudí”, explica Bisman quien ha sido parte de la puesta en valor del edificio con el apoyo de Saint-Gobain, empresa francesa nacida en el siglo XVII que fabrica materiales para estructuras y propone soluciones para la construcción. Todos los miércoles del año lo visitan arquitectos y estudiantes en una guiada gratuita.
Bisman adora esta suerte de modernismo antiguo del edificio: es consciente de su valor artístico y patrimonial: “Bonet, a sus 19 años, se las ingenió para ser parte de ese viaje mítico en barco entre Marsella y Atenas donde se escribió la Carta Fundamental de la Arquitectura Moderna (Carta de Atenas). Allí navegaron los arquitectos más importantes de su época con Le Corbusier al frente, quien luego se llevó al joven catalán a trabajar con él. Bonet conoció a Picasso y hay influencia del cubismo en su estilo de diseño. Esta obra fue el primer intento de construir una obra en Buenos Aires que seguía las proposiciones de Le Corbusier; imaginen una Buenos Aires con autos de la época de Al Capone con los hombres vestidos de traje y sombrero, y de repente aparece este edificio que tiene algo de barco en su forma; acá vemos los postulados de Le Corbusier inscritos en su arquitectura: la ventana corrida, los pilotis que elevan la estructura –los ven ahí en el bar Acuario hoy decorado como en su época--, la fachada con vidrio exenta de la estructura y la terraza jardín. Lo único que no se cumple es la planta baja libre: el inversor les había pedido poner allí cuatro locales comerciales de alquiler. En uno de ellos tenemos nuestra galería de arquitectura, ahora con una exposición de maquetas y fotos del Teatro San Martín, obra de los arquitectos Mario Roberto Álvarez y Macedonio Oscar Ruiz”.
En este edificio nació el Grupo Austral, esos jóvenes arquitectos que rechazaban a sus maestros por "anacrónicos" e "incapaces" de comprender las nuevas condiciones de producción industrial de las que podía nutrirse la arquitectura. Lo lideró Antonio Bonet junto a los argentinos Jorge Ferrari Hardoy y Jun Kurchan. Los tres diseñaron para este edificio la famosa silla BKF. La revista Nuestra Arquitectura le dedicó un número completo en 1939 al edificio.
Lo interesante es que al Atelier E -un espacio original- lo han amueblado como uno de los estudios de la época para revivir la intimidad de un artista bohemio -incluyendo su cama- que pretendía romper todos los cánones, algo que debía estar reflejado en este edificio que es la joya de un modernismo de modé, que es su mayor valor. Los materiales de construcción también fueron originales: hormigón armado para combinar superficies rectas y curvas, y bóvedas ondulantes; grandes paredes de ladrillo de vidrio, escaleras caracol de acero decorado, chapas agujereadas y vidrios circulares y doblados.
En una pared, un fragmento del manifiesto del Grupo Austral define a la casa y a sus diseñadores, que se instalaron a vivir en su obra y a producir, autodefinidos como creadores que buscan la unión entre la arquitectura, la ciencia y la ingeniería para transformar la realidad en conjunción con el urbanismo.