Desde Oberá

Ubicada a poco más de mil kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, Oberá tiene 80.000 habitantes, pero una vida sociocultural que más de una ciudad mucho más grande envidiaría. Es que aquí se siente el ritmo y la vitalidad de los miles de jóvenes que estudian en los institutos superiores y las distintas universidades de la Facultad Nacional de Misiones –incluyendo la de Arte y Diseño, que dicta la carrera de Diseño Audiovisual– que funcionan aquí. Que esta ciudad de calles anchas y teñidas de rojo, rodeadas de árboles frondosos y con trazadas que suben y bajan acompañando la geografía sea considerada el polo cultural y educativo de la zona céntrica de la provincia de la tierra colorada tiene mucho de verdad.

Imposible pensar el surgimiento y la vigencia del Festival Oberá en Cortos –que hasta este sábado lleva adelante su 22º edición– sin ese público en constante renovación y con participación activa ya sea a través del envío de proyectos para las secciones de cine comunitario y universitario o de la asistencia a las proyecciones o a alguna de las actividades paralelas. Este menú incluye desde talleres hasta un mercado regional y charlas relacionadas con los fomentos provinciales de la zona. Esa participación se da siempre con un mate bajo el brazo, el síntoma más visible de la impronta relajada, carente de toda solemnidad y alejada del aire entre mortuorio y reverencial que suelen tener los festivales de cine. Porque las películas son importantes, sí, pero más importante para un festival es que se lo sienta como una entidad viva y enérgica, en constante mutación.

Tampoco puede pensarse el desarrollo de la industria audiovisual provincial sin el empuje “desde abajo” de la troupe de Oberá en cortos. El primer director del Instituto de Artes Audiovisuales de Misiones, creado en 2016 a partir de la ley de fomento sancionada el año anterior, fue Axel Monsú, uno de los referentes de la Productora de la Tierra, la cooperativa a cargo de la organización del festival. Ese mismo empuje fue el motor de la resolución que creó, a mediados del año pasado, la Cinemateca de Misiones, que busca recuperar y preservar el acervo audiovisual provincial. Fue precisamente en el marco de esa inauguración que en la edición de 2024 se exhibió una copia restaurada de Prisioneros de la tierra. Si bien no fue la primera película filmada en el litoral, el clásico de Mario Soffici estableció un imaginario sensorial y simbólico que sirvió de base para diálogos y contrastes con las producciones que revisitaron estas locaciones en las que el monte cumple un rol central.

Así ocurre ahora en Bienvenido, de Miguel Usandivaras y Martín Jalfen, exhibido en el marco del certamen Entre Fronteras de Cortometrajes regionales, uno de los varios apartados competitivos de una programación que, en total, presenta más de cien producciones realizadas mayormente en el noreste de la Argentina, el sur de Brasil y Paraguay. Hay algo de Deliverance en la manera en que la naturaleza enmarca, condiciona y hasta favorece los comportamientos más salvajes de un grupo de jóvenes futbolistas que, lejos de celebrar la llegada de un nuevo deportista al plantel, lo someten a una suerte de iniciación cargada de una violencia disparada por los prejuicios. Como si fuera un ritual siniestro, los compañeros se juntan en la costanera para una fiesta en la que circulan los vasos con bebidas alcohólicas mezcladas con pastillas, paso previo para un desborde que los realizadores filman con tensión y aprovechando dramáticamente los contrastes que permite la iluminación nocturna.

Al igual que Bienvenido, Araucario: una promesa de amor para vencer al horror comienza con un escape en medio del monte que convierte a la vegetación en un elemento de enorme peso dramático: una monstruosidad vegetal con trampas y peligros, aunque no tan graves como los generados por los humanos. Si en la primera quien escapa es un chico de sus inesperados predadores, aquí corren esquivando árboles y tratando de pisar tierra dura dos hermanos que, a fines de la década de 1970, huyen de los tentáculos de la dictadura cívico militar, de los que tienen más de un indicio de que están cerca. Son, como verán ellos desde un escondite, impiadosos con los cautivos, por lo que sólo quedará huir hacia adelante a como dé lugar, sin mirar atrás. Mucho menos sórdida que Bienvenido, la película de Sebastián Korol –también programada en el apartado cortometrajes– narrará cómo las lealtades compartidas deberán ponerse en juego a partir de la acumulación de situaciones límite que deparará un camino sin otro rumbo que la supervivencia.

Pero Misiones es también agua, con sus múltiples ríos y arroyos rodeándola, atravesándola y separándola de Brasil y Paraguay. Es justamente en un pequeño pueblo fronterizo sobre el Río Paraná que transcurre la acción de Vinchuca, de Luis Zorraquín, una de las cinco producciones de la flamante sección competitiva de largometrajes. El término refiere al insecto que oficia de vector de transmisión del Mal de Chagas, pero en el argot policial define a quien oficia como infiltrado. A eso deberá dedicarse Nelson cuando lo agarre la Gendarmería pasando mercadería ilegalmente desde Brasil. No tiene muchas opciones: si no quiere problemas, deberá intentar recolectar información sobre una acaudalada familia cuyo padre es investigado por tráfico de drogas y responderle a un gendarme que hará las veces de tutor.

Vinchuca, de Luis Zorraquín, una de las cinco producciones de la flamante sección competitiva de largometrajes.

Coproducción con Brasil filmada con virtuosismo en las localidades misioneras de Wanda, Puerto Esperanza, Puerto Iguazú y Puerto Libertad, Vinchuca es un relato de iniciación adolescente clásico, a la vez que doble y simultáneo: en el amor y en el universo adulto. Porque Nelson podrá estar en la casa de un supuesto narco intentando detectar cualquier anomalía, pero no podrá evitar bailar, jugar y hasta enamorarse de la hija menor. Poco a poco el cerco irá cerrándose sobre él, obligándolo a tener que decidir entre sus deseos o sus obligaciones, entre lo que querría hacer y lo posible. Zorraquín entiende que es un dilema sin resolución sencilla y apuesta a auscultar con su cámara las dudas de Nelson, interpretado con una solvencia proverbial por Fernando Vergara, de quien cuesta creer que ésta sea su primera película.