Se abrió la puerta y apareció una mujer pequeña orlada de una sonrisa perenne. Cabello rubio a la altura de los hombros y amigable flequillo. Edad indefinible. Es mayor y es pequeña. Su aspecto y su actitud irradian jovialidad. Me remitió a un hada nórdica -su sangre es irlandesa- pero luego comprendí que se asemejaba más a Alicia en el país de las maravillas. No porque aparecieran conejos parlantes o sombrereros locos, sino por los relatos de esta dama que es capaz de convertir un incidente domestico en una conclusión sobre el sentido de la vida o sobre la aceptación divertida y mordaz de la edad provecta.

Me refiero a Rose Farrell, la anti abuela standapera que, en lugar de mudarse a la clase pasiva -como se supone haría alguien que transita la séptima década de su vida- se alistó en la clase creativa. Desde hace diez años, se expone ante público con la sola ayuda de un micrófono y fascina a sus fans.

Siendo joven estudió teatro durante diez años con Norman Briski. Aunque no se dedicó a la actuación. Actualmente hace stand up en “La silla eléctrica. Club de comedias” y otras salas dedicadas a expresiones artísticas de la subjetividad. (@rose_farrellok).

No representa un texto teatral, su inspiración es un tema que la habita y comenta con sabiduría y humor: la vejez. Los cambios desconcertantes que se producen en los cuerpos. ¿Cuándo comienza a costar llegar al segundo estante de la alacena? ¿Cuándo se descubre que no se camina recto por la vereda sino en zigzag?

Rosa dice que, si sale un día y va a tres tiendas, ya le ocurren vivencias propias de la vejez que son divertidas para relatar. Pero hay tres temas autocensurados: la política, la religión y el sexo. Sin embargo -le digo- he visto un show tuyo con un paso de comedia de doble sentido, algo con un picaporte.

¡Callate! -me contesta- eso ocurrió, como todo lo que cuento en público. Resulta que salí al patio del club a fumar mi cigarrillo y creía que estaba sola. Cuando quise regresar, no giré para agarrar el picaporte, estiré la mano para abrir sin verlo. Mentalmente lo ubico a la altura de mi trasero. Pero no lo encontraba, hasta que finalmente, con toda la mano, en lugar del picaporte agarré el bulto de un tipo. Puedo diferenciar sin verlo, ¿no? Menos mal que era un amigo querido, pero a esta edad no sabés en qué momento piensan “uy, está chapita la vieja”. Entonces le dije enfática que me perdonara, que estaba pensando cualquier cosa y él me dijo semi sonriente: ¡cuando guste!

¿Crees que cuando envejecemos -gozando de buena salud y una entrada económica digna- somos más libres?

--Cuando se entra a la vejez se transforma todo y se pierden los filtros. Eso no significa que se puede decir cosas aberrantes, sino que hay más libertad para decir cosas que antes no se decían. Tengo una amiga diez años mayor que yo, me dice la nena. Esta amiga estaba conversando con dos chicas y, cuando llegué yo, me preguntó si estaba de acuerdo en que los tríos es lo mejor que hay. Como le contesté que nunca lo había experimentado, fue presa de indignación. No podía concebir que “la nena” nunca hubiese participado de un trío. Yo pienso que mi vida es interesante, pero al lado de esta mujer veo que he vivido al pedo.

Para redondear la idea replico este pequeño diálogo que mantuve con Rosa respecto de una posible pareja a esta altura de nuestras vidas.

Para Esther, Rose "mete bocadillos inesperados y punzantes o delirantes. Pero siempre verídicos, surgidos de su experiencia y enriquecidos con agudos comentarios". Foto: Sebastián Freire. 


R.F. A mí me gusta la gente que tenga historias para contar.

E.D. Ah, no, a mi gusta la gente que tenga músculos para agarrar.

Estallamos en una carcajada cómplice. Ella tiene diez años menos que yo, así que también para mí Rose es la nena.

Reflexionamos también sobre la opinión negativa sobre el envejecimiento que circula entre personas adultas, sin tomar conciencia que en unos años más, también entrarán en la vejez. Escupen sobre sí mismas, pues si no morimos jóvenes, todas y todos seremos viejas y viejos. “Andamos con nuestro cadáver a cuesta”, sentenciaba Hegel.

Me dice Rose: a mí hay algo que me está molestando mucho, tomemos por ejemplo una circunstancia de la farándula. El señor Mario Pergolini (61) -desde un medio público- pregona que le molestan los viejos. Se la tomó con Alberto Cormillot. Mi intención no es defender a Cormillot, vamos a tomarlo como parte del gremio de la vejez. Al señor Pergolini le molesta que los viejos bailen (el médico de 87 años hace comedia musical). Pergolini expresa una viejofobia escandalosa. Fobia es un trastorno serio, como claustrofobia o agorafobia. Pero, ¿cómo vas a tener viejofobia o gordofobia, es decir, fobia a personas que simplemente cumplen años (como todes) o que no tienen un cuerpo idealmente perfecto (como la mayoría)? Obvio que nadie espera una postura respetable del señor Pergolini, pero lo insólito es que se la dejan pasar, que encima lo aplauden.

Justamente, para hacer más soportables esas actitudes viejistas, ¿vos sentís que haberte dedicado a esta actividad -siendo ya mayor- te hace más agradable esta etapa de la vida?

--Sin lugar a dudas, solo me afecta la espera, cuando debo esperar que otros artistas hagan sus presentaciones. Pero ya estoy insertada en el medio y puedo elegir. Incluso con mi nuevo productor estamos desarrollando proyectos renovados y en varias salas. Suelo hacer un stand up cada quince días, pero según las circunstancias, hago más.

¿Te preguntás qué sería de tu vida de adulta mayor si no tuvieses este estímulo?

--¡Me buscaría otro! Yo me di cuenta que una de las cosas que más me gusta del stand up es la socialización. No soy de salir a juntadas y a esta casa viene poca gente. Pero en los espacios de stand up se forman vínculos muy fuertes. Son vínculos del orden de “nos vemos cuando nos vemos”. Pero cuando nos vemos, se generan conversaciones entrañables, se establecen afectos muy fuertes

Es decir que además de la satisfacción de tu comunicación con el público tenés un espacio afectivo con les colegas.

--Es apasionante, porque tenemos las ocupaciones más disímiles, yo soy profesora de inglés, incluso sigo haciendo traducciones, tenés a otro que es del Conicet o a otras que trabajan en centros que rescatan a personas en situación de calle. El intercambio forja relaciones afectivas sin condicionamientos.

Por lo visto ustedes no necesitan autoayuda.

--Detesto todo lo que sea autoayuda, por eso me llamo La Anti Abuela. Estoy a favor del rencor y de la venganza, son alimentos del alma. Y muchas personas me agradecen por decir lo que ellas sienten, pero no se atreven a expresar.

* * *

La protagonista haciendo stand up es como una heroína desnuda sobre el escenario. Vira entre lo divertido y la batalla para sostener una doble catarsis: la de ella misma y la de su público. Muestra sus alegrías y limitaciones y nos identificamos con ella. Comenta las aventuras y desventuras del transcurso del tiempo. Mete bocadillos inesperados y punzantes o delirantes. Pero siempre verídicos, surgidos de su experiencia y enriquecidos con agudos comentarios. Narra con aparente candidez algún acontecimiento circunstancial y convierte lo desconcertante de sus propias limitaciones físicas en motivo de risa. Su arte del yo hace visible lo invisible. El discurso y la presencia de Rose de pie, sola y despojada producen una exaltación poética del yo, un espectáculo de vejez alegre, mordaz, aguda y rica en conceptos para seguir pensando en reafirmar la vida y alegrarla.