Mussolini: Hijo del Siglo

(M: Il figlio del secolo)

Italia/Francia, 2025

Dirección: Joe Wright.

Guion: Stefano Bises, Antonio Scurati, Davide Serino.

Fotografía: Seamus McGarvey.

Música: Tom Rowlands.

Montaje: Valerio Bonelli.

Intérpretes: Luca Marinelli, Francesco Russo, Barbara Chichiarelli, Benedetta Cimatti, Maurizio Lombardi.

Disponible en Mubi

8 (ocho) puntos

Las imágenes documentales y de archivo, de determinadas épocas históricas, concitan una atención particular; hay algo de viaje en el tiempo, también de invocación espectral. De esos momentos históricos, lo relativo a la Segunda Guerra posee un aura rara; por ejemplo, el abundante material en blanco y negro ha llevado, algunas veces, a recrear esos años desde una misma tonalidad, a la que responden por asociación. Tal vez, el mismo correr de los años haya provocado una disociación extraña y no menos peligrosa, al situar lo visto en una especie de vitrina pretérita, justificada por la textura del fílmico y el sonido, a veces ausente. En todo ello hay riesgos, que podrían separar a la imagen de lo que señala, perjudicando su carácter indicial. Vale decir, ¿qué impacto tienen, para las generaciones actuales, las imágenes de los campos de concentración?

En otras palabras, el estatuto de la imagen cambió; la tecnología digital, la IA, la han puesto en jaque, abriendo posibilidades a otras percepciones. Por todo esto, acercarse a la recreación de determinados tiempos históricos obliga a una discusión estética. Mussolini: Hijo del Siglo, la miniserie de Joe Wright -disponible en Mubi-, debe enfrentar este dilema. Lo hace en la forma de 8 capítulos, dedicados a recorrer la conformación del fascismo y la consagración de su líder, Benito Mussolini, entre los años 1919 y 1925. Está basada en la primera de las cinco novelas de Antoni Scurati, a partir de una puesta en escena que articula realidad, verismo y artificio, en partes iguales.

Ya en su primer capítulo, el dilema entre el registro documental y la recreación queda expuesto, para que la narración proceda desde los recursos de la ficción. Una ficción que declama serlo, con Mussolini -en la caracterización notable de Luca Marinelli- “entrando y saliendo” de ella, de acuerdo con la confidencia que predica. Es decir, este Mussolini es un tipo simpático, que habla al espectador mientras sucede la acción, sin que ninguno de los demás personajes tenga conciencia de esta ruptura de la cuarta pared.

Una disrupción que la serie se permite desde una construcción argumental precisa o clásica; es decir, Mussolini avanza en la trama de su vida desde la elección del racconto, cuyo punto de inicio está en el final: con imágenes de archivo -justamente- que atestiguan sobre la caída del régimen. Como si de un fantasma ululante se tratara, la voz mussoliniana encastra en otro rostro y cuerpo (el de un actor), al que dará cuerda para la puesta en acto de todos aquellos episodios históricos. Ésta es apenas una de las muchas capas de sentido que el director británico Joe Wright conjuga en la miniserie.

Así como su Mussolini nunca dejará de tener un pie puesto en el presente -a veces con guiños inequívocos, como la frase “Make Italy Great Again”-, lo mismo hará con la música: cuando se corresponda con el momento histórico, será diegética, alguien la estará interpretando o escuchando; pero en todo lo demás, será contemporánea y temporalmente disociada (compuesta por Tom Rowlands, de The Chemical Brothers). De esta manera, la serie pareciera funcionar como una sutura entre lo sucedido y el tiempo presente, en el sentido de señalar lo ocurrido como algo no necesariamente perimido.

El británico Joe Wright dirige Mussolini: Hijo del Siglo. 
 

En su elección estética y formal, Mussolini: Hijo del Siglo podrá resultar un registro algo molesto para algunos “puristas”, pero lo cierto es que el cine es siempre recreación y punto de vista; algo que la serie lleva por momentos a una suerte de extremo. Por ejemplo, cuando grafica sobre el procedimiento de tortura con aceite a socialistas, a través de objetos y marionetas, accionados desde una mano invisible, que la voz acompaña de manera didáctica. Para el caso, la plasmación misma de las escenas violentas sugiere un procedimiento similar, pero ya explícito: podría pensarse en un regodeo visual, pero, antes bien, la exacerbación brutal habla de una veta violenta que ha sido liberada de su estado larvario. Mussolini es la llave que les abrió la puerta y tratará, en lo posible, de domesticar a estos perros humanos, desde el juego al que lo obligará el escenario de la política.

Si la política es un escenario -un lugar donde la palabra es obligada-, la confusión entre ésta y la escena teatral será el umbral autoconsciente en el que se mueva la serie, con Mussolini como el eje maestro. Por supuesto, a través de otros y con otros, que son quienes le harán posible este lugar, al que solo no habría podido arribar. Entre ellos está Margherita Starfatti (Barbara Chichiarelli), su amante y biógrafa, quien lo imbrica en mundos como el de la vanguardia futurista: momento que la serie disfruta como un as bajo la manga, con Marinetti (Stefano Cenci) obligado a escuchar el violín desafinado y sin oído de Mussolini. Mayor será todavía la gesta visual que la serie ensaya a partir de la admiración y disenso del futuro “Duce” con el poeta Gabriele D'Annunzio. De igual modo, serán momentos de despliegue particular los que refieren a las participaciones de Mussolini en el parlamento, sus encuentros con el rey Vittorio Emanuele III (Vincenzo Nemolato, todo un “rey petiso”), así como el destrato con su esposa y otras mujeres.

En todo caso y siempre, se respira un aire de humor malsano, que el actor Luca Marinelli exhibe desde un andar gorilesco, de gestos calculados y con un rictus bufón, que sabe dar cuenta, por síntesis, de la mirada que la serie, en su totalidad, ensaya sobre el fascismo y su líder. El desenlace elige una resolución no menos violenta, como lo supone el asesinato del diputado Giacomo Matteotti (Gaetano Bruno). Un crimen que será un bautismo de sangre con la que se ensucien las manos muchos más, cuyo silencio será el aval que necesite el desastre que seguirá.