A esta altura, su imagen podría formar parte de los clásicos marplatenses. Así como la Bristol, la rambla, el puerto, las esculturas de los lobos marinos y los alfajores remiten irremediablemente a la ciudad bonaerense, el nombre de Carlos Rottemberg no desentonaría del todo dentro de ese grupo de imágenes características de “La Feliz”. Al menos tiene sus méritos para dar la discusión. Es que el productor teatral está celebrando las cuarenta temporadas ininterrumpidas produciendo obras en esa ciudad furiosa en verano y apacible en invierno. “Aunque a mi mujer no le guste, yo siempre digo que tengo una doble vida. En Mar del Plata tengo mi departamento, mi grupo de amigos, paso muchos meses al año en esa ciudad. Y hasta debo ser el único argentino que cuando tiene una caries viaja desde Buenos Aires a esa ciudad para que se la arreglen. Paso tanto tiempo en Mar del Plata que podría pedir ciudadanía”, confiesa Rottemberg. Habla con una sobriedad tal que a quien lo escucha se le hace difícil distinguir si se trata de sólo una broma o si piensa seriamente ir alguna vez a golpear las puertas del municipio pidiendo vaya a saber qué papel que lo reconozca como tal.

Las cuarenta temporadas ininterrumpidas armando y desarmando elencos, salas y departamentos son la excusa perfecta para que el productor teatral recorra en su propia historia las características peculiares de Mar del Plata como plaza teatral. Dueño de 14 salas distribuidas entre Buenos Aires y La Feliz, Rottemberg es voz autorizada para analizar los cambios que sufrió la vida teatral en la ciudad costera, desterrar mitos en decadencia y diagnosticar el presente de la actividad teatral argentina. Una charla con PáginaI12 en la que Rottemberg debe agudizar su memoria.

“La primera vez que llegué a Mar del Plata fue para ver de qué se trataba, hacía tres años que había empezado a ser teatrista y quería ver cómo era esa plaza”, recuerda el productor, que en La Feliz es dueño de seis salas. “La primera temporada que hice en Mar del Plata –precisa– fue con Pijamas de seda, con Susana Campos, Rudy Carrié y Carlos Artigas, dirigida por Raúl Rossi. Recuerdo que paré en el Hotel Corbel, que sigue existiendo en Córdoba y Belgrano, y empecé a pispear dónde había algo para alquilar y armar una salita. Caminando, vi un cartel de alquiler en lo que había sido un restaurant, llamado La marmita. Era un primer piso, en Corrientes entre San Martín y Rivadavia. Fui a verlo. Tenía una cocina y dos saloncitos. Alquilé uno de esos saloncitos para hacer Teatro Corrientes. Y alquilé 250 sillas que sirvieron de platea. Recién al siguiente año alquilé la otra sala para hacer también el Corrientes II. Hoy le digo teatro, pero en realidad era Sala Corrientes, porque no tenía habilitación como teatro. Era una habitación grande, con sillas negras básicas, una tarima y en la cocina armamos los camarines. ¡No había refrigeración ni nada!”.

–¿Era todo muy artesanal?

–Muy. En el Hotel Corbel, el conserje se llamaba Ricardo Martino, que al saber que yo estaba con intenciones de abrir una sala, me presentó a su mujer Luisa, que me acompañó a comprar una tela, que ella mismo cosió para hacer el telón. El hijo de ellos, además, terminó siendo el boletero de aquella sala provisoria y estuvo siempre presente en estas cuarenta temporadas. La diferencia es que Ricardo Martino hijo hoy es el apoderado de la empresa en Mar del Plata de todos los teatros. Me gusta la familiaridad para trabajar, aunque en aquél tiempo fue producto de la necesidad.

–¿Cómo le fue aquella primera temporada?

–Una temporada experimental, para conocer la plaza, para medir fuerzas. El principal recuerdo es que la gente se quejaba del calor. Era el verano del ´78-´79, estábamos en dictadura, y todavía había un resabio de consumo de los años previos al golpe. Recordemos que en 1974 hubo que crear una disposición para que en la calle Lavalle, entre Carlos Pellegrini y Florida, se prohibiera la construcción de cines y teatros,  por la cantidad de gente que se agolpaba en los horarios de funciones. Había una voracidad de consumo cultural muy grande durante el gobierno de Cámpora, con las grandes revistas del Astros. Ese resabio todavía existía en 1978, con una Mar del Plata que no había terminado de crecer, seguía expandiéndose. No había terminado de crecer.

–Cuando uno piensa en plazas teatrales, ¿qué criterio utiliza un productor para planificar qué obras llevar a determinada temporada?

–Cuando llegué a Mar del Plata por primera vez, algunos productores que eran habitués de la plaza me dijeron: “los actores se juntan en Constitución, ensayan en el tren, llegan a la estación Camet de Mar del Plata y debutan esa misma noche”. Esa es la mejor radiografía de la improvisación teatral. Así se pensaba la producción teatral en Mar del Plata hace 40 años.

–Un esquema que se manifestaba con lo que pasaba arriba del escenario, entonces...

–Mar del Plata se fue desarrollando como plaza teatral con el tiempo. Hay otra imagen que sirve para describirla: los decorados de las obras no podían ser más grandes que las dimensiones de las puertas de los teatros de entonces. ¡Ni siquiera se armaban los decorados dentro de la sala! Recién en la década del ochenta se empezó a pensar que otro tipo de obras podían andar bien en Mar del Plata. En mi caso, en 1980 decidí llevar Segundo tiempo, de Ricardo Halac; con Tito Cossa hicimos El viejo criado; con Carlos Gorostiza hicimos Papi. Era raro llevar ese teatro a Mar del Plata. No eran las obras que se solían llevar. Pero me empezó a ir bien. A tal punto que en el verano del ´86 fue un golazo la primera versión de Made in Lanús, con Luis Brandoni, Martha Bianchi, Leonor Manso y Patricio Contreras. Siempre fui de romper las recetas. Tal vez por el deseo vivo de renovar la cartelera, de darle opciones al público. No hace tanto daba una revista en un teatro con Carmen Barbieri, y a media cuadra El precio, de Arthur Miller, con Pepe Soriano. 

–¿Es un mito eso de que en Mar del Plata los turistas sólo quieren entretenerse y reírse cuando van al teatro?

–Hace 30 años era así, hoy ya no. Manuel de Sabattini, Darío Víttori, la familia Carreras, los galanes (Rodolfo Bebán, Guillermo Bredeston y Claudio García Satur), los galancitos (Ricardo Darín, Raúl Taibo, Carlos Calvo, Fabían Vena), las temporadas de Sofovich, la revista con Moria Casán, Susana Giménez, Alberto Olmedo y Carlos Porcel que se llamaba No rompan las olas y cómo les iba bien al año siguiente le ponían Seguimos rompiendo las olas... Era una plaza bien popular, que apelaba a la fórmula. Las obras de texto empezaron a encontrar un nicho de público recién a mediados de los ochenta, no como para salir primero en recaudaciones, pero sí para hacer una buena temporada. Recuerdo que el 1 de enero de 1986, cuando debuta Made in Lanús, no lo hace con la sala llena. Sin embargo, me había gustado mucho la obra y me había llorado todo. Recuerdo que fui al camarín y esa misma noche les propuse cerrar la segunda temporada de la obra en el verano del ´87. Porque esa era otra costumbre: antes no se repetían los espectáculos. Made in Lanús la hicimos dos temporadas seguidas, después superada por Brujas, con la que hicimos nueve en total. Después se hizo costumbre.

–La ciudad de Buenos Aires es una de las capitales del mundo con más actividad teatral y posee un espectador teatral habituado y formado. Si tuviera que definir a Mar del Plata como plaza teatral, ¿cómo lo haría?

–Mar del Plata es el reflejo más fiel de nuestra clase media. Siempre digo que ni la gente muy rica ni la gente muy pobre va al teatro comercial. En el caso de la gente más humilde, en Argentina y en el muindo la entrada al teatro sigue siendo onerosa. No es su prioridad, ni siquiera una opción. Por eso es importante el apoyo de los Estados, sean nacionales, municipales o provinciales para brindar lo que el privado no va a poder dar. Y en la caso de los muy ricos, o no les interesa la actividad, o si les interesa tienen algún contacto para manguear las entradas, por lo que no las pagan. La temporada de Mar del Plata es una radiografía inmediata de la situación de nuestra clase media. Si a la clase media le va bien económicamente, Mar del Plata luce en el verano. Si la economía golpea en la clase media, la temporada es floja. Sobre todo para el teatro.

–¿A esta altura, a Mar del Plata le pesa mas el mito de la estigmatización “popular” que la realidad de su oferta y calidad teatral?

–Desde el punto de vista teatral, desde hace tiempo que Mar del Plata se convirtió en un corredor artístico de ida y vuelta con Buenos Aires. Los títulos de una cartelera y otra ya son muy similares. Mar del Plata ya no es una ciudad que trabaja en verano de “taquito”, o con “lo que haya”. En Mar del Plata, solo un 16 por ciento del volumen de público va al teatro privado. Esa es una gran diferencia con Villa Carlos Paz, donde tiene más brillo la actividad privada teatral porque es la única. No hay recitales, no hay un cine, no hay eventos deportivos, no hay museos. En Mar del Plata hay 16 pantallas de cine, recitales gratuitos y pagos, eventos deportivos, más de 20 museos, dos docenas de teatros independientes, un teatro municipal (Colón) y otro provincial (Auditorium), un par de circos con oferta permanente. En Mar del Plata, una temporada floja como la última, en la que 1,8 millones de personas compraron una entrada, no luce tanto. Sólo el Museo del mar, que es gratuito, llevó 500 mil espectadores. Mar del Plata es la capital del espectáculo por la oferta cultural que tiene la ciudad. Salvo Buenos Aires, no existe otra ciudad en Argentina con la oferta cultural de Mar del Plata en verano.

–Sin embargo, la temporada pasada no fue buena para el teatro. De hecho, usted tuvo tres salas cerradas.

–-Hay varios factores que inciden y que no se pueden soslayar. Uno, claro está, es el económico, que tiene un peso importante para que el publico pueda o no ir a al teatro. Por otro lado, hay un cambio en los destinos turísticos y nuevas formas de vacacionar. Hoy se viaja por menos tiempo que antes, no hay tanto turismo de toda la temporada. Y hay muchas posibilidades turísticas en Argentina y en el mundo. También es cierto que durante años Mar del Plata se durmió en sus laureles de su época de oro. Desde hace 15 años desaparecieron las notas positivas sobre Mar del Plata. Se habla más de los problemas que de sus bondades. Hace dos años, en 2015, recuerdo un domingo a la noche en el que América TV y El Trece daban informes al mismo tiempo sobre el hecho de que Mar del Plata era –junto a Rosario– “la ciudad más peligrosa del país”. En 2017, ahora resulta que para esos mismos medios se trata de “la ciudad más segura del mundo”, porque si Corea del Norte tira un misil es donde menos afectaría. 

–¿Cuántas salas de las seis abre este año en Mar del Plata?

–Este año abrimos todas, pero lo hago más con el corazón que con la cabeza. Para mí fue mejor el 2017 con tres cerradas que en 2016 con todas abiertas, en términos económicos. La crisis hace que ante la imposibilidad del público de pagar una entrada, uno tenga que dejar de producir. Eso es lo que hice el año pasado y me fue mejor que el anterior. Pero a mí esa idea de que trabajando menos me fue mejor que trabajando más, no me gusta. Me siento mal. Por eso me definí hace muchos años más como “teatrista” que como “empresario”. Si fuera empresario, en este momento no abriría todas las salas en Mar del Plata ni tampoco me hubiese metido en la remodelación y modernización del teatro Tabarís. No entra en la cabeza de nadie. Privilegio el teatro ante cualquier otra cosa.

–¿Cuál es la diferencia que usted percibe entre un “empresario” y un “teatrista”, como se define usted?

–Es fácil: si sos empresario, en estos momentos con la plata que tenés comprás Lebac. Es una inversión segura y con buena ganancia. Para el teatrista esa no es un opción. El teatrista invierte su dinero en el teatro. Se pone contento cuando gana porque sabe que puede seguir produciendo. Si uno no puede ver por encima de la taquilla, no es teatrista. Es muy simple.