Mal viver / Viver mal                     7 puntos

Portugal/Francia, 2023

Dirección y guion: João Canijo.

Fotografía: Leonor Teles.

Montaje: João Braz.

Intérpretes: Anabela Moreira, Rita Blanco, Madalena Almeida, Cleia Almeida, Vera Barreto, Nuno Lopes, Filipa Areosa, Leonor Silveira.

Duración: 127 y 124 minutos respectivamente.

Estreno: Sala Leopoldo Lugones, Teatro San Martín. Días y horarios, aquí

No deben ser muchos los casos en la historia del cine en los que un realizador plantea un díptico en el cual una historia y sus personajes puedan verse vis a vis, como dos espejos enfrentados. Uno es el de Smoking y No Smoking (1993), del francés Alain Resnais, basado en dos piezas teatrales casi gemelas del dramaturgo británico Alan Ayckbourn, con Sabine Azéma y Pierre Arditi, en el cual una simple decisión –fumar o no fumar- tiene consecuencias muy distintas para la pareja protagónica. Y el otro es el díptico Mal viver y Viver mal, del cineasta portugués João Canijo, que la Sala Leopoldo Lugones y la distribuidora lusitana Vaivem presentan a modo de estreno porteño, dos años después de haber participado simultáneamente en dos secciones competitivas de la Berlinale 2023, donde en una de ellas, Mal viver, se llevó el Oso de Plata del jurado.

Como sucedía en el doblete de Resnais, el de Canijo también parece responder a una estructura dramática teatral, con un único espacio como escenario, en este caso un bello hotel costero en decadencia, que resiste estoicamente los embates del tiempo y la falta de mantenimiento, por escasez de turistas y recursos. Pero si en Resnais el espíritu era lúdico y ligeramente festivo, en Canijo en cambio prevalece el espíritu del pathos y la melancolía, como si el realizador portugués hubiera ido a buscar su inspiración a Escandinavia, en el teatro de August Strindberg (¿Pelícano, donde una madre devoraba simbólicamente a sus hijos?) a través del cine de Ingmar Bergman.

En Mal vivir, tres mujeres de una misma familia –hija, madre y abuela- le ponen más energía a sus conflictos, larvados o explícitos, que a la recuperación del hotel familiar que tienen a su cargo y que les pesa como si fuera una penitencia. La hija adolescente Salomé (Madalena Almeida) acaba de regresar del funeral de su padre y será su abuela Sara (Rita Blanco) quien la estimule –con métodos a veces perversos- a sacudir la depresión permanente en la que malvive Piedade (Anabela Moreira), madre de Salomé. Nadie parece libre de rencor en esa familia sin hombres.

Alrededor de ese traumático cosmos femenino (las actrices son extraordinarias) orbitan los pocos pasajeros que todavía tiene el hotel, poco antes del fin de la temporada. Y si en Mal vivir los huéspedes son apenas figuras secundarias, en Vivir mal ocuparán en cambio el proscenio para dejar a la familia propietaria casi en las bambalinas, en un preciso mecanismo de relojería por el cual lo que el espectador ve en un film corresponde al mismo tiempo dramático del segundo, pero asiste a dramas distintos, todos sin embargo signados por lo que el director Canijo llama “vínculos intensos” entre madres e hijas. “Quería hablar sobre la ansiedad y sobre cómo las madres transmiten sus ansiedades a sus hijas. Se trata del legado que dejan las madres y cómo pueden hacer la vida de sus hijas miserable”, se explaya el cineasta en el programa de la Lugones.

Otro elemento de cohesión entre ambos films es su espacio dramático, ese hotel de un exquisito modernismo tardío, cuyas ventanas de piso a techo semejan pantallas en las cuales se desenvuelven simultáneamente distintos dramas. Con la colaboración de la directora de fotografía Leonor Teles, que trabaja una sofisticada paleta de colores otoñales, acordes a la decadencia del lugar y sus personajes, Canijo plantea una puesta en escena grave y estática en Mal vivir –cámara fija, en su mayoría planos generales y medios- para ofrecer en contraste un planteo bastante más dinámico en Vivir mal, donde la estructura es más abierta y se despliega la intimidad de tres habitaciones. Nunca quizás el concepto cinematográfico de campo y contracampo -el espacio visible dentro de los límites del encuadre de la cámara y su punto de vista inverso- fue explorado de una manera más exhaustiva y radical. Toda una experiencia.