El conductor tiene unos 70 años y no sabe qué pasa hoy en el Parque de la Ciudad. Solo sabe que la calle es un quilombo: "Lo mejor es dejarte acá, pibe". Es el mismo revés que sufren decenas de otros que se bajan en masa de taxis, autos de papá o colectivos para emprender la procesión hasta Roca, una de las avenidas que delimitan el cuestionado Parque de la Ciudad, el ex parque de diversiones que fue objeto de críticas en redes por cuestiones de accesibilidad y de seguridad. En las cuadras que hay que transitar para llegar a la entrada se observan algunas pinceladas de los asistentes y personajes laterales de este recital: hay acentos extranjeros, una cantidad ingente de policías, disfraces de Halloween (un Robin Hood, una Cruella de Vil versión 2021) y hay también cuellos, hombros, antebrazos y mentones totalmente cubiertos por tinta.

Linkin Park vuelve a Buenos Aires siete años después de la muerte de Chester Bennington. El suicidio del vocalista –cuestionado por algunos, convertido en conspiración por otros– dejó a la banda en una larga pausa hasta 2024, cuando anunciaron disco nuevo, From Zero, y estrenaron vocalista: Emily Armstrong, ex Dead Sara. La polémica no tardó en llegar. Jamie Bennington, uno de los hijos de Chester, salió a decir que la banda había "traicionado la confianza de los fans". Que la reemplazante sea una mujer no ayudó: en una banda históricamente masculina, construida sobre la voz desgarrada de un tipo que cantaba como si estuviera a punto de romperse, el cambio se sintió como una traición.

Y sin embargo Armstrong sale al escenario y no le tiembla el pulso. Con una peluca, una camiseta de Maradona y anteojos de sol, arranca con "Somewhere I Belong", y lo primero que queda claro es que no vino a imitar a nadie. La voz tiene potencia, claridad, alma. Puede bajar a graves considerables –quizás en un intento de acercarse a ese registro perdido–, pero sabe no abusar del recurso. "I let you cut me open just to watch me bleed / Gave up who I am for who you wanted me to be", canta en "The Emptiness Machine", el primer tema que estrenaron con la nueva formación. Es un himno instantáneo, con un coro de furia hecho para poguear y gritar, el tipo de canción que en un primer momento hace dudar: ¿esto es nuevo o un clásico que nunca escuché? Lo mismo pasa con "Heavy is the Crown", otro tema de From Zero con un estribillo pegadizo que la multitud ya sabe de memoria.

El show avanza en cuatro actos –más el encore– con 27 canciones que no son ni un desfile de hits ni un plug descarado del disco nuevo. Más bien es un recorrido por los temas sentimentales y melancólicos que caracterizan a la banda: decepciones, autodescubrimiento, la urgencia de transformar el dolor en fuerza, la incapacidad de lograrlo. Hay espacio también para un cover de Fort Minor, el side project de Mike Shinoda: "Where'd You Go", que suena a la mezcla entre una balada y un rap clásico de Eminem y que se beneficia enormemente de la voz sedosa de Armstrong. La versión de "Burn It Down" que sigue tiene arreglos electrónicos que funcionan sorprendentemente bien. La cantante Poppy (telonera junto a los locales DENY) sube para "One Step Closer" y la colaboración funciona como el desahogo que faltaba, la válvula que por fin se abre.

Pero recién con "Casualty" se desata el caos de verdad. La multitud –más numerosa que la de un Movistar Arena, menos que la de un River– se despierta y arma el primer pogo masivo de la noche. Hasta entonces, salvo en el pit, la actitud del público había sido gélida. Es un síntoma del panorama actual de los recitales: cada vez hay más asistentes casuales, gente que vino porque está de moda, porque quiere pertenecer, por la experiencia.

Pero hay tramos del set en los que se nota que la banda pone piloto automático. Los pasajes de rap, por ejemplo, son los menos inspirados. Durante "Remember the Name", uno de los pocos momentos en los que la banda interactúa directamente con el público, Shinoda se acerca a la valla para rapear el tema de Fort Minor a centímetros de un grupo de adolescentes que lo miran desde abajo. Algunas siguen fragmentos de la letra, otras están totalmente perdidas, embobadas por la peligrosa cercanía con su ídolo. Hay algo casi cómico en la escena: un estadounidense rapeando sobre porcentajes de esfuerzo y dedicación a tres metros de pibes latinoamericanos que probablemente están pensando en cómo volver a sus casas desde Villa Soldati.

El recital es correcto, profesional, sin demasiada magia pero con mucho oficio. Linkin Park ya no es la voz de una generación. Es, más bien, el cancionero de un enojo emo de los 2000 que algunos todavía necesitan escuchar de vez en cuando para recordar que, en algún momento, gritar parecía estar cerca de la salvación.

Fotos: Alejandra Morasano


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