La marcha 34 fue una de las más granded desde 1992. Esto genera alegría y preguntas en el medio de las persistentes dudas y sospechas que los partidos políticos tienen, a pesar de su presencia en la manifestación, sobre qué significan una protesta con baile y glitter. Esas mismas dudas estuvieron en las primeras marchas cuando se llegó a prohibir, por ejemplo, la presencia de empresas y hasta cuestionar la visibilidad que tenían las trans sobre los otros grupos.
Esta marcha es una construcción en la que decantan debates de los más variados y cuyo resultado está a la vista: millón de personas sueltas lgbt+ y heteros convocades por su cuenta y consignas consensuadas que incluyen varios reclamos como fue el rechazo del genocidio del pueblo palestino por parte de Israel, la crítica al ajuste y el pedido de libertad a Cristina Fernández de Kirchner.
El Orgullo es una construcción lenta y siempre en disputa sobre los objetivos y los métodos de grupos de interés, frentes de la diversidad en gremios y partidos, y los cada vez más reducidos ámbitos de gobiernos que abordan las nuestras agendas. En esta última consideración encuentro una clave de un debate necesario para el movimiento lgbt+ y para las dudas y sospechas de las maquinarias políticas. Como todos sabemos estamos bajo la bota de un gobierno civil de ajuste y represión votado por el pueblo argentino, muchos de los cuales, no puedo arriesgar cifras, participaron de la marcha pero sin ninguna identificación visible.
Esta disonancia alienta a los críticos facilongos de escritorio a descargar pareceres conscientes e inconscientes sobre la propia marcha, cuando, por el contrario, podría leerse este fenómeno como un punto de fuga para nuevas interpretaciones e intervenciones en la construcción de una nueva sensibilidad que actualice la política y en especial la de derechos humanos.
¿Cómo explica un votante de la derecha o ultraderecha en Argentina su presencia en la Marcha? Seguramente podrá responder que lo hace en nombre de la libertad. Frente a esta afirmación hay dos caminos: insultar o llevar a la contradicción. Y, a mi parecer, es esta segunda opción por la que debemos optar en términos personales y colectivos: recuperar la bandera de la libertad como esencial para toda política igualitaria.
Demostrar que en la historia argentina lo que se presenta como liberalismo siempre fue conservadurismo rancio o fascismo.
Juan Bautista Alberdi, estampita sacra de la derecha local, escribió en los años de su vejez, 1863 para ser más exactos, su libro Del Gobierno en América del Sud. Dice allí en un apartado bajo el título Curioso liberalismo: “Todo ese liberalismo busca la libertad en la depreciación o disminución del Gobierno, es puro charlatanerismo y vergonzosa ignorancia de las condiciones que hacen existir la libertad”
¡Yapeu, pensador del Tucumán!
Si nos puede escuchar le avisamos que lo van a acusar de irresponsable fiscal. Estamos en una coyuntura crucial en la que debemos repensar cuál será el modo en que volveremos audible y vivible una práctica cívica que no crea que los derechos humanos son la repetición sin fin de gestos y consignas y que de eso depende no solo una vida digna, sino también nuestra supervivencia.
![function body_3(chk,ctx){return chk.f(ctx.getPath(false, ["author","title"]),ctx,"h");}](https://images.pagina12.com.ar/styles/width470/public/media/users/1866/flavio-rapisardi.png?itok=qJG9R119)




