La vergüenza es un afecto crucial en la práctica analítica. En principio, porque es un indicador prístino de la división subjetiva, al punto de que el sujeto avergonzado vacila en la situación de sentirse descubierto y, eventualmente, se detiene en su decir y calla. Por lo tanto, a primera vista, la vergüenza pareciera una especie de obstáculo concreto para el cumplimiento de la regla fundamental del psicoanálisis, la asociación libre, ya que facilitaría cierto “disimulo” por parte del analizante. En estos términos lo entendía Freud cuando se refería a la “insinceridad consciente” que puede estar a la base del carácter fragmentario y reticente del discurso del neurótico.

Vergüenza, timidez y pudor

No obstante, cabría preguntarse si acaso la timidez y la vergüenza realizan la misma contribución, cuando podría pensarse que no son idénticas entre sí. Asimismo, podría añadirse un tercer elemento en la consideración y pensar, por ejemplo, en el pudor. ¿Cuáles son las coordenadas estructurales de la vergüenza, la timidez y el pudor?

En sus Tres ensayos de teoría sexual, Freud se refiere en diversas ocasiones a la vergüenza, como una de las resistencias ante la pulsión, esto es, como uno de los diques psíquicos que se constituyen en el período de latencia y que inhiben la sexualidad, al punto de calificar a la vergüenza como una formación reactiva. Vergüenza, asco y escrúpulos morales son el saldo de este modo de sublimación; y, entonces, cabe preguntarse si acaso el asco no indica una referencia indirecta al pudor, es decir, la violencia ejercida contra el pudor suele producir ese efecto: con estas coordenadas podría considerarse el síntoma del asco en el caso Dora, cuando el Sr. K. le solicita que lo espere junto a la puerta que daba a la escalera y, a al pasar, junta su cuerpo contra el de ella y le estampa un beso que produce, en la joven muchacha, un “violento asco” (Freud, 1905, 26). Podría pensarse que esta escena demuestra que el pudor (al igual que la vergüenza) también requiere de la participación del otro, pero sus coordenadas serían distintas.

Si en la vergüenza la barra recae sobre el avergonzado de modo directo, frente al sentimiento de sentirse mirado, en el pudor es precisa una condición suplementaria: que el otro actúe una forma de transgresión (incluso cuando dicho acto no sea más que la realización de un deseo). En estos términos puede entenderse una referencia de Lacan en “Kant con Sade” (1962), cuando sostiene el carácter amboceptivo del pudor, que para ser violentado en uno no necesita más que un acto en el otro.

De este modo, el asco (el ataque al pudor) es un efecto de la presencia ante un modo de satisfacción en el otro, un supuesto goce en el Otro, que no puede reconocerse como propio. En la vergüenza, en cambio, la división del sujeto tiene la dimensión de lo in fraganti, de una revelación súbita de la intimidad, en la que es sorprendido un goce escondido o un deseo inesperado.

Por último, respecto de la timidez, cabría añadir que se trata de una posición subjetiva que prácticamente no ha sido estudiada en psicoanálisis, con la excepción de unos pocos artículos, entre ellos, uno de Winnicott (1938), quien distingue una timidez normal (ligada, eventualmente, a la retracción de un duelo) y una patológica, o sintomática, vinculada a cuestiones persecutorias. En este último caso, la timidez responde a temores de ser perseguido –nuevamente, es la dimensión omnipresente de la mirada la que se pone en juego.

La mirada de la vergüenza

En la clase del 17 de junio de 1970, en el seminario 17, Lacan presenta la idea de una “vergonzontología”, neologismo que juega en francés con los términos “vergüenza” (honte) y “ontología” (ontologie). Para el psicoanálisis, la ontología se defrauda en la vergüenza, en la medida en que el estudio del ser del sujeto siempre queda confrontado con la falta, dado que el significante no puede decir su ser íntimo, aquella satisfacción a la que está fijado y, ocasionalmente, desconoce.

En este seminario, Lacan articula la vergüenza con el discurso universitario. En términos generales, el discurso universitario puede ser definido a partir de la imposición del trabajo de tener que develar las coordenadas que un saber encubre. No obstante, y esto es lo que diferencia esta estructura del discurso del Amo (en el que el saber se encuentra expuesto), lo que se produce en el discurso universitario es la división subjetiva de aquel que, en posición de objeto, no hace más que verificar su falta respecto de este saber. El que quiere saber (o, mejor dicho, quien debe saber), todo el tiempo descubre, como su verdad, que no sabe (tanto como lo esperado). Y esto también obedece a motivos estructurales, ya que el discurso universitario tiene como agente la represión de las coordenadas del saber en cuestión.

No obstante, esta perspectiva no permite avanzar respecto de la articulación entre mirada y vergüenza, a pesar de que la relación entre vergüenza y mirada es presentada por Lacan desde el comienzo de su enseñanza. Así, por ejemplo, en el Seminario 1 se afirma la idea de una “fenomenología de la vergüenza, del pudor, del prestigio, del temor particular engendrado por la mirada” (Lacan, 1953-54, 314). En este contexto, el referente específico para dar cuenta de la cuestión es J.-P. Sartre y el apartado “La mirada” de El ser y la nada (1943).

El “ser descubierto” de la mirada es sólo un modo de respuesta ante la mirada del otro; también podría haberse pensado en el orgullo (y así lo propone Sartre, junto con la posibilidad del miedo), como una forma de responder a la división subjetiva de la mirada.

La vergüenza es un modo de respuesta ante la mirada del Otro. No obstante, la mirada no es la visión de un semejante concreto, sino que plantea una trascendencia respecto del partenaire especular y supone una nueva dimensión: el otro como objeto de semejanza, o de eventual agresividad, queda suspendido, entre paréntesis, y el sujeto queda reducido a un objeto para alguien que no es o, mejor dicho, para Otro que es “pura libertad”, como la que tiene la mantis religiosa en el ejemplo propuesto por Lacan en el seminario 10 para hablar de la angustia.

En este punto, podría decirse que la vergüenza supone un pasaje por la angustia, propio de la división subjetiva, pero también es una respuesta a esta última, en la medida en que hace consistir un modo de satisfacción en que el sujeto se reconoce como descubierto. En última instancia, lo que cabría añadir es que dicho “dar a ver” se realiza ante una forma indeterminada del Otro. “¿Qué va a pensar de mí?”, suele preguntarse el avergonzado.

En un artículo como “El creador literario y el fantaseo” (1908) Freud ya se había referido al paseante que camina por la calle envuelto en sus ensoñaciones, con una sonrisa dibujada en el rostro. Se trata de una situación harto conocida, a la que cabría añadir el detalle de que estos fantaseadores suelen esconder sus gestos al caminar (miran para abajo, desvían la mirada, etc.). Ahora imaginemos la posibilidad de que uno de ellos sea sorprendido e interrogado por alguien que le dijera: “¡Qué bonito reírse de esas cosas!”. El efecto no se dejaría esperar: la más inclemente vergüenza inundaría el rostro del sujeto. Esta intervención, que se yergue como una referencia a un saber supuesto en el Otro, restituye el goce de la mirada. En todo caso, podría decirse que si el goce de la visión consiste en la metonimia de apuntar a lo que no se ve (a través de un develamiento continuo), la mirada (en este caso, a través de la vergüenza) es una forma de restitución del objeto perdido. He aquí el goce del vergonzoso.

* Psicoanalista, doctor en Psicología y Filosofía por la UBA. Coordinador de la Licenciatura en Filosofía de UCES. Este texto es un anticipo exclusivo del libro El goce de la mirada. Acting out, sueño y recuerdo encubridor editado por Nube Negra.