La sensación de inseguridad es un sentimiento que atraviesa a toda América Latina. A pesar de las diferencias en tasas de delitos, a pesar de los variables índices de pobreza. El miedo a ser víctima de un delito guía las acciones, desvelos y pesadillas de millones de ciudadanos y ciudadanas de la región, alimenta los negocios de la seguridad y también los de los medios de comunicación. “Lo que ha generado el problema de los miedos es que mataron la confianza en el otro. Eso es terrible. Una sociedad que pierde la confianza en el otro se vuelve muy individualista. Cada uno piensa que el mundo es una guerra”. Quien habla es Omar Rincón, comunicador colombiano que compiló junto a Brenda Focás, estudiosa de medios argentina, el libro (In)seguridad, medios y miedos: una mirada desde las experiencias y las prácticas cotidianas en América Latina. ¿Qué rol tienen los medios de comunicación en la reproducción de los miedos? ¿Cuánto hay de realidad y cuanto de relato en la construcción de la inseguridad? ¿Y cómo hacer para encontrar soluciones efectivas a un problema por el que siempre se reclama en la urgencia y requiere abordajes profundos? Son algunas de las preguntas que aborda el trabajo y que guían esta entrevista.

En el diálogo incluso los autores esbozan una propuesta para el ejercicio del periodismo (ni inocente ni culpable, en el complejo mundo de la construcción de subjetividades acerca de la inseguridad): “Como periodistas deberíamos pensar si está tan bueno producir las emociones de miedo y odio. Si no hay otro tipo de emociones que se puedan proveer respecto a esto. Habría que buscar otras miradas, otros formatos, otras narrativas.  Y creo que hay aportes brillantes por ejemplo de la perspectiva de género, de cómo mirar desde otro lugar. Qué pasa si cambiamos el lugar de mirada y nos dejamos de mirar desde un lugar de blancos, masculinos, capitalistas, de competencias, de miedos, de hombres que van a la guerra”, propone Rincón. 

–¿Cómo definen la inseguridad?

Brenda Focás: Recuperamos del prólogo de Cristian Alarcón la idea de la inseguridad como una vulnerabilidad compartida. Eso es un hilo conductor en el libro, más allá de que tenga distintas concepciones semánticas en distintos países.

Omar Rincón: La frase “experiencia compartida de vulnerabilidad” es más bonita porque nos pone a todos igualmente vulnerables. Pero ya se definió hace años que era una ciudadanía del miedo, la inseguridad es como una especie de ideología para gestionar los miedos de una sociedad y a partir de eso surge un pensamiento que es el “segurismo”. Pretendiendo que haya seguridad tú cedes derechos humanos, derechos sociales, derecho a la intimidad… a nombre de ganar un bien intangible como es el del segurismo.

Entonces la inseguridad es la experiencia compartida de vulnerabilidad que se expande a partir de miedos públicos socializados por los medios y los políticos, y rentabilizados por la política, sobre todo por los gobiernos de derecha, porque ellos se arrogan el derecho de que sí saben trabajar los problemas de los miedos y como un negocio muy productivo.  En el fondo esto nos lleva a perder de vista las ganancias de la modernidad de la democracia, queremos ceder todos nuestros derechos en nombre de que nos protejan. Somos como sociedades niñas que queremos ser protegidas por el matón del pueblo. Entonces (a la definición le sumamos) afincamiento de valores premodernos como familia, dios, tradición, propiedad, control de cuerpos y violencias.

–¿Cómo aparece la violencia de género en ese escenario? ¿La consideran una cuestión de inseguridad, porque también contiene una lógica del miedo, de no salir, no hacer esto o lo otro?

B. F.: Hay investigaciones que muestran que el género es una variable que claramente condiciona la vulnerabilidad. Las mujeres en general tienen más temor a un ataque sexual en la calle a que la roben. Lo que miden estudios lo presentan como una paradoja. Dicen: las mujeres y los ancianos son los que más temor tienen aunque estadísticamente son los que menos sufren la victimización. Ahí se ve la percepción e inseguridad. Son dos cuestiones distintas. Hay también una invisibilización de lo que es la violencia de género.

O. R.: El bien mayor de la seguridad invisibiliza las otras escalas de vulnerabilidades que hay. Porque la vulnerabilidad aumenta en las mujeres, en sectores populares, en las razas y en las sexualidades nuevas. Entonces de alguna forma, son vulnerabilidades más específicas que no son tomadas en cuenta porque hay un bien superior que es el de la seguridad. Pero sin embargo cuando se va a ver: el que delinque es el popular, hay un concepto de clase, de defensa de las elites y lo blanco; si aparece una persona negra o un indígena puede ser el que delinque; si aparece un transexual también... No solo se les niega el derecho a la vulnerabilidad sino que se les asigna el lugar del peligro, del miedo. Entonces uno se pregunta a quién defiende el segurismo: a los hombres, blancos, poderosos, que son los que están asustados. La seguridad se volvió también como hablar del clima, es una manera de participar de los relatos cotidianos de la vida. Es un tema que nos habita, respecto a la inseguridad todos decimos tener un tipo de experiencia. A mí me han robado hace 40 años pero entonces si alguien comenta, yo comento sobre esto. Es una manera de participar de la vida pública.

–En uno de los artículos dicen que hablar de estos miedos nos conecta con alguna necesidad básica del ser humano de revivir rituales de miedo.

O. R.: En todas las culturas, la educación ritualística se cuenta a partir de historias miedosas. Los cuentos de miedo son moralizantes. Si yo hago un manual de cómo moverse por Buenos Aires, estoy moralizando sobre la ciudad: no vayas donde estos negros, no te metas en este sitio porque está la gente que vive en la calle, vive en el country porque allá estás más protegido. Entonces comenzamos a armar toda una zoología de leyendas. Pero esas leyendas siempre han existido como una forma de normalización de las sociedades. Por eso hay que evitar el moralismo clásico: es culpa de los medios. Tampoco es culpa de los medios. Si uno quitara la violencia de los medios, ¿las sociedades se volverían pacíficas? No. No es un efecto automático. Los medios aprovechan para generar el negocio.

B. F.: Cuando pensamos el libro la idea fue sacar el sello de culpables a los medios e indagar en cómo esa forma de construcción noticiosa incide en la vida cotidiana pero también como se cruzan medios con experiencias, con prácticas. Quizás incide más en la experiencia de temor que le hayan robado a un vecino, que lo que los medios dicen. Por otro lado, no podemos pensar a los medios sin ligarlo a la precarización del trabajo periodístico, de las rutinas de información. Por ejemplo, la reiteración de las noticias tiene que ver con que hay dos móviles, cubren dos robos y eso se pasa todo el día. Entonces no subestimar a los medios pero tampoco sobreestimarlos.

O. R.: Y también tiene que ver con una cosa importante para el periodismo y la política, que se percibe distinto en contextos distintos. O sea, en una sociedad acostumbrada como Colombia a la guerra, nosotros somos unos sobrevivientes natos. En cambio a una ciudad como Buenos Aires, que no tiene esa experiencia, cualquier acto la vuelve mucho más vulnerable a través de la experiencia pública. Pero también el contexto de narración mediática es distinto. En Colombia no tenemos canales de 24 horas de noticias, como tienen ustedes. Acá entonces puede que haya sido un muerto, pero se reprodujo en cinco canales, 24 horas del día y te invade en la cafetería, por todas partes. Aquí la inseguridad como relato simbólico te llega cuando tomas el café, eso no pasa en otras partes. Ese contexto mediático, cultural, el uso político del inmigrante, comienzan a crear un contexto que lo convierte en un problema fundamental. Por eso decía que es importante mirar la perspectiva política del manejo de los miedos. La de la derecha: protejamos la familia, policía, autoridad, orden, control, lucha frontal. En cambio, el progresismo o algo más democrático, dice: primero los derechos, el ámbito colectivo, el ciudadano. No se trata de un problema, como dice este gobierno, de vecinos. Es un problema de construcción colectiva de derechos de ciudadanos. Hay una diferencia en tratar a un ciudadano como vecino... porque ahí no hay derechos, tiene una ubicación espacial, se despolitiza. 

–Ahora hay todo un relato atractivo de lo narco en programas…

O. R.: También hay “miedos cool”. Las series nuevas que a todo el mundo nos encantan son miedosísimas, son una manada de héroes ambiguos, oscuros, que te roban la identidad, la personalidad. Ya no es un miedo externo, trabajan con tu subjetividad.  Black mirror, Dexter. Otra cuestión que dicen los estudios sobre el miedo es que moralmente todos creemos que yo soy bueno y superior a mi vecino. Entonces construyo una autoimagen: yo sí se dirimir, yo sí sé… pero el otro es corrupto, ladrón, chorro. Lo que ha generado el problema de los miedos es que mataron la confianza en el otro. Eso es terrible. Una sociedad que pierde la confianza en el otro se vuelve muy individualista. Cada uno piensa que el mundo es una guerra.  Y en un país como Argentina que tiene tanta vida comunitaria, con clubes de barrio, puede perder el tejido social.

–¿Cómo viven la inseguridad las personas de los barrios que son señalados como inseguros?

B. F.: Celia Polesel, investigadora brasileña, hizo un estudio de recepción en un barrio precarizado y lo que encontraba cuando pasaba imágenes de un noticiero policial es que las familias acordaban con las imágenes, decían que tenían que ser punidos, que no podía ser, que había mucha violencia, mucha inseguridad. Ahora cuando ella les pasaba imágenes donde este noticiero policial local mostraba imágenes de violencia sobre el propio barrio empieza la desconfianza sobre el medio. Corta el pacto de verosimilitud: “están exagerando, yo camino todos los días por acá y esto no pasa, pasó una vez”. Es interesante para pensar la cercanía y la distancia con el delito y cómo esto incide a la hora de pensar las percepciones.

O. R.: Siempre se ha dicho que las violencias son catárticas. Lo dijo Aristóteles hace tiempo. Yo creo que cuando un ciudadano ve el noticiero y dice “robaron allá”, empieza “pero nosotros no estamos tan mal, aquí no hemos caído tan bajo”.

B. F.: Hay un trabajo que habla de sentirse seguro por comparación y es lo que vos decís. Y aparece mucho en estudios de Argentina, en el interior, donde se repiten las noticias nacionales, se dice “no estamos tan mal como en la Capital”. 

–Una vez instalado el problema de la inseguridad, el temor se mantiene aunque el delito disminuya. ¿Cómo es eso?

B. F.: Son trabajos recientes, estadísticos, que muestran que a pesar de que las tasas de delito permanecen estables del 2004 en adelante en Argentina, el llamado “sentimiento de inseguridad” sigue aumentando. Entonces aparece la pregunta.  

O.R.: En el segurismo nunca hay “para atrás”. Si en una casa compraste alarma, ya quedaste con la alarma; si compras cámaras sigues aumentando; si ponen vigilantes sigue aumentando. Lo mismo pasa con la sociedad. La segunda cosa es que al ciudadano lo afectan más los pequeños asuntos de delincuencia que los grandes de violencia. Que maten a alguien es definitivo, pero que te roben en la calle, el celular, afecta más tu vulnerabilidad. La violencia grande siempre ha existido. Otra cosa es que se quiere culpar a alguien pero nunca se quiere mirar que esta reindividualización de la sociedad, el exceso de consumo, el capitalismo financiero que nos lleva a que todos tenemos derecho a tener de todo nunca se cuestiona. Es como si fuera el problema de individuos que se salieron del sistema. Pero son producidos por el sistema. Hay cada vez más inequidad y el delinquir se vuelve una forma de participar en la sociedad, de adquirir sentido en la sociedad, de hacer presencia al otro...

–Eso es muy polémico…

O. R.: Es polémico en el sentido de que hay que analizar cómo también hay un revanchismo social. El capitalismo me dice que tengo derecho a acceder a eso, no me dice cómo. Entonces hay una moralización capitalista. No se ha hecho un análisis del mercado, de la economía de la inseguridad...

–Bueno, es la mirada del progresismo. Pero también me llamó la atención que dicen en el libro que a pesar de haber disminuido la pobreza en la década pasada, el delito se mantuvo.

B. F.: También hay trabajos críticos de los gobiernos populistas donde la inseguridad no se ha sabido abordar. Las respuestas son siempre las mismas, más policía... no han dado una solución distinta. Es un problema para la región. Está bien, ahora estamos en un extremo de mano dura sin cuestionamientos. Estamos en un paradigma situacional de la inseguridad. El Estado se corre y cada uno tiene que aprender a defenderse. En un trabajo de recepción que hice apareció en los adultos una mirada nostálgica sobre la supuesta seguridad perdida. En los jóvenes aparece una casi naturalización, incorporación de prácticas para evitar el delito, al moverse por la ciudad no sacar el celular en el subte, llevar la mochila adelante, incluso una autoculpabilización si les robaban. Eso marca también el clima cultural de época. No hay vuelta atrás, estamos gestionando cotidianamente la inseguridad.

O. R.: Es terrible porque salir a la calle es como salir a la guerra. La ciudad que era el espacio de lo común, de convivencia, comienza por desaparecer. Las ciudadanías del miedo son clarísimas. Te encierran en tu casa, en el shopping, en un café. Hacen que cada uno asuma... usted es el propio policía de sí mismo. En cambio el progresismo debería pensar en ciudadanías del goce. Se es más seguro, se habita más seguro colectivamente. Pero nos hemos comprado el cuento de que entre más individualismo voy a estar más seguro. No. Entre más colectivo porque hay mayor vínculo social, mayor confianza en el otro. 

–¿Conoce políticas públicas que apunten a eso?

O. R.: Los gobiernos progresistas han hecho políticas en perspectiva de derechos humanos, en no criminalizar. En ese tipo de cosas se puede avanzar. Pero ya en lo que es la vida cotidiana, no hay respuesta. Hay otro tema. Todo pasa porque el ciudadano perdió la confianza en la policía. Quien debe ser garante de seguridad te produce sentimiento de inseguridad.

B. F.: Las encuestas preguntan ¿qué habría que hacer para que haya menos inseguridad? “Quiero tener un policía en la esquina de mi casa”. Y después: ¿Qué opina de la policía? “Y son todos corruptos, tengo temor”.

O. R.: En América Latina es así. 

–También se piden medidas urgentes, en un tema que parece imposible de resolver de un día para otro.

O. R.: Sí. En el caso colombiano, por ejemplo, la gente no denuncia porque es complejísimo. No le hacen la vida amable al ciudadano. Te demoras horas en la estación de policía, te hacen ir cinco veces. Entonces la gente dice “no denuncio porque además si denuncio la policía después me signa...”. Hay una construcción complicada.

B. F.: O “para qué voy a denunciar si no pasa nada”.

O. R.: En eso los gobiernos no han podido aumentar la confianza institucional.  Es que en América Latina las policías son los ciudadanos más “atarbales”, no cumplen ninguna norma. Entonces el ejemplo público es muy complicado.

B. F.: Además del abuso de las fuerzas policiales, las dictaduras.

O. R.: Los gobiernos no van a cambiar. No han encontrado más que soluciones con leyes fuertes, mano dura, pintar las calles, iluminar, generar mayores controles de fuerza pública, pero los que estamos asustados somos los ciudadanos. Ciudadanamente tenemos que tomar conciencia, no podemos seguir viviendo así.

–¿Dice que el cambio tiene que salir de la ciudadanía?

O. R.: Creo que nos toca a los ciudadanos comenzar a buscar estrategias de confiar en el otro. No sé cómo hacerlo. El capitalismo nos ha llevado a esto: “defiéndanse como puedan”. Entonces nos podemos defender con armas o con convivencia colectiva. No podemos seguir esperando que nos den más seguridad.

B. F.: Es inalcanzable, es una aporía que el Estado garantice la seguridad total de todos los ciudadanos.

–¿Qué temas recurrentes aparecen en todos los estudios de América Latina?

–Las audiencias son críticas. Todos los trabajos muestran que las personas no decodifican linealmente. Sí que hay algún tipo de incidencia de los medios en la gestión de la inseguridad. Sí que consolidan ciertas creencias en torno a la inseguridad. Por ejemplo hay trabajos que preguntan cómo es la inseguridad en Argentina. Dicen: “altísima, no se puede vivir”. ¿Y vos en tu barrio como cambiaste tu cotidianidad? “No, en mi barrio es todo seguro”. Entonces ahí se ve la incidencia de los medios. La inseguridad es un término que nos interpela a todos los ciudadanos latinoamericanos pero con diferentes acepciones. En Argentina aparece muy fuerte la credibilidad en el medio. Luego de un escenario antagónico de medios es muy fuerte la decodificación de la información. No es lo mismo si me lo muestra TN que si me lo muestra C5N. A diferencia otros países la mediación es importante.

–Uno de los estudios dice que hay una mirada crítica y que hay dos recursos que vuelven verosímil un relato: cuando aparece un testimonio de una víctima o cuando aparece una cámara de seguridad validando.

B. F.: Trabajé con sectores medios. La primera mirada era no reconocerse como consumidores de información policial porque “exageran, es amarillismo”. Y al avanzar, decían, por ejemplo, “esto no importa si lo muestra TN, está la víctima contando lo que le sucedió, no puede haber manipulación” o cuando por ejemplo mostraba imágenes de un linchamiento tomada por una cámara de seguridad, decían “eso es la realidad”. Entonces la desconfianza sobre la construcción de la noticia está en todas las personas muy presente. Eso nos potencia como audiencias críticas.

O. R.: La inseguridad está en el centro del sistema comunicativo porque es un tema de percepciones, representaciones y emociones.  Entonces el problema no es de la realidad sino del que la cuenta. El político, el medio. Como periodistas deberíamos pensar si está tan bueno producir las emociones de miedo y odio. Si no hay otro tipo de emociones que se puedan proveer respecto a esto. Habría que buscar otras miradas, otros formatos, otras narrativas.  Y creo que hay aportes brillantes por ejemplo de la perspectiva de género, de cómo mirar desde otro lugar. Qué pasa si cambiamos el lugar de mirada y nos dejamos de mirar desde un lugar de blancos, masculinos, capitalistas, de competencias, de miedos, de hombres que van a la guerra. Si hay una responsabilidad de los medios, de los políticos, también hay responsabilidad de los ciudadanos. Hay que cambiar de mirada. Y de pronto uno podría empezar a entender que podría haber otra forma de pensar el problema.