Elizabeth Jelin llamó a su último libro La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria social. Ya desde el título de esta reciente publicación de Siglo Veintiuno, la investigadora propone algunos de los núcleos de un pensamiento que viene desarrollando desde hace décadas, en un trabajo centrado en derechos humanos y ciudadanías, familia y género, memorias de la represión política y movimientos sociales. Uno de esos núcleos es la idea de que todo pasado aparece conformado a partir de luchas, tensiones e intereses confrontados que lo definen en cada presente. La memoria como construcción social –humana, subjetiva– a partir de estas luchas es, por tanto, otra de las nociones que la socióloga pone en juego en su trabajo. Desde allí reconstruye la historia del movimiento de derechos humanos en la Argentina y de la propia conformación de un campo de investigación alrededor de los estudios sobre memoria, en un libro que, por el modo llano y directo en que está escrito, es al mismo tiempo académico y de divulgación.

“Nunca hay una memoria. Las memorias, que siempre se construyen en un presente, tienen que ver con el pasado, pero también con el momento en que las evocamos o las olvidamos. Se dan siempre en escenarios de lucha, frente a otros, que quieren otras cosas”, advierte la socióloga sobre el título de su trabajo. “Mi perspectiva es de la acción social: se trata de actores que actúan en escenarios, frente a adversarios, frente a otros con los cuales establecen alianzas. Ese es el espacio de la acción social, y así vivimos en la vida más íntima, familiar, o en la política y publica. Y en esos escenarios estamos en tensión: por convencer a otros de que esto vale y aquello no, por disputar con otros y otras los espacios. Entonces, la noción de lucha es central”, explica. De allí se desprende otra idea en contra de cierto sentido común: “Nunca podemos decir que algo está saldado, cerrado. Aquellos y aquellas que pensaron que el tema estaba resuelto, que había una hegemonía de pensamiento, de tipo A o B, se equivocaron. El mundo no es así; siempre hay contrahegemonías, disputas”. De estas nociones básicas –que hay una lucha por el pasado, que el sentido de ese pasado se construye, que no está cristalizado, y que nunca está acabado– se desprende, concluye Jelin, una nota de optimismo posible: el futuro no está escrito nunca.

–Lo que dice se comprueba dramáticamente. Cierto terreno que se creía ganado en la opinión pública en materia de derechos humanos, no parece verse hoy tan claramente.

–Algunos creían eso. Y no era así. Por poner un simple ejemplo: el movimiento Memoria Completa, de Cecilia Pando y otros, creció en la década de 2000 y 2010. No quisimos verlo, no se le dio importancia, pero estaba ahí. Y reflejaba a una parte de la sociedad argentina.

–Lo interesante es que, si el pasado se construye a partir de luchas, entre otras aparece la lucha por imponer la idea de que no hay lucha: el diálogo, el consenso, la concordancia... 

–Una de las maneras de entrar al escenario de lo sociopolítico es decir que hay algo que es consensuado. Y el consenso no existe. Si alguien dice “todos somos, todos pensamos...”, ese todos es retórico. Excepto para hablar de derechos de ciudadanía básicos, donde hay que decir que todos y todas tenemos determinados derechos, cuando entramos al campo de la política, lo que hay es siempre disputa.

–En el libro hace un recorrido histórico de los movimientos de derechos humanos en la Argentina, con todas las tensiones a su interior. ¿Qué momento cree que atraviesa hoy ese movimiento? 

–Todo movimiento social es muy heterogéneo internamente. Al analizarlos históricamente, vemos que hay momentos en que se unifican, y otros en los que se disgregan o desarticulan. A quienes estudiamos historias de los movimientos sociales, en general, la teoría y también la experiencia nos han enseñado que para que haya un movimiento social, debe haber un adversario, un principio de unificación (por qué estamos acá), y una idea de que tenemos un escenario común en el cual vamos a disputar. Cuando el adversario es más fuerte, en general una piensa que el movimiento se va a unificar más y va a tener más fuerza, y al revés. Esa es la hipótesis general. Mi sensación es que eso hoy no lo estamos viendo. No tenemos un movimiento de derechos humanos con una voz más o menos común, por eso la fuerza del adversario se ve más grande.

–¿No fue siempre un movimiento bastante disgregado?

–El origen de esto que llamamos movimiento de derechos humanos en la Argentina es particularmente heterogéneo. Teníamos, por un lado, lo que se llama en la Argentina afectados directos, gente que por razones familiares tuvo víctimas directas, o son sobrevivientes. Por otro lado, una intelectualidad y un mundo de liderazgos políticos heterogéneo humanista, que cree en los derechos humanos como bandera ideológica básica, que se fue aglutinando. Eso fue en sus comienzos, por ejemplo, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Y grupos disidentes de las iglesias, que en ningún caso fueron los voceros centrales: obispos como Novak, Hesayne, De Nevares, no el Arzobispado central. Rabinos y algunos líderes protestantes. El movimiento fue muy heterogéneo. El humanismo que viene de las iglesias protestantes, juntado con una madre de víctima que está ahí en función de esa identidad, poco tienen en común. Esas tres vertientes que confluyeron en la conformación de lo que llamamos Movimiento de Derechos Humanos se mantuvo a lo largo del tiempo, con distintas agendas. Algunas más centradas en las reivindicaciones que ahora llamamos Memoria, Verdad y Justicia, con los crímenes de la dictadura, y otras con una noción de derechos humanos más amplia. El Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos, por ejemplo, tuvo un fuerte énfasis en temas de niños y niña apenas empezó la transición. La APDH tuvo una comisión de mujeres que debe haberse creado en el ‘84, ‘85. Son ejemplos de instancias que fueron pensando en derechos humanos de manera más amplia y no sólo en función de los crímenes más atroces. Porque la represión económica también estaba, pero no fue eso lo que los movimientos tomaron en sus denuncias iniciales. Después fueron armando sus propias agendas: si se miran la del CELS y la de Abuelas, no son la mismas agendas.

–¿Qué aparece como central en ese recorrido histórico?

–Cuando uno trabaja sobre justicia, ve una historia de la justicia argentina en relación con los crímenes de la dictadura, que tiene una trayectoria y una lógica que se puede rastrear: cómo un paso dado en algún momento abre ciertas puertas, cierra otras; cómo hubo Ley de Punto Final, después la presentación ante la Corte Interamericana, entonces empezaron los juicios de la verdad, después vino la famosa sentencia del juez Cavallo en el caso Poblete, y eso abrió una puerta para que después la Corte Suprema declarara la inconstitucionalidad y se reabrieran los juicios, con lo cual quedaron en segundo lugar los juicios por la verdad... Es decir, una puede hacer la historia de la justicia, que tiene grandes logros. Los de este año han sido emblemáticos, con la sentencia de la megacausa Esma, todo el trabajo que llevó, la importancia internacional de esta historia. Hay después toda una serie de políticas de memoria que el Estado ha estado implementando: políticas de reparación a partir de los ‘90, con todo el conflicto que eso provocó dentro del movimiento, el Banco de Datos Genéticos, el Equipo Argentino de Antropología Forense, una serie de instrumentos con que el Estado, en base a reclamos del movimiento, fue centrado la atención en las víctimas. También se podría hacer su historia. Y hay otra política más de carácter simbólico: marcación de sitios. Desde el gobierno nacional fue limitada, lo que se hizo durante los gobiernos kirchneristas fue una normativa de la marcación, incluyendo los tamaños que tenían que tener las columnas que decían Memoria, Verdad y Justicia, pero luego, nada más. El Archivo Provincial de la Memoria y la D2 en Córdoba, por ejemplo, forman parte del gobierno de Córdoba, no del nacional. Lo que se está haciendo ahora, muy importante, en el Pozo de Quilmes, es con la provincia, el municipio, la universidad, muy local. El gobierno nacional hizo marcación y puso todos sus recursos en la Esma, más que nada.

–En el libro menciona la marcha contra el 2 x 1 como comprobación de una condena política y social ya instaladas. ¿Lo sigue sosteniendo hoy, tras hitos como el del caso Maldonado?

–Trato de no trabajar sobre la coyuntura, sobre lo que pasó ayer o anteayer, porque los entusiasmos y las desilusiones van a ser permanentes. En ese sentido, me tocó estar arriba y abajo en muchas ocasiones. Hay algo que le digo siempre la gente joven, con la que intento trabajar siempre: cuando la coyuntura es tal que estás muy desilusionado, pensá que tu vida va más allá del mes que viene. Imaginate proyectos de cinco a diez años, y vas a ver cómo te cambia la perspectiva de lo que estás viviendo. Imaginate qué querés en el mundo del futuro y cómo querés trabajar en el mundo del futuro. En ese sentido, no puedo decir que de mayo a diciembre el mundo se vino abajo. Hubo sentencia en la megacausa Esma, aparecieron nuevos nietos, sigue habiendo gente que lucha. Recientemente hubo un diálogo público con Kathryn Sikkink, que escribió el libro Razones para la esperanza, que va a salir en castellano en 2018. Ella hizo referencia a un activista norteamericano que decía: “Para ser activista se necesita tener bronca, pero también se necesita tener esperanza. Estar convencido de que lo que vos hagas puede hacer una diferencia”. Entonces, es la mezcla de la bronca y la esperanza. La bronca sola no permite ir a ningún lado. Por eso, no quiero mirar seis meses. Obviamente, este es un momento de repliegue. Pero sigo pensando que la marcha contra el 2 x 1 mostró que hay una energía social fuerte que dijo “esto no”. ¿Todo eso se destruyó en seis meses? No lo creo. Además, siempre hay lugar para lo inesperado.

–¿Por ejemplo?

–Para ir a otro campo que a mí me importa mucho, que es la lucha de los movimientos de mujeres y el feminismo, en algún momento pensábamos que no había recambio después de nosotras, las viejas feministas históricas de los ‘70 y ‘80. Pasó algo inesperado: el Ni Una Menos surgió de gente joven, de periodistas, y se está expandiendo en el mundo. Es un movimiento para observar mucho y es algo que no esperábamos. Los aires nuevos los trae la gente nueva. ¿Qué es lo que viene para este movimiento, para el de derechos humanos, para cualquiera que analicemos? Está en manos de las nuevas generaciones.