¿El discurso del psicoanálisis, de izquierda, de centro, de derecha? ¿Progresista, conservador, revolucionario, subversivo? ¿Comprometido, neutral, cínico, indiferente? El debate resurge cada vez que lo real de la política –la división, el antagonismo– resuena en los muros del consultorio.

Propongo aquí una suerte de ejercicio reflexivo, menos desde Lacan que desde Kant, a partir de un texto de 1798 intitulado El conflicto de las Facultades. La hipótesis que propongo aquí, en una apropiación libre del texto kantiano, es la siguiente: el discurso del psicoanálisis es, en tanto tal, de izquierda.

Lo es, al menos, en el sentido que da Kant en ese texto a la filosofía: en tanto ciencia sin poder. Kant establece allí una diferencia entre discursos que tienen y discursos que no tienen un poder: el derecho, la medicina y la teología forman parte de los primeros, puesto que piensan y dicen lo que piensan apoyándose, suponiendo, incluso ostentando, un cierto poder –poder judicial, poder médico, poder eclesiástico. Detrás de la palabra médica, jurídica, religiosa, hay siempre, implícito o explícito, un poder que avala. En el caso de la filosofía, en cambio, se trata según Kant de un discurso sin poder.

Mi  proposición  es  pensar  al  psicoanálisis, junto  a  la  filosofía,  en  el  lugar  de  los discursos sin poder, ubicados a la izquierda del parlamento de la ciencia –recuperando así la metáfora parlamentaria propuesta por Kant en el texto de 1798. Varios interrogantes surgen, inevitablemente, de esta proposición, que no pretende por cierto disimular su carácter polémico.

Ante todo, ¿qué supone este “al lado de la filosofía” donde ubicaría al psicoanálisis? Implica que más allá de ser discursos distintos, filosofía y psicoanálisis comparten una cierta ubicación, definida por una irreductible distancia en relación a las ciencias plenamente instituidas. Son discursos que se codean, sin confundirse: el de la verdad y la razón, el de lo real y el inconsciente, no dejan de disputarse en un espacio que, aligerado de autoridad, habilita a lo que Kant llama, también en ese texto, una extrema libertad.

Los discursos sin poder no tienen, como sí lo tienen la medicina, el derecho o la teología, el cobijo de la autoridad. Carecen de un fundamento en qué apoyarse, pero gozan, por ello mismo, de la posibilidad de pensar libremente, y de decirlo con extrema franqueza. La parresia está del lado izquierdo en el parlamento de las ciencias.

Libertad que supone también un deber respecto a la sociedad política: el de no ceder en la preocupación crítica, sosteniendo una indagación sin límites respecto al poder, sin dejarse asustar, como diría Kant en ese mismo texto, por la santidad del objeto.

Ahora bien, ¿qué significa, concretamente, el sintagma “discurso sin poder”, que ofrecería un lugar común al psicoanálisis y a la filosofía? ¿Qué implica, concretamente, ese no-poder en el discurso y la práctica del psicoanálisis?

En el plano colectivo, la institución del psicoanálisis no se asienta ni más ni menos que en esa forma singular del amor que es la transferencia: que exista o no el psicoanálisis depende enteramente del deseo de sujetos analistas y de sujetos analizantes. En el plano de la clínica, basta recordar aquello que sostenía Lacan en La dirección de la cura y los principios de su poder: que es la impotencia a sostener una praxis lo que la hace recaer en el ejercicio de un poder. El psicoanálisis se vuelve, clínicamente, autoritario, de derecha, cuando renuncia a una praxis orientada éticamente hacia la emergencia del deseo inconsciente del sujeto y recae en fórmulas prefabricadas por el discurso del Amo.

Q Filósofo.