Los cambios productivos en la comunicación plantean un desafío copernicano para la política; ésta debe girar ahora alrededor de la fuerza gravitacional de los dispositivos y sus lenguajes. El “nuevo orden de la comunicación” no es aquel con que soñó Seán Mac Bride en el siglo pasado, con flujos planetarios horizontales y equivalentes. La oportunidad de un uso abierto y democrático de la red quedó en el camino. El cambio hizo más ricos a los ricos y más pobres a los demás. 

Algunos especialistas consideran que no debemos alarmarnos. Que estamos ante un mero cambio instrumental que no modificará demasiado la presencia de las mayorías en el debate democrático. Que la tribuna y las plazas pueden desplazarse hacia las redes. Que es posible adaptarse y producir discursos que expongan las injusticias del cibercapitalismo, como ya se hizo en tiempos de la sociedad industrial. 

Creo que el problema es más complejo e inédito. En esta versión de la Sociedad de la Información no hay rutas, puertos, códigos, contenidos ni instrumentos de navegación  que sean libres o neutrales. Si alguna ilusión libertaria quedaba, EE.UU. acaba de sentenciarla. La manipulación de datos y velocidades en internet está por lograr patente de corso con el fin de la neutralidad. También se renovará la ley FISA para que los trolls de EE.UU. revisen buzones, notas y pensamientos hostiles sin distinguir ciudadanos, mandatarios o estados. Una suerte de Gestapo mundial.

La manipulación orienta decisiones políticas y electorales. La población estadounidense afectada por operaciones de información direccionada fue el 40 por ciento del total de votantes. Facebook admitió que 130 millones de usuarios generaron 10.000 millones de posteos vinculados. Otro tanto sucede con Twitter y Google. FB acaba de retocar el algoritmo que decide el orden en que la información llega a sus 2 mil millones de usuarios en el mundo.

Nunca antes el sistema productivo mundial, la red de comunicaciones y los engranajes de control geopolítico tuvieron tanta información ni un comando centralizado como el actual. Ello afecta la diversidad, mediante fórmulas que regulan los flujos y prioridades de circulación según la viralidad del producto y/o sus anunciantes. 

Con modos propios de un sultanato, en la Argentina actual se intervino el mercado de la comunicación bajo la premisa de que la mejor ley es la que no existe. Se dictan por decreto las medidas del traje de cada jugador al tiempo que agonizan políticas públicas donde el Estado podía mediar en el acceso a servicios y contenidos. La mega fusionada Cablevisión/Telecom gerenciará las autopistas del entretenimiento, el fútbol y la formación de la opinión pública junto con algún otro partner habilitado al cuádruple play. Los legisladores lo miran por sus pantallas.

En nuestro país la agenda de la información y sus lecturas dependen del infoteinment mediático y las ideas se completan en las redes con mensajes a medida según cada perfil. Las granjas de trolls suministran el guión personal en este tramo. Algo de esto termina funcionando como un predictivo ideológico sobre la decisión política y electoral.  

Esta nueva escena pública individualizada desafía la política como nunca antes. Crea ghetos, tribus y barrios de pasajeros confinados en archipiélagos digitales. La multitud es cosa del pasado; ahora es reemplazada por “la conversación individual masiva” mediante smartphones (Marcos Peña dixit).

Este nuevo sentido común dice que el aumento de tarifas hace bajar la inflación y que el neoliberalismo puede reducir la pobreza. Naturaliza la persecución del diferente como forma de cerrar la grieta o propone la xenofobia como política de seguridad. Informa que el despido de estatales sirve para crear empleo genuino.  Exhibe la corrupción de burócratas sindicales para destituir todo reclamo social. Como en la serie Black mirror la realidad puede quedar prisionera de la lógica de sus artefactos. 

¿Puede fallar? Claro, así lo demuestra afortunadamente la historia. Pero será necesario entender que no es un mero asunto de “técnicas” de comunicación como aconteció con el tránsito de la oralidad a la letra impresa o con los medios de masas del siglo XX.  No basta con la calle y la militancia digital. Hay que ir un poco más allá. Hacer hablar al conflicto con y para los otros. Usar y promover las herramientas de los pares, propias, comunitarias, populares, cooperativas y pymes. Se trata de interpelar el sistema con otras ideas. Y sobre todo: de proponer que los satélites de la comunicación vuelvan a girar en torno a la fuerza de gravedad de la política y sus instituciones. Es la única posibilidad de la democracia.

* Especialista en educación, lenguajes y medios.