Desde Barcelona

UNO Canta, oh diosa, la cólera del barcelonés Rodríguez; cólera funesta que... Pero no: lo de Rodríguez no es cólera funesta sino agonía cansada. Rodríguez agónico y agonista en el sentido en que el término se emplea en frases como “la recompensa a ese agónico esfuerzo fue, en los siguientes juegos olímpicos, el subir...”. Pero ahora Rodríguez y su hijito lo único que ascienden es la escalera de la estación de metro y caminan hasta el centro cultural Caixaforum y entran a ver una exposición llamada ¡Agón!: La Competición en la Antigua Grecia. La palabra agón, en griego antiguo, equivale a contienda y desafío y disputa o –más allá de lo deportivo y cruzando al terreno de la dramaturgia clásica– al inevitable conflicto al que deben enfrentarse vencedores y vencidos. En catalán, agón se escribe igual que en español pero pierde el acento, aunque ahora gane toda conversación y discusión acerca del agonizante Procés. Justa y lidia y obra de teatro de la que buena parte de su autores e intérpretes comienzan a distanciarse y desdecirse (el hijo de Rodríguez hace el inevitable chiste leyendo Cagón! en lugar de Agón!) al comprobar que la crítica arrecia y el público disminuye y que ya no alcanza con los fans de siempre y quién te ha visto y quién te ve. Aunque a no confiarse, el telón no ha caído. Y –aunque el promotor burgués independentista Artur Mas, ya sea ruina histórica a la que nadie querrá visitar o revisitar– Puigdemont continúa declamando desde la Gallia Bélgica. A través de los rayos y centellas de pantallas en las que aparece siempre enorme y todopoderoso como Zeus insistiendo en que asumirá y gobernará telemática/telepáticamente por y con puro defecto especial y, no, nada que ver o gozar como en aquellas nobles y queridas películas de Ray Harryhausen. 

DOS Pero Rodríguez ha venido aquí para olvidar tanta trampa y distraerse concentrándose en lanzas, armaduras, vasijas, estatuas impecablemente rotas y en el aliento de deidades juguetonas soplando sobre mortales como el laborioso Heracles quien se ganará la divina inmortalidad luego de cumplir doce proezas. En una de las paredes, junto a un busto del campeón, están enumeradas y, sí, suenan de lo más épicas y míticas: matar al León de Nemea y a la Hidra de Lerna y a los Pájaros del Estínfalo, capturar a la Cierva de Cerinea y al Jabalí de Erimanto y al Toro de Creta y a Cerbero, robar a las Yeguas de Diómedes y al Ganado de Gerión y a las Manzanas de las Hespérides y al Cinturón de Hipólita... Pero algo le dice a Rodríguez que –de tocarle a él tarea hercúlea– nada de lo anterior le sería encomendado y sí el muy sucio y peor entre la docena de trabajos: el de limpiar en un solo día todo el estiércol en los enormes establos del rey Augías. O tal vez algo incluso más humillante: viajar hasta Bruselas y arrebatarle a Puigdemont su bufanda color amarillo Pikachu (mitología tanto más burda) como si se tratase del Vellocino de Oro. O imposible: purgar toda la mierda corrupta bajo las alfombras del partido Popular y... 

TRES ...el sábado es largo y Febo brilla en el cielo y Rodríguez & Hijo llegan al Museu Marítim. Y ahí está otra expo: Game of Thrones: The Touring Exhibition. ¡Agón! está conformada por fondos selectos del British Museum; Game of Thrones: The Touring Exhibition rejunta escenografía y vestuario cortesía de algo llamado HBO Global Licensing. ¿Adivinen en cuál de las dos había más cola para entrar? ¿Aventuren cuál de ambas cobraba entradas más carísimas mientras la otra era casi gratis? ¿Profeticen en cual de las salidas había un espacio más grande dedicado al merchandising y al souvenir? Y, sí, los Siete Reinos tienen una entrañable relación con este reino. En sus paisajes y castillos de Sevilla, Córdoba, Almería, Cáceres, Guadalajara, Peñíscola, Navarra y País Vasco se han filmado más de una escena clave. Y de ahí el que España haya sido escogida para el punto de partida y estreno mundial para esta exhibición itinerante. No olvidar tampoco aquellas gracietas del entonces triunfal Pablo “Podemos” Iglesias –y hoy impotente y menguante y acaso soñando con resurrección inverosímil à la John Snow– regalando packs de la serie a Felipe VI para que comprendiera lo que para él es la alta política. Pero Rodríguez –lo mismo su hijo, ya muy ocupado con los multiversos Marvel & DC y con los insondables arcanos en las cláusulas del contrato de Messi con el Barça– nunca se enganchó con el asunto: le costó seguir la complicada genealogía y heráldica de tanta Casa tomada o a tomar ya en los episodios iniciales. Y –con el correr de las temporadas– ha visto a las mejores mentes de su generación (y también a las más mediocres) destruidas por esta estupidez, adictas histéricas despojados ante la mala nueva de que este 2018 no habrán capítulos nuevos. Pero –criaturitas de dioses– consolándose con un app que propone al próximo Mundial de Fútbol con sede en Westeros. Y, como en (mal) trance, asegurando que Daenerys Shakira Targarien es ícono feminista y símbolo sexual (a Rodríguez la actriz Emilia Clarke le parece más insulsa que sopa de aire). Y arrastrándose como ahora muchos se arrastran por pasillos oscuros y nieblas de hielo seco y cráneo de dragón de fibra de vidrio. Y Rodríguez escucha a una anciana conversando con un adolescente acerca de que el Castillo de Santa Florentina en Canet de Mar se convirtió en la Fortaleza de la Casa Tarly en Colina Cuervo o algo así mientras que la Gerona donde nació y creció el aprendiz de nigromante Puigdemont se hizo pasar por la ciudad de Braavos donde se adora al Dios de los Muchos Rostros. Ahí, el entorno del Museu Marítim –ubicado en las reformadas pero aún góticas Ataranzas Reales de Barcelona, cuya construcción se inicia en el año 1300 por orden Pedro III de Aragón y es continuada por Alfonso El Benigno y más tarde por Pedro El Ceremonioso y...–es, en realidad, lo mejor y más logrado y auténtico de todo–. Y se convierte en otra muestra de generosidad de una región que, de continuar Games of Thrones indefinidamente entregaría a sus mejores hijos e hijas ya no sólo a personal para atención de turistas conquistadores sino, además, como extras a morir en batallas en un invierno que ya llegó para investirse y en el que  ahora (en una trama de agresión pasiva y sadomasoquismo donde los independentistas tal vez forzarán la situación para seguir siendo castigados con el 155 por el Estado y así seguir captando fieles por puro victimismo, teoriza paranoide Rodríguez) continúa el juego de truenos.  

CUATRO Pero también hay algo cierto: de haber nacido el enano Tyrion Lannister –de lejos y por mucho el mejor personaje de Games of Thrones; mucho más sexy que la de peluca blanca– en la Antigua Grecia no sólo no se le hubiese permitido competir o combatir en justa alguna sino que habría sido arrojado desde las alturas del Monte Taigeto por su pequeña estatura sin importar su cerebro grande. Y es verdad que los jóvenes hoy leen más a George R. R. Martin que a Homero. Pero la justicia –aunque lenta y poética pero finalmente colérica– siempre llega. Y Rodríguez se pregunta, sabiendo la respuesta, a quién se recordará más y mejor dentro de miles de años: ¿a los espartanos cerrando las puertas calientes de las Termópilas o a la Guardia de la Noche custodiando ese frígido Muro?

  Los primeros serán los primeros.