Como Platero, Paddington es pequeño, peludo y suave. Pero también sabe ser implacable, como cuando fija su mirada en alguien hasta dejarlo sin aliento. La revelación forma parte de uno de los tantos gags que pueblan la deliciosa segunda película del oso mas famoso de Inglaterra, llegado a Londres desde el más oscuro Perú, tal como siempre lo presentó su autor, Michael Bond. Creado a mediados del siglo pasado, Paddington ya llevaba casi tres decenas de libros y varias encarnaciones televisivas cuando el joven director británico Paul King logró que le dejaran comandar atrás su asalto a la pantalla grande en Paddington (2014). Aunque pocos apostaban por él, sorprendió con un resultado que logró estar a la altura del recuerdo de los fanáticos del oso –toda una eminencia infantil en Gran Bretaña–, y al mismo tiempo lograr una pelicula mitad Wes Anderson y mitad Charlie Chaplin, completando el mejor alegato posible sobre la inclusión social y la idea de una familia como algo abierto, generando de paso risas incrédulas y una ternura fuera de época. Y lo sorprendente es que, con la flamante Paddington 2, el oso y King lo han vuelto a hacer.   

“Ahora todo fue mas sencillo”, declaró un aliviado King para el estreno de la secuela. “Porque para la primera estaban todos preocupados por lo que podíamos hacerle hacer al oso en la pantalla. ¡Le gente tenía miedo de que les arruinásemos la infancia!”. Para colmo, antes del estreno se supo que la calificación fue PG, o sea bajo el cuidado de los adultos, y no la clásica U de toda película infantil. Bond confesó que no pudo dormir cuando se enteró de la noticia, ya que aún no la había visto, pero salió aliviado después de la función que le habían preparado. “Fue como llevarse a un niño ajeno de vacaciones”, explica King. “Hay que devolverlo sano y salvo a su casa”. Paddington no sólo volvió sano, sino que recaudó casi 300 millones de dólares, por lo que una secuela era inevitable. Pero si quedaba alguna duda de que King era capaz de estar a la altura de su logro incial, la noticia es que el sitio online Rotten Tomatoes –que compila críticas de cine– ha anunciado que Paddington 2 ha logrado destronar a Toy Story 2 como la película con mejor puntaje promediando sus reseñas, con un contundente 100 sobre 100.

Una actriz con su estatura se pone en el lugar del oso para preparar cada toma, una cabeza de peluche es usada para calcular la iluminación y un actor lee sus líneas para interactuar con el resto de los protagonistas. Ese es el cuidadoso procedimiento con el que King rodó cada Paddington, para luego sumar al oso por computadora en cada plano. Para imaginar una secuela a la altura del original, también se tomó reparos semejantes, chequeando cuales le gustaban –como las de Toy Story, por ejemplo– y cuales no, que eran especialmente las que repetían el asunto, pero todo más grande, con más ruido y más rapido. “La idea fue sacarlo del hogar que había encontrado en la primera película, y verlo interactuar con el mundo, o más bien recrearlo a su manera”, le explicó King al diario The Times. “Después de todo, tiene mas sentido un oso parlante en un Londres al estilo de Los paraguas de Cherburgo que en el de Naked de Mike Leigh”. 

Con un increíble Hugh Grant en el papel de villano famoso que en la primera fue para Nicole Kidman, Paddington 2 retoma la historia con el oso integrado no sólo a su familia adoptiva, los Brown –donde nuevamente deslumbra Sally Hawkins como la madre– , sino también al funcionamiento del barrio donde vive. De ese pequeño paraiso cotidiano es del que Paddigton sera arrancado, para terminar en la cárcel, donde conocerá al otro villano famoso de la secuela, encarnado por Brendan Gleeson. Pero en este caso se trata de un villano reformado por el encanto del oso: mas precisamente, por su pan con mermelada. En el camino, Paddington 2 deslumbra con un preciosismo visual digno del talento que King había demostrado tanto en su trabajo para la televisión británica –principalmente en la serie The Mighty Boosh– como en su opera prima, Bunny and the Bull (2009), donde es capaz de armar escenarios que parecen hechos a mano, con los objetos mas ordinarios y maravillosos. Y también con una serie interminable de gags tanto mínimos y deliciosos como ampulosos y cuidadosamente orquestados, dignos del mejor Buster Keaton o Harold Lloyd.  

Cuando el escritor Michael Bond creó al oso en los años 50, lo hizo en base a sus recuerdos de los niños británicos refugiados con los que se cruzó en las estaciones de tren durante la Segunda Guerra. Y cuando las historias de Paddington comenzaron a convertirse en clásicas durante los 60, coincidió con la época en que los hijos del imperio comenzaron a instalarse en Londres. Las peliculas de Paddington, por su parte, llegan justo cuando la urbe multicultural en la que se ha convertido la capital del imperio parece ceder al reflejo de cerrar sus fronteras. Con la ingenuidad de un niño pero la sofisticación de un adulto de su protagonista –tal como lo describe su autor–, el trabajo de King recuerda que un oso del más oscuro Perú puede tener la clave para una vida mejor. Que no es más que la de todos los días, pero vivida con los ojos abiertos. 

Algo que según parece supo hacer Bond durante sus 91 años, hasta su fallecimiento el año pasado, justo el último día del rodaje de la segunda película de su creación más famosa. Cadete a los 14 años, soldado en Medio Oriente después de la guerra y cameraman de la BBC en los comienzos de la televisión y el cine, Bond escribió durante diez años las historias de Paddington hasta darse cuenta, en 1966, que podía renunciar a su trabajo diario gracias al oso. Tal vez el alivio que sintió al ver el primer Paddington de King, haya obedecido al hecho de saber que el oso que lo sobreviviría sería igual al que imaginó aquella tarde lluviosa en la que estaba buscándole un regalo a su mujer y vio un oso de peluche que naide quería en un rincón. Y se lo imaginó irresistible, con un cartel al cuello que pedía al que lo encuentre que lo cuide. Paul King, por suerte para su autor y también los espectadores, ha estado a la altura del pedido. A la altura del oso, mejor dicho. Un poquito más debajo que el resto, pero siempre capaz de ver mucho más alto.