Desde París

El mundo sin fronteras ni regulaciones pegajosas que constituye la tabla de la ley de los liberales del mundo tiene muros muy sólidos. Mauricio Macri no los pudo atravesar. A pesar de haber hecho los deberes que Occidente exige de todo candidato que quiera atraer a los nuevos colonialistas, es decir, los inversores, el acuerdo comercial entre  el Mercosur y la Unión Europea chocó con las “líneas rojas” que planteó el presidente francés Emmanuel Macron. Incondicional de un mundo circulante y enemigo de cualquier aislamiento, Macron no despejó las trabas que desde hace décadas bloquean la firma del pacto entre los dos bloques. La cigüeña del acuerdo no pasó por París. Después de haberse reunido a la mañana con los miembros del Consejo Ejecutivo del empresariado francés, el MEDEF, y participado en un almuerzo organizado por el grupo Rothschild, el presidente argentino acudió a la cita con el jefe del Estado francés en el Palacio presidencial del Elíseo. Las expectativas de arrancar un gesto de Macron para liberar el acuerdo eran más que escasas luego de que, la víspera, durante un encuentro con agricultores franceses en el centro de Francia, Macron les dijera que le presentaría a Mauricio Macri “líneas rojas que Francia no desea sobrepasar”. Y así fue. En el curso de la conferencia de prensa conjunta, el mandatario francés aclaró que, en lo que se refiere a la esfera bovina, un acuerdo con el Mercosur “podría ser desestabilizador para ese excelente sector”. Mauricio Macri defendió ante su par francés la idea de que “no podemos desperdiciar esta oportunidad”. Macron, sin embargo, se mantuvo fiel a la línea que Francia siempre ha tenido a este respecto y al enorme electorado constituido por agricultores híper subvencionados a través de esa arma de destrucción masiva de los mercados mundiales que es la PAC, la Política Agrícola Común de la Unión Europea. 

Si bien España y Alemania han variado su postura, Francia lidera el grupo de tres países más hostiles a los avances con el Mercosur: los otros son Polonia e Irlanda. Hay varios puntos en discordia, empezando por el etanol. La UE impone un límite de 600 mil toneladas de etanol. La oferta es inaceptable para el bloque sudamericano. Las patentes y el sector bovino son otras de las líneas rojas. El Mercosur reclama mucho más espacios para la exportación. La oferta del sur es demasiado frondosa según los europeos. Estos temas ya impidieron que el pacto se firmara en 2017 en la Argentina durante la conferencia de la Organización Mundial de Comercio. Francia es, de hecho, el primer productor agrícola de la Unión Europea. Abrirle las puertas de ese mercado al Mercosur significaría un trastorno monumental que podría “desestabilizar ese sector”, según expresó Macron. Brasil y Argentina reclaman porciones suplementarias para la exportación, a lo que la UE se niega. Los europeos imponen una cuota máxima de 75 mil toneladas de carne cuando el Mercosur ya exporta 180 mil toneladas con un 85 por ciento de gravámenes. El tema, desde luego, no está cerrado. La semana entrante se iniciará otro ciclo de negociaciones en Bruselas. Sin embargo, la decepción parisina fue considerable. Las posiciones son, por ahora, inconciliables: Francia pide demasiado para respetar sus líneas rojas y les deja a los miembros del Mercosur, en particular a la Argentina y Brasil, la responsabilidad de ceder. París miró ya con muy malos ojos las concesiones que hizo la Comisión Europea en lo que atañe al etanol y la carne a cambio de una mayor apertura para su sector automotriz. 

Durante la misma conferencia de prensa los dos mandatarios pusieron de relieve sus coincidencias, sus apuestas comunes por la “renovación en la forma de hacer política” y transformaciones que “le devuelvan el optimismo a la gente”, dijo Macri. Macron calificó esas convergencias como una “complicidad”. Venezuela les permitió sacar de la galera un consenso político y pasar el bache de la evidente decepción que provocó entre los argentinos la “línea roja” de Francia con respecto al Mercosur. Macron criticó al gobierno de Nicolás Maduro por su “deriva autoritaria” y pidió que se ampliaran las sanciones para que se “vaya más allá en coordinación con nuestros socios de la Unión Europea” ante las últimas decisiones tomadas por Caracas. En el mismo tono, el mandatario argentino afirmó que “nos apena lo que está pasando en Venezuela”, donde “cada vez hay más autoritarismo y eso ya no es una democracia”. 

El libreto del populismo

Macri había empezado la jornada cumpliendo escrupulosamente con el libreto que más enamora al cinismo occidental. El sector empresarial con quien se reunió por la mañana tenía muchas expectativas por ver al hombre que derrotó a lo que ellos han pintado como un populismo nefasto para los negocios, es decir, el peronismo. Tal vez nunca hayan hecho tan buenos negocios en su vida, pero están obsesionados con esa narrativa. Macri representaba al hombre blanco, oriundo de sus mismos valores y espantado por los populistas imaginarios que pululan en el sur. Da mucha risa, pero es así de dibujo animado para niños. Porque en realidad, los populistas de verdad están aquí. El populismo más rancio y peligroso lo tienen ellos incrustado en la almohada, pero siempre van a culpar al Sur: los Trump, los neonazis alemanes que están en el Parlamento, la racista Liga del Norte en Italia, Nigel Farage en Gran Bretaña o Marine Le Pen en Francia son la más espantosa expresión del populismo gris. Sus pasados son un cementerio con millones de muertos y la exterminación de personas. Con la bandera de quien “derrotó al populismo”, Macri le vendió al empresariado la estabilidad de la economía argentina y los méritos que la hacen depositaria de la “confianza de la comunidad internacional”. En París, Macri repitió la retórica de Davos, es decir, dijo que se “ha abandonado el ciclo populista”. Nada podía entusiasmar más a un sector empresarial que todavía, sin embargo, pide más y más y más. Luego, en el almuerzo organizado por el grupo Rothschild, se repitieron estas retóricas que pusieron a la Argentina como país seguro, en plena reforma, con la irrenunciable intención de tener más integración comercial, una economía más abierta, más competitiva y bajar la inflación”. Ese era exactamente el canto que querían escuchar los directivos de Carrefour, del grupo hotelero Accord, de L’Oréal, de la farmacéutica Sanofi, del banco corporativo y de inversión Natixis, de Nestlé, BVA y tantos otros. Querían oír de la boca del jefe que “la Argentina está en el camino correcto” y seguirá en él. Nada nuevo. Viejas historias recicladas para hacer buenos negocios y proponer tupidos beneficios. Ni una sola idea que se pueda rescatar. El ex presidente Carlos Menen, en su primer viaje a Francia, les había dicho a los, en ese momento, atónitos empresarios del patronato francés. “No les vengo a pedir ayuda sino a proponerles un negocio”. Ya sabemos lo que pasó. 

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