Francisco Pelló se enoja cada vez que oye, siempre por enésima vez, el apodo endilgado a la estructura que rodeaba su busto de Eva Perón emplazado en 1953 en la rotonda de la antigua esquina de Diana y Lucero, hoy Avenida del Rosario y Lituania. "Hay un arquitecto de morondanga... no aprendieron nada y no tienen la menor idea de qué es un monumento. El monumento es la exaltación de un personaje. El monumento se pone en un lugar y no tiene que haber nada que conspire contra la visión del personaje. Puso esos gajos ahí no sé para qué y le dio el pie a los cretinos que no querían a Eva y tenían odio a Eva, estos acá decían que 'era una buena mandarina' y este cretino hace un monumento público como para decirle 'la mandarina'. Y cada vez que yo escuchaba que los compañeros decían 'vamos a hacer un acto acá, vamos a ir a la Mandarina...', yo me ponía verde, me ponía igual que Hulk: '¿Pero qué estás diciendo?'. Quería matarlos a todos", exagera, apasionado.

Entonces, "se fundieron tres Evas" de su autoría: "Una fue a la CGT, otra fue a 'la mandarina', que los militares la hicieron pedazos, y la otra fue a Granadero Baigorria". Pelló recuerda emocionado su encuentro con Perón durante la inauguración de la CGT Rosario ese año. También evoca a la militante peronista Eleonor Tomé. Ella, en 1955, cuando los militares vinieron a destrozar el busto de Evita emplazado en ese monumento, "buscó un montón de compañeras del Saladillo y todas juntas se pusieron delante del busto" para defenderlo. Aquel acto heroico fue exitoso pero al final los militares ganaron la partida.

 

"Cuando nos despedimos de Eva me dio un beso a mí, nos dio un beso a cada uno de nosotros", sonríe aún.

 

El viernes 28 de agosto de 1998, junto al desplome del rublo y la caída de Yeltsin en Rusia, los diarios de Rosario anunciaban en primera plana la noticia de que el lunes se inauguraría un nuevo monumento a Eva Perón en su antiguo emplazamiento del Saladillo. Obra también de Pelló (quien terminó por no cobrar un centavo del dinero que la Mutual del Sindicato de la Carne le había prometido por su trabajo), esta vez no se trataba de un busto sino de una figura de cuerpo entero a una escala mayor que la natural del cuerpo humano, abroquelada a la base por una poderosa estructura de hierro. "La hice descalza porque fue nombrada terciaria franciscana", recuerda Pelló.

Nacido en 1935 en Carlet, Valencia, formado en los Talleres Escuela de Abanicos y Escenografías y en la construcción de las fallas valencianas, Paco Pelló llegó muy joven a la Argentina y se considera "más argentino que el tereré". Cuenta en su haber con varias medallas y una esquirla de una bomba que lo hirió de niño durante la Guerra Civil Española. Su padre fue el pintor, escultor y decorador Francisco Pelló y Chornet. Pese a haber realizado monumentos en sitios públicos de todo el país, representado a la Argentina en países de Europa y haberse desempeñado en importantes cargos relacionados con el arte (tanto docentes como en la gestión cultural pública y privada), el premio que recibió Pelló por décadas de trabajo ininterrumpido en los oficios del arte se resume en una queja: "Me jubilaron con la mínima".

"Me formé en la mejor escuela, la escuela de la falla", empieza a contar y explica el sentido de la construcción de figuras de hasta treinta metros de altura sólo para quemar: "Se quema lo que está mal, las fallas humanas, por eso se llama falla. Hay una o dos figuras centrales, depende del tema, y después abajo, a escala humana, siete, ocho o nueve grupos de figuras, que son las críticas", detalla Pelló.

 

Pelló evoca a Eleonor Tomé, que en 1955 buscó a compañeras del Saladillo para defender el busto de Evita.

 

Su proyecto de establecer en Rosario un museo de los oficios del arte se frustró por un robo en 2001. Tiene escrito a mano un borrador con todos los detalles del caso, incluidos los nombres y apellidos de quienes él acusa como los responsables. Nunca deja de acordarse del consejo de irse de Rosario que le dio el pintor Julio Vanzo; desoírlo parece haber sido su tragedia. Y eso que sobrevivió a unas cuantas.

"Fijate que yo conocí el infierno con el franquismo. Yo alcancé a ver un camión que se llevaba a la gente por las calles de la ciudad por la avenida que cruzaba la carretera y el camión ese llevaba a la gente que iban a fusilar. Era una cosa horrible. Mi padre se salvó del fusilamiento por dos horas. Él tenía la fuerza de siete u ocho personas, no menos. Le pegó una trompada a un capo de la falange española, la guardia pretoriana del sistema franquista. Resulta que el cura de la iglesia de donde yo nací, la ciudad de Carlé, le había pedido que pintara un par de cuadros y mi padre le dijo: 'Saquen todos los cuadros importantes de acá porque pueden hacer un daño tremendo a obras de arte que no tienen nada que ver con la política' y el cura le hizo caso. El cura le prestó dos obras para copiarlas y cuando terminó de copiarlas mi viejo se las devolvió. ¿Y qué hizo el cura? Las escondió junto con todos los otros cuadros. Y este tipo que no sé por qué razón se había enterado de que se habían llevado dos cuadros de la iglesia, vino a casa a acusarlo y a pelearlo; estaban acostumbrados a tratar mal a la gente y no permitían que nadie los contradijera. Y mi padre dijo: 'No, estás equivocado, están en la iglesia, hablá con el cura'. ¿Te das cuenta? 'No, ¡devolvé los cuadros!'. '¿Qué me estás diciendo' ¿Mentiroso?'. 'Sí, ¡sos un mentiroso!'. Mi viejo lo hizo muy sencillo: pum, le pegó en la cara y lo noqueó", evoca con dramatismo.

"Lo vinieron a buscar de noche, esa misma noche; no vino éste porque estaba internado, no sé dónde estaba. Pero vino la guardia civil y la gente de la falange de una patada nos abrieron la puerta de la casa que nosotros teníamos allá y entraron con metralleta y demás; estaba toda la familia, estaba mi madre, una tía que tenía de parte de mi mamá, estaba mi hermanita la mayor y estaba yo. Cuando vinieron a llevar a mi papá yo lo agarré a patadas al tipo y lo quería morder, y me dieron una trompada, me tiraron al piso y a mi mamá también le pegaron. Se lo llevaron nomás. Pero se salvó del fusilamiento. Mi vieja pertenece a una familia muy, muy poderosa en Carlé. Y recurrió a la familia. Y un tío de ella, creo que fue gobernador de Valencia o alcalde de la ciudad de Valencia, fue a la cárcel y lo alcanzó a llevar. Estaban todos listos para llevárselo junto con otra gente, estaban en el salón nucleados los que iban a llevar: un camión grande, un vehículo atrás y ahí los mataban, en el cementerio. Una fosa común, todos adentro, chau. Y tierra". Off the record, Paco Pelló recita un poema antifranquista, uno de los muchos poemas que tiene inéditos.

 

"Conocí el infierno con el franquismo. Alcancé a ver un camión que se llevaba a gente que iban a fusilar".

 

"Mi madre era modista. Y tenía que tomar las medidas de una persona. Tenía que cruzar la vía del ferrocarril. Había ahí una guarnición militar y más allá estaban las casas del barrio donde estaba la clienta. Y yo la acompañé a ella. Cuando pegamos la vuelta, llegaron los aviones. Tiraron una bomba que voló la parte donde estaba la campana de la estación del ferrocarril y cayeron dos bombas en el lugar que habíamos pasado nosotros. En ese mismo momento no alcanzamos a doblar acá y entonces ahí cayó la última, la más cercana. Esa es la que me mandó acá la esquirla", recuerda señalando su espalda herida.

A dos años de llegado a la Argentina, creyó tocar el cielo con las manos. "Hace muchísimos años, en el '51, creo, había un compañero acá en Rosario que inventó una bandera peronista y me vino a buscar. Yo vivía en el conventillo municipal que estaba en Wheelwright al 1900. Le hice el dibujito. Con él y otro compañero que pagó el pasaje y la estadía en Buenos Aires, llegamos a Plaza de Mayo. Nos esperaban en otra parte para ir a ver a Evita, que estaba mal. Nos recibió un coronel del Ejército que tenía toda la cara quemada, hombre de total confianza de Eva y de Perón. El padre Benítez, su confesor particular, nos llevó directamente a donde estaba Evita. Nos recibió en forma inmediata sin ninguna clase de espera. Evita estaba en un sillón. Tenía una voz totalmente reposada. Vio la bandera y dijo: "Tengo que hablarlo con los compañeros del Movimiento, tienen que verlo a Perón". Cuando nos despedimos de Eva me dio un beso a mí, nos dio un beso a cada uno de nosotros. En las dos caritas", sonríe aún. Y muestra aquella bandera: verde, blanca y amarilla, ya no recuerda por qué.