Que un personaje más o menos público sea un poco ignorante, bastante bruto, muy machista, que en su fuero íntimo piense una cosa y ante la mirada ajena a veces cancheree otra, que de la boca para afuera sea todo muy lindo pero en la vida real todo muy feo, bueno, vaya y pase. De hipocresía y doble standard está hecho el mundo, en particular el nuestro (acá, donde no nos hace ruido que el Estado garantice derechos de tercera generación –matrimonio igualitario, por caso– pero no de segunda –como la despenalización del aborto–, porque a la dirigencia política nunca le parece prioridad hablar seriamente de derechos de las mujeres y salud pública) y no lo venimos a descubrir ahora.

Y sin embargo resulta que no todos los momentos son lo mismo. Abrir la boca para dejar caer las mismas palabras que décadas atrás despertaban aplausos y garantizaban silencios más profundos, hoy no es gratis. Lo comprobó Castaña, lo pasó Ari Paluch, también un poquito Rolando Hanglin. Lo está comprobando en carne propia el sexagenario Pettinato que, aunque hayan pasado treinta años desde la muerte de Luca Prodan, sigue hablando de su vida en Sumo como si hubiera sido ayer para sazonar, tal vez, con algo de rebeldía lo que no es más que un discurso profundamente conservador. Decir burradas profundas, aburridas, démodées hoy, además de poner en evidencia al misógino, demuestra que el error está en el cálculo y un poco también en la ceguera. 

Quizá, hace diez años hablar livianamente de acoso en una entrevista, y atribuir el hostigamiento a un malentendido (con la simetría que eso presupone entre acosada y acosador, tan luego) no tenía costo para alguien así. Tal vez, actuar la pose del señor ocurrente porque ay, mirá lo que dijo, cómo se animó, le canta las cuarenta, antes redituaba. Lo que está cada vez más claro es que hoy el eco de esas palabras suena diferente. Además de no terminar de comprender que el machismo está lejos de ser un chiste, la burrada es también creer que la impunidad es eterna, que las cosas no cambian, que las mujeres no hablamos y que entre todas y todos no estamos construyendo (aquí, donde empezó #NiUnaMenos, pero también a nivel global, con #MeToo, #BalanceTonPorc y otras iniciativas afines que van echando raíces) un mundo distinto, porque está en marcha otra sensibilidad. La burrada es también creer que haber sido impune tiempo atrás implica que la licencia se extiende a futuro. No.