Desde Barcelona

UNO El término/concepto/condición/estado está en boca de todos y se lo pronuncia con voz baja y temblorosa pero en rotundas mayúsculas: OBSOLESCENCIA PROGRAMADA. Una de las tantas aplicaciones de la implacable Ley De Murphy. Todo lo que funciona lo hace, simplemente, para tarde o temprano dejar de funcionar. Cada vez más temprano, parece. Y a propósito. Lo que antes se vendía apoyado en la inestimable virtud de su resistencia y durabilidad ahora ofertando el cuestionable don de lo efímero. Rodríguez recuerda que cuando se fue de la casa de sus padres para vivir solo (sí, antes se podía; antes, hasta eso de irse podía andar y funcionar) recibió de regalo un viejo refrigerador de sus abuelos que, décadas después del estreno, seguía enfriando a la perfección, sin recalentarse ni estallar súbitamente en llamas. Ahora no. Ahora lo funcional pasa por romperse. Ahora el ocio y el negocio pasa –desde que el mundo se ha informatizado– porque los productos duren cada vez menos para así poder cambiarlos por un modelo nuevo que, en más de una ocasión, resulta peor que el modelo anterior. Y todo por haber mordido ese fruto que en ningún lugar de la Biblia se precisa que sea una manzana, pero que en el libro de Jobs (Steve) sí lo es. 

DOS Y ya se sabe: Jobs ya no está entre nosotros pero nos sigue haciendo pasar las de Job. Y la idea es que lo que nos ha vendido no envejezca y de ahí que periódicamente nos envíe desde un Más Allá chez Cupertino lo que se conoce como “actualizaciones” que –se ha sabido no hace mucho– en realidad desactualizan y hacen envejecer a ese ser tan querido de los que hay varios en cada familia y que se conoce como iPhone: el móvil que te inmoviliza, el Yo Telefónico. Y entonces, de nuevo, lo de más arriba: obsolescencia programada. Una especie de involución propiciada por la verdadera clase gobernante que pone de cabeza y marcha atrás a los postulados darwinianos en cuanto a la supervivencia del más fuerte. Porque la manera de hacer buen negocio ahora es ser el más fuerte gracias a la propia y no voluntaria y encubierta acción de no sobrevivir y de ir debilitándote voluntaria y progresivamente para desesperación del adicto al fruto no prohibido pero sí de precio bastante prohibitivo. Y de hacer que el pobre más mártir que pecador salga corriendo de su pequeño e infernal paraíso para ir a golpear a las puertas de un cielo celeste que le cueste. Mucho. 

TRES  Una vez puestos en evidencia, los médiums y sucesores del fantasma de la electricidad de Jobs salieron a pedir “disculpas” por el “malentendido” y porque “la cuestión puede no haber sido clara” y que, de aquí en más, “todo será muy, muy transparente”; pero, hey, a no olvidarse de que las baterías no duran para siempre y si no se actualiza se corre el riesgo de que duren menos y ralenticen la performance y... Y Rodríguez, pasmado, volvió a no poder creer lo que estaba pasando. Es decir: no pasó nada. Lo que décadas atrás habría acabado para siempre con una empresa fue entendido como una especie de travesura. De acuerdo: algunas asociaciones de consumidores y particulares en varios países presentaron demandas contra Apple acusándola de “programar la obsolescencia” de sus productos para forzar a sus clientes a comprar un teléfono nuevo. Pero ya sabemos para quiénes trabajan los mejores abogados y quienes tienen más dinero para pagarlos y ya se sabe: injusticia para casi todos.

CUATRO  En cualquier caso, este ha sido una de las contadísimas ocasiones en las que Rodríguez la vio venir y no se avino a ir con la manada. Su primer móvil, en 2006, un humilde y primitivo modelo provisto por Vodafone nunca requirió de ninguna reparación. Y él jamás se dejó obnubilar por el canto de sirenas en forma de mensaje de la compañía casi rogándole que lo devolviese y lo cambiase sin cargo alguno por un modelo high-tech de última degeneración. Era tal la insistencia para que lo entregase que Rodríguez, por las noches, lo apagaba y lo escondía debajo del colchón temiendo la irrupción de un escuadrón dron-ninja por balcón y ventanas en modo avión-operación rescate. De igual manera, tiempo después, al pasarse a una compañía que en el paquete incluía los canales de tv por cable que le interesaban, jamás actualizó el ya vintage iPhone que –toca madera y acaricia plástico– hasta ahora no le ha dado ningún disgusto salvo, sí, los casi ruegos diarios para que actualice su unidad. Advertencias que él ignora sabiendo de qué van y de quién vienen. 

CINCO  Más allá de eso, casi todo es enojo y frustración para Rodríguez. Programación obsoleta y, en la actualidad, la política española bascula sobre dos extremos irreconciliables pero que comulgan en sus principios: Rajoy (quien dice querer seguir mientras, enfrentado a cada problema, manifiesta no saber nada y parece solo preocupado por el desperfecto por el que está pasando el vencido Real Madrid) y Puigdemont (quien insiste en continuar con sus pases y paseos mágicos poniendo cara de Dr. Strange sabelotodo). Ambos se parecen en que, ya desde sus principios, nunca funcionaron y en la innegable realidad de que no hay nada con más fecha de caducidad que un político les es ajena. Así, uno y otro producen la ilusión  de que nunca se les acaba la batería para continuar sin hacer nada salvo alimentar sus propios espejismos llámense Procés o Recuperación. Y así se unen para canturrear a dúo canciones selectas de Les Misérables sin ponerse de acuerdo quién es Jean Valjean y quién Javert: porque no pueden vivir el uno sin el otro y se necesitan tanto como el Yin al Yang. Se aman, se odian, dame más. Y el PSOE es un museo de lo que fue (entrada gratis, pero se agradece voto contribución), Podemos es la galería nocturna de lo que pudo haber sido y donde ahora se expone la muestra Niebla y Solipsismo, y Ciudadanos goza (de nuevo) de ese qué será, será, que es lo que suele iluminar con quince minutos de fama en encuesta y rendimiento máximo durante la demostración. Justo  antes que los indicadores de potencia vuelvan a avisar de que ya se va acabando lo que se daba y se les dio. El cincuentenario Felipe VI y familia siguen en la suya: reportaje sobre su “intimidad” en El País con foto tomando sopa como si fuesen los Alcántara de Cuéntame en modesto set/comedor de residencia palaciega. Y, otra foto, más inquietante, en el que él y Letizia, en la penumbra de un automóvil, parecen estar preguntándose en qué momento se jodió España y se agotó la energía de la comodidad de ser su constitucionalmente programado y monárquicamente obsoleto rey.  

SEIS  Y ya corre la cuenta regresiva que avisa que de aquí a treinta años más o menos hombre y máquina se fundirán cortesía de La Singularidad y el Homo sapiens tal como lo conocemos será descontinuado. Cuentan que entre las muchas ventajas de la fusión de la carne con el silicio estará la de la inmortalidad. Pero a Rodríguez no lo engañan. Seguro que habrá letra pequeña y catch 2.2 y delictivo pero legal recambio de partes clónicas para los very few como en La isla o Nunca me abandones. 

Náufrago y abandonado bajo la palmera de su descontento, Rodríguez (quien se ha inquietado leyendo eso de los cientos de niños hijos de refugiados quienes en Suecia parecen decidir, sin padecer ningún problema psíquico o neurológico, caer en coma o en sleep o en repose por el histérico y epidémico y misterioso “Síndrome de Resignación” al enterarse de que sus familias pronto serán deportadas y vuelvan a recargarme, gimen en sueños, cuando toda esta pesadilla haya pasado) se la pasa haciendo marcas en el tronco de sus días y noches. Uno más, una menos. Lo que se expide, expira y siempre se alcanza la categórica categoría de ex. La dura vida dura lo que dura, piensa Rodríguez. Mientras que la muerte –el grado cero y el punto sin retorno de la obsolescencia programada– dura para siempre.