Este será un año de muchos cambios en uno de los campos más interesantes de las artes escénicas: el de los títeres. A fines de 2017, dos espacios fundamentales para la difusión de esa disciplina cerraron sus puertas de sus lugares habituales, con la promesa de emprender nuevos caminos. Se trata de Casa de Títeres, que coordina la actriz, titiritera y productora Daniela Fiorentino, y El Trompo, sala a cargo de sus colegas Gustavo Garabito y Natividad Martone. Si bien hay otros espacios que dedican parte de sus carteleras a los títeres, como el Centro Cultural de la Cooperación, el teatro La Nube y hasta el Teatro San Martín, entre otros, estos dos espacios se caracterizan por ser los únicos con programación exclusiva de ese género, ya de por sí desprotegido por políticas públicas y difusión en medios de comunicación. Por eso, toda la expectativa del mundo de los muñecos y objetos está puesto en cómo seguirán estos proyectos.

Casa de Títeres comenzó hace casi ocho años como un proyecto dentro de la sala Pan y Arte, en Boedo. A Fiorentino le pareció que el espacio podía albergar esa franja y convertirse en una referencia para los títeres, como vidriera e impulsora de la actividad. Así fue. Desde 2010 y hasta diciembre del año pasado, la titiritera y productora programó cientos de espectáculos de títeres para niños, jóvenes y –sobre todo– adultos, y convirtió al lugar en una cita obligada para el público de esa actividad. “Lo hice porque además de productora soy titiritera y siempre me dieron los últimos horarios disponibles en los teatros. ‘¿Ah, sos titiritera? Tengo libre el viernes a la una de la mañana’, me decían. Con Casa de Títeres intenté cambiar eso”, cuenta a PáginaI12.

A fines de 2017, Fiorentino sintió que el espacio había cumplido un ciclo, pero sólo dentro de Pan y Arte. “El proyecto sigue, sólo que ahora empieza su próxima parada”, explica. Al menos durante este año, Casa de Títeres tendrá dos patas: por un lado, sus estrenos y reestrenos, que se mudarán al Camarín de las Musas, y por otro proyecto interno, llamado Estación de Primera Infancia, que ofrecerá espectáculos para niños entre cinco meses y cinco años. Para esta parte, Fiorentino unirá fuerzas con Proyecto Upa, la primera compañía argentina de teatro para bebés, a cargo de Gabriela Hillar. Juntas recorrerán salas de la Ciudad con espectáculos de títeres y de teatro, respectivamente, para esa franja etaria. 

“Cuando empecé con esto me decían que era una loca, que me iba a morir de hambre. Por suerte siempre tuve público, aunque también este se fue construyendo a medida que se fueron construyendo espacios como el nuestro. Todavía falta mucho, los títeres no son una disciplina popular. Pero hace cuatro o cinco años por suerte vienen pisando fuerte”, afirma la titiritera, que dice que el día que deje de trabajar con títeres “ya no va a tener sentido nada” de lo que haga.

Por su parte, con algunos años menos de edad, El Trompo funcionó hasta diciembre también en Boedo, como una sala dedicada exclusivamente a los títeres y objetos. Gestionada por Natividad Martone y Gustavo Garabito, el espacio vio pasar a más de cincuenta grupos de distintos países, que realizaron 125 funciones. Allí tuvo su sede el Club Sudamericano del Títere, una experiencia creada en conjunto con el titiritero Manuel Mansilla, que se propuso la difícil tarea de “repensar la forma de hacer títeres en la Argentina”. El club invitaba a la afiliación, permitía compartir tiempos por fuera de los propios del espectáculo a públicos y artistas y le daba un espacio de presentación en Buenos Aires a titiriteros en gira de toda la región. También funcionó allí el primer Festival Internacional de Marionetas de Buenos Aires, un evento que tuvo gran resonancia en el ámbito cultural, y que este año buscará tener una segunda edición.  

En el caso de El Trompo, sin embargo, el cierre y mudanza obedecen a cuestiones menos románticas: a fines del año pasado, quienes le alquilaban el espacio a los titiriteros pidieron una cifra que a ellos les fue imposible de pagar. “El espacio no generaba ese dinero y de hecho se comía todo lo que generábamos extra con nuestros otros trabajos. Se hizo difícil y la realidad es que no nos pareció que este año viniera más fácil que el anterior, así que rescindimos el contrato”, cuenta Garabito, que define a los titiriteros como “generadores”. “Ponés a uno en un desierto y te arma un festival. Trabajamos con la idea de expandir, de agrandar espacios, de multiplicarnos”.

Justamente por eso, El Trompo también seguirá girando. Como parte de Espacios Escénicos Autónomos (Escena), los titiriteros fueron invitados por otras salas que forman parte de esa asociación civil para llevar sus espectáculos de gira por la ciudad de Buenos Aires hasta conseguir nuevamente un espacio propio. El indicado ya está en vista y los artistas esperan concretar su adquisición durante el verano, para arrancar con todo en marzo. “Será una sala más chica pero con mayor profesionalización. Vamos a intentar llevar al máximo la tarea titiritera, con equipamiento adecuado para esa actividad. Casi todas las salas son de teatro, entonces por más de que se presente un espectáculo de títeres, las luces no son las adecuadas, por ejemplo. Acá vamos a seguir en la línea de hacer una sala para títeres y objetos, exclusivamente. Porque la actividad lo necesita”, agrega Martone.