Un matrimonio deja a su hija todas las noches para irse a jugar un juego llamado Prius a un lugar que en nuestro país se supo conocer como cibercafé, pero que en Corea del Sur se llama PC bang. Ese juego consiste en simular situaciones a través de elegir distintos avatares y el premio es una bebé que adquiere poderes mágicos. Esta pareja compuesta por Kim Jae Beom y Kim Yun Jeong, concentra sus energías en los desafíos del juego y dan afecto, alimento y vestimenta a esa bebé virtual por intermedio de clics de mouse. Hasta que un día la realidad pondera sobre ese micro mundo y una mañana, después de una de esas noches netamente gamer, se encuentran con su hija de carne y hueso muerta. “Estaba desnutrida y pesaba 2,5 kilos a los tres meses de edad, menos que al nacer”, precisó el abogado. Así se vive el grado de intoxicación digital del otro lado del paralelo 38, la frontera intercoreana. 

La escena pertenece al libro Corea: Dos caras extremas de una misma nación, un trabajo que presenta dos partes históricamente separadas por diferencias sociopolíticas y culturales y dos cronistas que hicieron sus viajes hacia esa otredad: los mundos del tecnocapitalismo y la geografía de Kim. Julián Varsavsky es quien se encarga de los detalles que encierran al lado Sur y Daniel Wizenberg es el que cuenta todo lo que respecta al lado Norte. Cada uno de ellos se propone una búsqueda auténtica y dejan de lado lo que interfiera con el hecho mismo de contar y mostrar cómo se ven, desde el ojo latinoamericano, ambos territorios. 

Sin plantear la antinomia clásica de buenos y malos, lo que inducen a pensar es que los de Kim muestran la sacralización de un credo al que denominan “Juche”: “En el Juche no hay clases sociales sino tipos de personas. Los leales son el tipo ideal, siguen los vacilantes y luego los hostiles. Cada tipología abarcaría un tercio de la población. Solo los leales habitan en Pyongyang y son científicos, militares de alto rango y veteranos de guerra sus descendientes”. Y desde ahí se rigen las normas de libertad y la idiosincrasia del país y en lo que respecta al lado Sur, se descula una sociedad dominada totalmente por la autoexigencia, la tecnología y la falta de sueño para llegar a ser alguien.

Esta sociedad completamente sumida en la competencia y los contratiempos que se viven a partir de eso, termina por autodestruirse y en muchos casos con el suicidio  como puerta de escape. Frente a esas presiones que tienen el objetivo del prestigio educativo y laboral, los niños surcoreanos están predestinados a tener pocas de horas de juego en la niñez, porque la mayoría de las horas reloj son aprovechadas para estudiar y estar listos para el momento del examen de ingreso. “Nuestros jóvenes no son felices, les cuesta hablar, se hunden en la sumisión y depresión; no reaccionan. Están extenuados de estudiar y resignados a una vida sin diversión”, cuenta en el libro la recepcionista de un hotel de Seúl. En este libro eso es leído como el portal del paquete de libertades que disfraza un régimen neoliberal y alista a lo que denominan “la sociedad del cansancio”, siguiendo el término de Byung Chul-Han, el filósofo que destacan en todo el recorrido de su trabajo. Del lado Norte el sol se ve y la conexión con la naturaleza es otra, siguiendo a Wizenberg. Sin tantas exigencias autocompetentes, pero no dejan de vislumbrarse en ambos lados murallas que ahogan. “¿Es victorioso un sistema que fracasa en generar felicidad?”, se preguntan.      

El advenimiento de este libro no parecía estar tramado directamente como algo colectivo, pero fue la casualidad lo que cruzó a ambos autores y eso desembocó en esta crónica que titularon como las caras extremas de un mismo país. Varsavsky lee la crónica de Wizenberg en la revista Anfibia y se sorprende porque en una parte relata que en un hotel de la capital de Norcorea, almuerza con un gorro de lana porque no hay calefacción. Y eso depara en un comentario de Varsavsky en el que le dice que en Surcorea le pasó lo mismo con un trabajador de Samsung que tenía que trabajar con su abrigo porque no se prendía la calefacción. “Se ve que el capitalismo desenfrenado y el comunismo dinástico coreanos se parecen más de lo que uno imagina”, responde Wizenberg por chat y así se delinea el prólogo de este trabajo. 

Al final encuadran una posición que ubica esa vulnerabilidad extremista de ambas naciones, a través de Chul Han, el filósofo al que definen como “una suerte de Foucault 2.0”. “Byung Chul-Han plantea que esa sociedad disciplinaria ha evolucionado hacia otra que denomina de rendimiento, donde ya no es tan visible un poder opresor”, explican ellos. Como bien lo explican en el apartado “La nación bifronte”, intentan acercar las muestras de cómo se ve al norte y al sur de un territorio con años de historia.  “Nosotros no vimos ‘buenos’ en ninguna facción, sino más bien un bifronte cuyas dos caras –con matices– se parecen. De un lado y del otro reina un nacionalismo que tiene 2500 años de ‘ombliguismo’ y que ha fanatizado a millones de sus habitantes”.

En fin: dos regímenes que coartan para lograr ampliar su dominio hegemónico y lo que se sigue extendiendo también son las diferencias entre los países vecinos. En ninguno surte el efecto deseado. Ambos se centran, sin decirlo expresamente, en las contras a las que conllevan estas lógicas que terminan por conducir a la falta de libertad y expresión por el lado de Kim y al cansancio y los malestares neuronales, causantes de depresiones y falta de habla, sin terminar de diferenciar entre la realidad física y virtual, por el lado Sur. “A los 25 años suelen tener las neuronas ‘quemadas’ de tanta autoexigencia: el nivel de reflejos y rapidez mental que necesitan ya no les rinde. Pocos llegan a millonarios y la mayoría es desechada como un teléfono que a los dos años de su lanzamiento ha quedado caduco”, explica el autor, sobre los surcoreanos.   

Quienes llevan adelante este trabajo concentran sus miradas en obsesiones que plantean sus profesiones sobre una cultura milenaria. Ninguno exagera detalles para caer en la sencillez de los golpes bajos y lo que ensayan, tanto Wizenberg como Varsavsky, es la foto de una geografía que muchas veces solo se podía reconstruir desde documentales. Los cuales, en algunas ocasiones, dejan detalles olvidados porque no se apuntan como relevantes. La mirada personal es lo que destaca la materia prima de cada relato. El poner el cuerpo ante cada zona desprovista de conocimiento previo, vuelve a esa otredad algo con lo que tratar de empatizar. Y si bien uno es politólogo y el otro fotógrafo y documentalista, el hambre de narrar los olores y ese estar ahí, los convierte en dos cronistas terrestres que devuelven un libro de rasgos antropológicos. 

 

Corea: Dos caras extremas de una misma Nación Julián Varsavsky y Daniel Wizenberg Continente 182 páginas