La primera hipótesis de la causa de la muerte de Mama Cass fue que se ahogó con un sánguche de jamón. La idea de que la exitosa cantante gorda había muerto de glotonería creció hasta ser el rascacielos de una leyenda urbana. Todo fue disparado por un policía que había encontrado en el departamento de Londres donde murió Cass Elliot un sospechoso sánguche a medio terminar, evidencia que permitió a un médico forense gatillar la teoría del fatal ahogo alimenticio. No faltó mucho para que la autopsia desmintiera aquello: en la virtuosa garganta de la cantante no había ni restos de comida, la muerte fue causada por una falla cardiaca; pero a esa altura, la leyenda no se podía derrumbar y ya había instalado que Mama Cass murió por gorda a los 32 años el lunes londinense del 29 de julio de 1974. Poco menos de un mes después, un grupo de feministas radicales en Estados Unidos enfrentaron aquella leyenda urbana alzando la voz para denunciar que a Mama Cass la mató la medicina. En Los Ángeles, durante la celebración del Día de la Igualdad de las Mujeres en agosto de 1974, un grupo con brazaletes negros y velas, recreando una procesión funeraria, marchó hasta subir al escenario donde había un micrófono abierto. Allí comenzaron a describir lo inspiradora que Cass Elliot había sido para ellas, como “una mujer gorda que se había negado a esconder su belleza”, y terminaron acusando al establishment médico de matar a Cass y de cometer un genocidio contra las mujeres gordas, porque ellos motivaron la pérdida de peso de la cantante “a pesar del sabido peligro que implicaba”, recuerda Aldebaran, quien fue una de las fundadoras de Fat Underground, colectivo de activismo gordo surgido entre activistas feministas y lesbianas que a inicios de los setenta gestó muchas de las ideas y denuncias más revolucionarias que continúan siendo silenciadas hasta hoy. Ese acto fue la primera manifestación pública de Fat Underground, un grupo de mujeres valientes que pusieron en crisis ciertos paradigmas médicos y sociales en relación al cuerpo gordo, particularmente al femenino. De hecho, como se cansaron de explicar, Mama Cass estaba haciendo dieta en el momento de su muerte, una dieta administrada por médicos que ocultaban información sobre los riesgos de bajar de peso que generan tensiones fatales en el organismo. El sánguche de jamón a medio comer era lo opuesto a la hipótesis de la asfixia: Cass Elliot había renunciado a comer todo ese sánguche para probar que podía realizar su dieta. La medicina fue quien la mató a partir de la dieta prescripta por la gordofobia.  Ahora, oímos a Mama Cass cantar su hit que comienza así: “Nadie puede decirte que hay una sola canción que vale la pena cantar”, es difícil no escucharla como un himno de disidencia de género y corporal.

“Fat Underground considera el sexismo como una herramienta de opresión que es particularmente perjudicial para las personas gordas… Las personas gordas mueren por la enfermedad social de la opresión, no por la ‘enfermedad’ médica llamada obesidad”, sostienen los manifiestos de estas mujeres gordas movilizadas para sumar sus voces y alertar, principalmente, sobre la información que ocultaba la institución médica sobre la gordura. Su afán activista llegó a crear un video de potencia extraordinaria, en tiempos donde la tecnología del video casero atravesaba su fase primitiva, que pudo plasmar de manera inteligente una serie de testimonios e ideas que no solo siguen las formas represivas del aparato médico, y siendo de vanguardia en la concepción de la gordura. Fat Underground es un documental con información vigente sobre la opresión sobre los cuerpos disidentes, explicando algunas ideas sobre la industria de la dieta y las formas de control que tienen una lucidez incluso audiovisual: hay una puesta en escena de la voz colectiva feminista que puede verse como pionera en la genealogía de la representación del activismo de resistencia y desobediencia civil, donde la película 120 pulsaciones por minuto sería el último eslabón notable. Desde un atrofiado blanco y negro de video baja definición que se puede homologar con la estética de un fanzine punk fotocopiado, las voces del documental tienen distintas dimensiones audiovisuales que van del testimonio directo al despliegue coral escenográfico, que incluyen un videoclip réquiem a Mama Cass y una propaganda pop irónica de la industria dietética. Ver Fat Underground hoy permite también reconocer el trabajo de un grupo de lesbianas que se amalgaman en el coro del activismo gordo como Kathy Fire, autora de un disco folk de “canciones de una lesbiana anarquista”, y Judy Freespirit, artista visual y autora del libro Daddy’s Girl, donde denunció la lógica del abuso en 1982. Desde hace más de cuarenta años, el movimiento lesbofeminista de liberación gorda tiene mucho para ofrecer a nuestro presente y futuro.

Fat Underground se proyectará el jueves 15, a las 20, en Casa Brandon (Luis María Drago 236)