El titular del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), Jorge Todesca, confesó que “con la inflación hay que tener paciencia porque es difícil ir bajándola sobre todo porque el país tiene muchas estructuras de mercado con poca competencia”. Vale el reconocimiento tan demorado: la concentración existe. El macrismo también se desayunó tarde sobre otra verdad del pensamiento heterodoxo: el consumo es un motor de la economía. Las asunciones no vienen acompañadas de correcciones en la política económica.

Todesca apura el mal trago de ir informando que la inflación anual será exorbitantemente más alta que la kirchnerista y que los pronósticos mañaneros del actual oficialismo.

Las variables de la economía real meten pavor, aunque si se las mira con más detalle, revela que el nuevo modelo tiene, como todos, ganadores y perdedores. Los ganadores fueron premiados desde los primeros días de la gestión del presidente Mauricio Macri. La escena local combina indicadores bajos por doquier.

“El mundo” es terco: se obstina en mostrarse impredecible e inhóspito. El “regreso” del macrismo no rindió beneficios pingües, muchos vaticinios de sus gurúes chocaron con la realidad. Un país emergente depende de decisiones o factores que suceden fuera de su poder o influencia.

El ajuste de la tasa de interés resuelto por la Reserva Federal estadounidense encarece el de por sí alocado endeudamiento externo. Cuando el presidente Michel Temer se encaramó al gobierno de Brasil, formadores de opinión o economistas consagrados por la derecha autóctona, predijeron que la economía de la potencia vecina haría pum para arriba, despojada del cepo del populismo lulista. La pifiaron feo otra vez: la simpatía ideológica nubló su vista, por ahí.

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Las convenciones colectivas amanecerán con ese escenario sombrío, ya concretado. El objetivo oficial es que no se discutan tomando como base la inflación de 2016  sino en base a sus pronósticos sobre el porvenir inmediato. Esto es, no sobre lo real palpable sino sobre una virtualidad imaginaria o delirante.

Los ministros de Trabajo y Educación, Jorge Triaca y Esteban Bullrich, predisponen ese terreno. La gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal lo ensaya en su territorio.

Una de las claves del año nuevo será cómo se desarrollará la disputa entre las patronales y los estados nacional o provinciales con los sindicatos.

Las saludables rutinas instaladas por las gestiones kirchneristas comienzan con la de los Bancarios y la Paritaria Nacional Docente. Se trata de gremios combativos, que no se han hincado ante la hegemonía del macrismo.

Formular profecías es arriesgado, hasta insalubre. Digamos solo que las pulseadas por el salario real serán claves y que las conducciones sindicales serán puestas a prueba en un contexto difícil.

La neo parla macrista se esmera en abolir palabras o conceptos tales como “conquistas”, “derechos”, hasta “conflicto” si se les deja margen. Ni hablar de “puja distributiva” que sin embargo existe.

En los balances que formulan desde “el palo” oficialista se menean nombres propios, se alude a la gobernabilidad o a la competitividad expresión que connota una visión darwinista de la economía y, en el borde, de la sociedad. Lo cierto es que este año la puja distributiva mostró ganadores y perdedores entre sectores productivos, regiones y en la relación capital-trabajo. Ese contexto ahondó la desigualdad social, que ya era excesiva. De eso no se habla pero, quieras que no, estará en las mesas de negociaciones.

El oficialismo conserva, apenas oculto bajo el poncho, el cuchillo de una reforma regresiva de las normas laborales y sindicales. Aunque plagadas de torpezas y renuncios, las vicisitudes de diciembre en el Congreso, hacen avizorar que no le será sencillo.