La profecía de Perón sobre el año 2000 ya entró en el pasado pero, como toda frase genial, puede-merece ser re escrita para la ocasión. Compañeras y compañeros (digamos casi todas y casi todos para no exagerar) olfatean que el 2019 los encontrará unidos o hundidos. O, cuanto menos, a merced de Cambiemos que viene de ganar dos elecciones consecutivas. El clima del verano es más propicio para las oposiciones que el de fines de octubre pero las estaciones pasan, los climas varían.

La política económico-social del presidente Mauricio Macri se ensaña con los trabajadores, ya no controla ni siquiera las variables macro que sinceramente le importan. Pero aspira a matizar o maquillar la tendencia en el año impar. Como fuera, ningún gobierno pierde las elecciones solito, si no hay una fuerza coherente que lo confronte.

El “Encuentro por la unidad” realizado en la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) vale por lo debatido, que se recorre en otras notas de esta edición y “derramará” en la de días venideros. Pero lo central finca en la gestualidad que animó la convocatoria, la amplitud de que se hizo gala. Los sermones ayudan a describir un cónclave pero en perspectiva futura lo definen más la liturgia, el tono… y antes la lista de invitados.

Se congregaron justicialistas con votos y sin ellos, con poder territorial y homeless, gobernadores, diputados, intendentes, figuras reconocidas, personajes orgánicos y en tránsito. Responden, de momento, a distintas facciones partidarias. Una riqueza potencial que aspira a contrapesar la carestía territorial y la fragmentación, saldos desoladores del veredicto popular de 2015 aunque incubados desde bastante antes.

El sentido común indica que el panperonismo tiene que confluir el año próximo como alternativa electoral y que las Primarias Abiertas (PASO) son condición necesaria pero no suficiente para ser competitivo. Sin voluntad nada es posible, la voluntad pelada tampoco basta. 

Las divisiones internas, talladas desde 2011, podríamos decir desde el inicio del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner son uno de los escollos. La división del movimiento obrero, incluso al interior de la Confederación General del Trabajo (CGT), otro. 

El común denominador es la necesidad que tira más que una yunta de bueyes. No atañe en particular a los dirigentes sino a millones de argentinos, crecientemente dejados de lado por el programa real del macrismo. Necesitan ser representados, convocados, interpelados, sumados. Los dirigentes, al fin y al cabo, valen por las masas que convocan. “Encuadran” escribía el General herbívoro –que fue tres veces presidente en tiempos de estado benefactor, trabajos estables y pleno empleo. Tiempos, ay, que parecen lejanos porque lo están y cuya añoranza no debería entretener a nadie. No se convoca, ni suma ni gana elecciones con nostalgias sino con un diagnóstico (severo, hoy día) sobre el presente y una promesa creíble sobre el futuro. 

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La arrogante embestida postelectoral del macrismo acumuló un sinfín de errores. Entre ellos, agrupar a sus adversarios. 

La reducción de su agenda parlamentaria viene en combo: la reforma política parece haber quedado relegada o archivada. Las PASO perdurarán y otorgan una chance al peronismo opositor: ir construyendo un esbozo de unidad y dirimir supremacías a la hora señalada. 

El sistema electoral parido por la Constitución de 1994, que permite evitar el ballotage hasta con el 40 por ciento de los sufragios, es favorable al oficialismo de turno. El peronismo menemista sabía qué estaba haciendo.

Desde entonces, los gobiernos consolidados pudieron vencer a una coalición nueva sin mucho arraigo: Carlos Menem versus el Frepaso en 1995. O sacar ventaja de la dispersión de sus rivales: Cristina en 2007 y 2011. 

Cayeron frente a coaliciones amplias, cuyo candidato se embelleció tras una interna convocante. Fernando de la Rúa triunfó con la Alianza en 1999, Macri con Cambiemos hace poco más de dos años. 

La historia no se repite pero alecciona. La lógica de la coyuntura embellece las PASO, que por otro lado son ineludibles.

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En cualquier tertulia de café, en cualquier debate que se encrespa, se revolean bolillas negras para presuntos integrantes del espacio común. Sobran dirigentes que las merecen, también sobran recelos e incapacidad para atisbar vigas en el ojo propio. La condición de opositor al proyecto oficial es el piso de pertenencia al pan peronismo en ciernes.

Los campos de juego para demostrarlo son, esencialmente, el Congreso, las paritarias y el espacio público. El Parlamento, en principio, es el ámbito más sencillo sobre todo porque el Gobierno ha dado rienda suelta a su idiosincrasia, relegó su fachada pactista. Por otra parte, porque la lógica de los debates define campos, posiciones; en un momento se vota y ahí se mide quién es quién y para qué arco patea. 

La unidad en la acción pinta como la clave de la protesta social. La Casa Rosada embiste preventivamente contra ella desde dos flancos, que justifican cada uno un párrafo. Ahí vienen.

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La narrativa macrista embiste contra lo colectivo. Niega la ideología, los intereses, las clases sociales, los conflictos distributivos.

Una movilización que congregue sectores distintos se ningunea, desdibuja o caricaturiza poniéndole un nombre propio. La del 21 de febrero será “la de Moyano”. El relato oculta la presencia de organizaciones sociales o de las CTA con criterios, banderas y prosapias propias. Todos los jugadores deberán manejarse con destreza para distinguirse en la diversidad y para congregarse cuando sea menester… cada vez más.

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La otra faceta carece de sutileza, se trata del abuso de la fuerza hasta infundir miedo. Dicho en términos brutales a fuer de realistas: quienes ejerciten el derecho a la protesta social deberán precaverse de la “doctrina Patricia Bullrich”. Apalear manifestantes, reprimir con saña, en el borde matar la espalda emparenta los “casos” Maldonado, Nahuel, Chocobar.

La concepción macrista del delincuente sin derechos es peligrosamente elástica y ampliable. Las provocaciones, las infiltraciones y las balas de goma formarán parte del repertorio, que exigirá disciplina y organización de quienes convoquen a sus bases.

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La unidad del peronismo, tomada al pie de la letra, es una quimera desde hace décadas. La conformación de un frente opositor con identidad y programa nacional-popular, de fronteras amplias, un objetivo complicado y deseable. Puesto de modo sencillo: el piso para sumarse es actuar como opositor antes que autodefinirse como peronista. 

El macrismo persistirá en su programa hasta terminar el mandato. La Argentina será en 2019 un país más desigual, híper endeudado, con creciente violencia institucional. Oponerle una alternativa democrática y viable en las presidenciales es el desafío-deber de la dirigencia opositora.   

En el tramo final estarán los votos: en las PASO y en las elecciones nacionales o provinciales. En el camino, interpelar a “la gente”, revertir las huellas que dejan los neo-con en la sociedad: individualismo, apatía, incredulidad, sálvese quien pueda. Recrear la política y aggiornar las identidades que no son estáticas.

Ayer se propuso un paso en el rumbo correcto, haciendo notar el afán de convivir sobre las tentaciones del sectarismo y de las bolillas negras.

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