En una casita pintoresca de Ituzaingó las paredes hablan de gloria. Hay medallas de las copas Libertadores, Intercontinental y Sudamericana. Pablo Jerez conoció esa gloria. Pero esas mismas paredes también hablan de una lucha milagrosa. En 2004, en el mejor momento de su carrera, cuando todo era victorias y trofeos, su hija Zoe se enfermó de meningitis, una enfermedad con alto porcentaje de mortalidad en los bebés.    Desde entonces todo cambió. Junto a su esposa se enfundaron en una pelea contra la muerte a la que lograron vencer. 

Aquel jugador que perteneció a uno de los planteles más importantes de la historia de Boca ahora juega en la Primera C, en Deportivo Merlo. Ya no lo enmarca la Bombonera, pero la felicidad todavía llega cuando toca la pelota.

-Se nota que todavía disfrutás del fútbol.

-Sí, olvidate. Y ahora más, porque ves que se acerca el final. Uno es consciente de que ya le queda poco. La gente joven empieza a marcar mucha diferencia. Más que nada en lo físico.

-Este año se cumplen 15 años de la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental, títulos de los que fuiste parte. ¿Qué te pasa cuando mirás hacia atrás?

-Para mí, fue un sueño, más siendo hincha del club. Estuve desde los 12 años en Boca, hice todas las inferiores, pasé todos los filtros y llegué. Es cierto que uno desea tener dinero, ir a Europa… Pero mi objetivo era llegar a debutar con la azul y oro. Encima vino con el regalo de ser campeón del mundo.

-Fuiste titular en varias veces y todavía no tenías contrato firmado ¿Cómo fue eso?

-Es cierto que en el fútbol se manejan números irreales, pero no fue mi caso. Empecé sin contrato y tuve la suerte de que al equipo le iba bien. Vivía de los premios que ganábamos, sino yo cobraba un viático. El primer contrato me lo hicieron por el mínimo, pero fue porque era jugador del club. Capaz si venía de otro lado y me compraban, se hablaba de otra plata. De mi paso por Boca no he ganado casi dinero, pero sí mucha gloria.

-¿Cómo era Carlos Bianchi?

-Fue como un padre, voy a estar eternamente agradecido. Me eligió y  decidió que una vez que se fuera Ibarra yo use la camiseta número 4. Con lo que te decía daba siempre en la tecla y sacaba lo mejor de vos. Era muy simple para transmitir lo que pretendía que hagas en la cancha y saber cuál era tu potencial. Hablaba mucho individualmente, el trato con los más chicos y con los consagrados era el mismo. Hay veces que en un plantel profesional hay competencia de egos: yo tengo más cosas que vos, ganó más plata que vos o tengo mejor auto que vos. Bianchi alejaba todo eso.

-Venían de ser campeones de la Libertadores ante un gran equipo como Santos, pero salir a ganarle al Milan de Kaká, Seedorf, Shevchenko, Pirlo, Maldini y todos esos cracks ¿Qué les dijo en esa charla?

-Fue el único día que, en la concentración, mostró un video del rival para marcar situaciones que teníamos que prestar atención. Ni en Santos, ni contra River, ni en partidos de campeonato, ni de Copa, nunca lo había hecho. Después depende de los jugadores y para nosotros era todo. Exageradamente lo tomamos como de vida o muerte.

-¿Cómo viviste el partido?

-Si bien no me tocó jugar, yo sentía que le íbamos a ganar. Lo presentía. Obvio que cuando hicieron el gol ellos, se me fue todo el presentimiento a la mierda (se ríe). Pero sabía que podía pasar. Nosotros estábamos muy metidos y ellos erráticos, más relajados. Yo la final del 2000 la vi en mi casa, me despertó mi mamá y tres años después estaba ahí. No lo podía creer.

-Después viene también la Copa Sudamericana, estas en el mejor momento de tu carrera y llega lo más difícil que le puede suceder a un padre, la grave enfermedad de tu hija ¿Cómo afrontaste ese momento?

-Esas cosas no se pueden explicar. Fue un antes y un después. Si uno no lo vive, es imposible. La entereza es lo que te puede sacar adelante, si no, uno no podría seguir. Como siempre decimos con mi señora, estamos agradecidos de que ella esté viva.

-¿Y cómo reaccionó Boca ante esta situación?

-Estaban al tanto, pero creo que no como deberían haberlo hecho. Qué sé yo. Igualmente, en ese momento no estaba muy pendiente de eso, no me importaba. Por ahí estaban más pendientes y no me di cuenta, es lo que me sale ahora. 

-¿Qué pasó después de que se conociera la enfermedad?

-Ella estuvo casi un año internada. Yo recuerdo haber estado durmiendo en una silla, yendo a entrenar sin dormir, comiendo mal. No le doy crédito a eso que haya sido mi bajón futbolístico. Pero bueno, es tu hija, es lo más importante que tenés y dejás todo de lado.

-Pero es lógico también que haya sucedido eso.

-Sí, es algo lógico. Y le podría pasar a cualquiera. Yo no iba a dejar a mi señora en la clínica y me iba a dormir la siesta o a comer bien. No me importaba otra cosa que la salud de mi hija. Supongo que es lo que haría cualquier padre.

-¿Qué problemas le trajo en su crecimeinto?

-Muchos, porque no fue solamente una operación, fueron cinco a cerebro abierto. La hidrocefalia que se le formó al principio fue como una gran infección. Primero hubo que atacar eso, después abrir, sacarle el líquido, implantar una válvula de drenaje. Esa válvula después tuvo complicaciones, hubo que ponerle otra derivación. Estuvo con respirador artificial. Era algo de vida o muerte y la mayoría los chicos no resisten o terminan con secuelas muy graves, postrados en una cama; porque se manosea tanto el cerebro que si o si las secuelas son graves.

-Así, parece un milagro que esté viva.

-Sí, es un milagro. La ves ahora y está prácticamente estable. Tenés que ponerte a hablar para darte cuenta de su problema al conjugar los verbos o entablar una conversación, pero en lo motriz hace todo. Tiene un problema mínimo en la visión y escucha perfecto. Algo impensado para los doctores que la trataron en un principio.

-¿Va a la escuela?

-Sí, una escuela especial en Ituzaingó, por indicación de los médicos. Ahí hacen terapias y actividades que la ayudan en su crecimiento, diferentes a lo que pueden hacer en lo que se dice “escuelas normales”.

-¿Es difícil la inclusión?

-Y, sí. Los chicos quizás sin querer algunas veces son crueles. No es porque sean malos, están desinformados. Para ellos es algo inusual que hable de esa manera o pida upa siendo grande. Capaz es chocante y se alejan un poco. En lo cotidiano nos fuimos acostumbrando a todo eso, nunca tratamos de chocar. Si a alguna persona le incomoda o algún chico no quiere estar con ella, la llevamos para otro lado. Más que nada para que no sufra ella, que no se sienta mal, le decís “mira vamos para allá que hay tal cosa” o “vamos, vení que te compro un helado”. Pero también está la gente que explica a sus hijos y alientan a ser más inclusivos.

-¿En qué te aferraste para salir adelante?

-En la familia, en los afectos. Te digo la verdad, es como si hubiese sido un sueño. No razonaba, no pensaba. Si no, no sé (se queda callado) para donde puede disparar uno. Son momentos límites que no sabe lo que puede pasar y como reaccionar. Por suerte fue de la mejor manera posible.

-¿Qué lugar ocupa en tu vida la religión?

-Soy muy creyente. En algún punto hasta me cargan, me dicen pastor (se ríe). Estuve yendo a una iglesia en capital, no de las tradicionales cristianas, sino de las que hay un pastor y predica. Pero deje de ir porque no me gustaron los manejos. Vi cosas que se asemejaban a un negocio. Venían con un sobre y querían que pongas dinero, sin decirte a donde iba. Si era por caridad o para ayudar, no tenía problema. Nunca me lo pudieron justificar. Por eso decidí rezar solo.

-¿Cómo fue tu salida de Boca?

-Tuve una discusión con el Chino Benítez y (Mauricio) Macri decidió que siguiera mi carrera en Colón. En ese momento, Boca quería al Cata Díaz y junto con Franco Cangele fuimos como parte de pago. Ahí estuve tres años. Fui a un club hermoso, excepcional, pero yo no conocía nada aparte de Boca. El haber ido a lugares donde no estaba acostumbrado a entrenar y demás es como decir “pucha a donde vine”.

-¿Cómo es la realidad económica en el ascenso?

-Yo había hecho toda mi carrera en clubes de Primera División. Desde inferiores. Nunca supe lo que era un jugador de ascenso. Hasta que me tocó y es envidiable el esfuerzo que hacen día a día. El jugador de ascenso no vive del fútbol, juega por pasión. Los sueldos y la manera de cobrar no son normales a un trabajo: se cobra cuando se puede, si se puede y lo que se puede. Ahora me toca vivirlo.

-¿Tenés otro trabajo?

-Ahora estoy buscando. Desde que soy jugador de ascenso tuve que salir a tener otra cosa también, porque se hace muy difícil. No te alcanza. Yo tuve la posibilidad de ganar dinero, no supe administrarlo bien y lo perdí. La plata se va.

-¿De qué estuviste trabajando?

-Entrenando con chicos y con grandes. Lo último fue en futsal con el club 4 de mayo, de San Antonio de Padua. Tenía un sueldito que me ayudaba, pero lamentablemente por la realidad del país no pude seguir.

-Ya por tu edad, mucho más en el fútbol como jugador no te queda ¿Ves tu futuro como entrenador?

-Me gustaría. Lamentablemente, cuando tenía la posibilidad económica, no hice el curso de técnico. Ahora, es muy difícil. Sé que el gremio de futbolistas tiene una escuela en Capital Federal pero movilizarme hasta allá, teniendo que entrenar, trabajar y mantener a la familia, se complica. Es algo que quiero hacer.