En su investigación “La riqueza escondida de las naciones. Cómo funcionan los paraísos fiscales y qué hacer con ellos”, que en la Argentina editó Siglo XXI, el economista Gabriel Zucman incluye un recuadro muy interesante. Se llama “El fraude fiscal explicado a quienes no lo practican”. Toma un ejemplo imaginario, “el de un tal señor Maurice”. 

Para enviar diez millones de euros a Suiza, el empresario Maurice no lo hace de una vez sino en tres etapas. Primero crea una sociedad en Delaware, donde los controles son limitados. Después abre una cuenta en Ginebra a nombre de esa sociedad de Delaware. Los suizos son celosos del secreto bancario que establecieron en 1935. Luego su empresa compra servicios ficticios (asesorías) a la sociedad de Delaware y los paga depositando dinero en la cuenta suiza. El señor Maurice por un lado paga menos en concepto de ganancias (porque tuvo gastos de asesoría) y por otro lado genera nuevos ingresos con el dinero invertido en Suiza. Por el secreto suizo esos ingresos quedan fuera del alcance del fisco. Si quisiera usar una parte de esos nuevos ingresos, podría pedir un préstamo a una filial local del banco suizo y comprar una mansión o una obra de arte.

El parisino Zucman descubrió dos costados de la evasión y la existencia de los paraísos. Uno es que aumentan la deuda de los países por la fuga. Otro es que, como la deuda genera déficit fiscal, los gobiernos establecen impuestos para la clase media y gravan el consumo de los trabajadores. Su conclusión es que los paraísos “exacerban la injusticia”.