El sábado al mediodía seguía en la cama mirando la pared. A mis treinta y cinco años sucede que me la doy cada seis meses, un poco sin querer, un poco por la obsesión de tener todo controlado. Y en esa andaba, en el día después de cada seis meses, cuando de pronto me llega un whatsapp. Un hombre del entretenimiento, vamos a decir, con quien no tengo ninguna confianza, quizás lo he visto dos o tres veces en ocho años, me pregunta si puede llamarme. Digo que sí, un poco con ganas de asustarlo con mi voz de cada seis meses, un poco por curiosidad. Me llama, con lo que odio hablar por teléfono ¿Hay pérdida de tiempo más grande? ¿Qué siglo es? ¿Qué somos? ¿Religiosos? Por favor. El hombre se acomete a felicitarme por la lucha, por lo de Rial, por lo que hacemos en Futurock, una radio sostenida por la comunidad. Se alegra de formar parte de este presente en el que puede compartir el mundo, el oxígeno, con nosotras, bárbaro viejo, ya me paré de la cama porque en cualquier momento se viene el pijazo. Interrumpe entonces su alabanza y me dice: “¿Te puedo dar un consejo?”. No te digo... Bueno, ya estoy toda bukakeada y ni siquiera me tomé un mate. Tengo un chabón a punto de darme lecciones de vida, no es mi amigo, ni mi novio, ni me hermano, ni mi padre, pero al capo le nació llamarme para decirme cómo debería hacer las cosas. Sin hacer el primer pis de la mañana, ya me estaban machiexplicando el universo. Debería haber reído y cortar, debería haber tirado el celular por la ventana y mear en el balcón a la vista de todo el barrio. Pero madre mía, quería saber por dónde iba a arrancar el atrevido. 

“Ví que en tus historias de Instagram se graban fumando, eso no le hace bien a la causa”. Silencio. Tomo aire y respondo con la voz de Mostaza Merlo, “bueno, lo voy a pensar”. Ríe nervioso, quizás esperaba una reacción más interesada en su propuesta. Intenta explicar un poco más, mientras yo lo recuerdo a él en la tapa de la revista THC, porque él bancando el cannabis es una causa noble, y yo fumando cannabis estoy arruinando la inmensa causa del feminismo. 

La mayoría de las veces, cuando a un hombre se le ocurre machiexplicarte algo cree que lo hace desde un lugar amoroso de cuidado y consideración y es por eso tan    difícil mandarlos a cagar en el momento exacto. Pero hermana, hacelo, porque el empoderamiento que te da eso llega para quedarse y no lo conseguirás jamás en   ningún consejo de belleza, como te quieren hacer creer. No hay nada serio en la machiexplicación, no, no es una violación, claro. Pero vamos, qué atrevido, qué manera de subestimar. ¿Ya dije que tengo 35 años en esta columna? ¿Que soy? ¿Una nena que no se da cuenta lo que sube a Internet? O una maldita perra calculadora que no deja pasar una sola y vive de las redes. Opción dos, hermana. Y él no deja de insistir: “es que así le das de comer a los pelotudos ¿te das cuenta?”. Mientras el susodicho me sigue tratando como una nena rebelde que fuma porro para molestar a sus papás, yo decido tratarlo a él como más le duele, aprovechando el lugar en el que él se pone solo, el de un papá que ya no entiende: “¿sabes qué pasa?, los pelotudos van a venir igual”. Silencio. Rie nervioso, se pregunta quizas si él es también uno de esos, y sí papito, sí. No, no lo mandé a cagar, pero definitivamente el llamado no salió como esperaba y antes de cortar yo ya sabía que escribiría esto. Me queda la satisfaccion de que quizás lea esta columna y piense dos veces antes de jugar al papá con una señora organizada que se la da cada seis meses.