Esto que vemos de frente es una oportunidad histórica. Pero se sabe: a la oportunidad hay que ayudarla. Está claro que si se abrió la ventana, fue porque antes hubo años –muchos– de trabajo, en muchas ocasiones de hormiga y contra el viento. Lo saben las históricas del feminismo. Está claro, también, que ante la ventana abierta hay sospechas de oportunismo. ¿Y qué? Ese oportunismo también es resultado de la lucha del movimiento de mujeres: sin el crecimiento de la agenda de los derechos en la opinión pública, sin las nuevas generaciones apropiándosela (con tanta convicción, chicas y chicos, conmovedoramente jóvenes), sin el clima de debate permanente (en las casas, las escuelas, las mesas con amigos) que en Argentina se sostiene desde hace al menos tres años, y que de a ratos se vuelve central, sin todo ese ruido, ¿a qué oportunista le iba a interesar jugar la despenalización del aborto como un tema posible? 

El oportunismo ajeno es el resultado de la lucha. Y es, sí, una victoria. O al menos la evidencia de que es posible construirla. Ahora el desafío es saber aprovechar las coyunturas.

La historia siempre sirve. De los (largos, intensos) meses que duró el debate social por la ley de matrimonio igualitario, aprendimos muchas cosas. Por empezar, que no siempre alcanzan las razones: que poder argumentar racionalmente, enumerando derechos, experiencias internacionales, antecedentes, recitando tratados de derechos humanos, no basta. Que tener la razón no alcanza. 

Para debatir ante y con la opinión pública, la militancia (sea orgánica, individual, esporádica, hasta accidental, qué importa) es dialogar, pero ante todo conmover. 

Como pasó con el matrimonio igualitario, el del aborto es un debate que pone sobre la mesa la vida. Es pensar en el día a día. Para miles de personas, es un tema tan cercano que no pueden ni nombrarlo. Pensar en la interrupción del embarazo es referirse a la vida cotidiana, porque nadie llega voluntariamente a una gestación no deseada, allí falló algo, pasó algo que esa mujer no quería o no esperaba que pasara. También es hablar de dinero y de clase, porque ¿cuánto cuesta hoy acceder a un aborto?, ¿en qué condiciones?, ¿sale lo mismo practicarlo en un consultorio de Barrio Norte que en una clínica del conurbano?, ¿cuántas fortunas personales se construyeron con ese dinero clandestino?

Es, además, pensar en las relaciones familiares y en los amigos: ¿una va sola a practicarse un aborto?, ¿una acompañó a alguien?, ¿vio cómo una parienta o una amiga estuvo a punto de morir desangrada por un aborto inseguro?, ¿tuvo suerte y buena atención?, ¿tuvo miedo? Lo que agobia es el peso de la clandestinidad. Sea en un consultorio elegante y limpio o en un tugurio que no observe ninguna condición de higiene. Cuando la anestesia empieza a hacer efecto, el miedo a que algo salga mal y no haya derecho a pataleo –¿a quién se le reclamaría?, ¿qué garantía se podría pedir?– es el mismo para todas. Eso también es la vida cotidiana para miles de mujeres, lo mismo que para miles de profesionales de la salud, que en algunos casos por militancia, en otros por dinero, y quizá también por ambas razones, se dedican clandestinamente a interrumpir embarazos. 

Sobre la mesa tenemos que poner, también, la hipocresía. De quienes tienen cierto peso en la opinión pública, de quienes forman opinión en distintos sectores sociales, ¿cuántas personas que ayer mismo reiteraron públicamente que se oponen lo han practicado o han acompañado o han instado a alguien para hacérselo?

Ayer alcanzaron unas horas para entender que, así como la doble moral lleva décadas avalando la clandestinidad del aborto, para algunos sectores la estrategia se juega más en la capacidad de generar desinformación que de jugar limpio. Columnistas de presunto prestigio aventuraban que algunos legisladores antiderechos podían llegar a acompañar un proyecto de aborto que contemplara ciertas situaciones que, curiosamente, la ley ya contempla y acompaña, como el aborto en casos de gestaciones productos de violación. Desleal como es, desinformar también funciona. Y eso sólo se combate con datos, prestando atención, respondiendo en el momento justo.

Necesitamos toda la fuerza, toda la astucia, toda la cintura política (partidaria y no) y mucho corazón. Ocupar todos los rincones, también. Militar cada una como puede, como podemos. Necesitamos conmovernos porque nos tocó –increíblemente nos tocó– vivir un momento que no llegaba nunca y sin embargo, miren, acá está. Nosotras y nosotros defendemos la vida; quienes se oponen, defienden el privilegio y el statu quo que preserva la hipocresía. 

Este oportunismo es un resultado inesperado de la lucha, no un regalo de la casualidad. Empezó el partido. Juguemos.