Anteayer tuvimos en escena otro lamentable efecto del modelo Chocobar que consiste en alentar a las fuerzas de seguridad a disparar por cualquier motivo, a juicio inmediato del agente estatal, dependiendo únicamente de la inmediatez y de los actos reflejos, y sin intervención de ningún reflejo preventivo. Concretamente, es disparar y después pensar.

En el caso ocurrido antes de ayer, con intervención del oficial de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, la inmediatez a la que fue impulsado el agente (como los miles y miles de agentes armados de todo el país) tras el homenaje al policía Luis Chocobar, no sólo derivó en una muerte evitable, sino que en forma velada impidió la articulación de otro protocolo automático, el del pensamiento.

Veamos qué podría haber pensado el agente, me refiero al pensamiento automático. Qué podría haber actuado por reflejo el agente, si en dicho reflejo asumimos el encadenamiento de ideas que, inculcadas desde la formación policial, la repetición en los medios y la palabra presidencial, sostuvieran una pausa cuando esa pausa es posible, en lugar del reflejo de disparar, que articula la anulación de la pausa y vincula la respuesta inevitablemente al gatillo.

Analicemos qué se anula en el reflejo: el auto tiene seguro, que se paga. Si el auto se roba, es un bien que se pierde. Es una complicación el trámite. Quizás se pierda dinero. Pero si existe confianza en que la investigación policial lo pueda resolver (responsabilidad del Estado), más allá del bien, es probable que el autor del robo sea detenido. El resorte que aplican los reflejos del gatillo actúa sobre la sed de venganza y la valoración en exceso del bien perdido, injustamente. Claro que es injusto. Pero un agente no debería dejar intervenir este resorte por obvios motivos. En un agente armado, lo personal no debiera invadir lo público por los riesgos que esto implica.

Todo esto, claro, si solamente se trata del robo del auto. 

Pero:

1. El policía estaba con la novia. 

2. Los tres asaltantes tenían sólo una pistola de plástico. 

3. No había nadie más en la calle. 

4. El policía disparó ocho veces (aunque habrá que determinar si gatilló más veces). Impactó las ocho en el auto. 

5. Si los asaltantes hubieran estado realmente armados, lo hubieran justificado a disparar, pero también podrían haber respondido a sus disparos.

6. Podrían haberlo herido a él y/o a la novia, suponiendo que no había vecinos alrededor, y no ocurrió como en la persecución en pleno microcentro porteño.

Los efectos inmediatos de la reacción del policía son alentados por la doctrina Bullrich de tirar y después pensar. En lugar de alentar la investigación y dejar que pague el seguro, alienta a que el valor bienes sea más importante que el valor vidas. Las molestias y la injusticia sufridas por la pérdida del bien son infinitamente menores al proceso judicial, el estrés y la carga económica que puede estar recorriendo el agente de la PSA en estos momentos. 

Ya pasó Ramallo, ya resultaron heridas tres personas en el centro, de milagro no fueron más. Sin analizar la reacción de este policía en particular, lo que se espera ante la doctrina Bullrich es que cualquiera, en cualquier momento, reciba un disparo. 

Cualquiera es cualquiera.

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