El presidente Mauricio Macri habló durante cuarenta y dos minutos, una hora cátedra. Comenzó con un merecido recuerdo-homenaje a los tripulantes del submarino San Juan, terminó con un arrebato de optimismo. Se paró, puso la mano derecha sobre donde el corazón convive con la billetera, musitó “sí se puede” como para que le leyeran los labios. El mensaje sobreactuó pacifismo, describió una realidad virtual que solo existe en su imaginación. Esbozó una agenda desordenada. 

“Gracias”, moduló de entrada, destinadas a todos los argentinos. Tácitamente se refería al triunfo electoral del año pasado, que se expresaba en la nueva composición de las Cámaras, tanto la de los diputados sentados en sus bancas como la de los senadores que se acomodan como mejor pueden. 

Como él dijo, es su tercer discurso de apertura de sesiones ordinarias. El tiempo pasa, Macri pesa unos kilos más y está avejentado, muy parecido físicamente a su padre Franco. El poder robustece y deteriora. No ejercerlo o no tenerlo, claro, es peor.

En 2016 despotricó largo y tendido contra la pesada herencia, se declaró desarrollista, eligió como precursores a los fallecidos presidentes Arturo Frondizi y Raúl Alfonsín. Un año atrás, criticó ácidamente al dirigente sindical Roberto Baradel y hasta tomó en solfa amenazas que éste había recibido. Ayer no nombró a nadie, un rebusque para evitar calentar el ambiente. Los apellidos excitan, inducen adhesiones o rechazos. Hasta cuando incurrió en el irrenunciable tópico “íbamos camino de ser Venezuela” optó por la gambeta corta: “un país hermano que va camino de la disgregación social”. El tono de la alocución cuidó los detalles. 

El Gobierno recobró el afinamiento para comunicar: los legisladores oficialistas internalizaron la consigna. Gente con sangre en las venas, seguramente ansiaban pelear un poco a la oposición. Macri les concedió pocas oportunidades. Una fue cuando ensalzó el diálogo, las mesas que, según su narrativa, pululan por doquier. Emprendió entonces contra el “patoterismo” provocando la ovación consiguiente. El aplausómetro vibró alto. Otro pico de euforia, asombroso, ocurrió cuando prometió la construcción de un parque nacional en Campo de Mayo. Una de las iniciativas, pongalé, municipales de una pieza enunciada con tono paternal, de un mandatario preocupado por cómo viajan los chicos en los autos o “las parejas de enamorados” que consiguieron créditos hipotecarios. 

Macri se congratuló de la felicidad de un empresario PyME que, si existiera (hummm...) sería una aguja en un pajar destruido por la política económica.

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Desendeudados y prósperos: “Lo peor ya pasó”, describió por enésima vez: el segundo semestre de 2016 se concreta promediando el actual verano. Sonaría a sarcasmo en otros labios: el Presidente fabula un círculo virtuoso en el que la inflación viene bajando, las “metas” se concretan, vamos dejando de endeudarnos. 

Las cifras del Indec y el índice del changuito familiar lo refutan. El déficit exorbitante tiene como ítem principal los servicios de la deuda. En menos de dos meses de 2018 ésta se incrementó y todavía quedan por requerir miles de millones de dólares a los filantrópicos mercados. 

 Ahorramos precisiones, que hay en otras notas de esta edición. Baste consignar acá que el paraíso pintado por el orador está muy alejado de la realidad. La Argentina acrecienta su deuda externa, único recurso que provee un modelo carenciado en exportaciones y generoso en importaciones. Las inversiones productivas, claman aún los partidarios del modelo M, no se dignan venir, más tentadas por la especulación financiera tan rentable. Macri contó que trepan.

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Agenda y vacíos: Un discurso interesa tanto por lo verbalizado como por lo callado. Las reformas laboral y política brillaron por su ausencia. El oficialismo perdió por goleada el debate público sobre el “voto electrónico”.

Para colmo, los números no dan porque Cambiemos no logró mayorías en las Cámaras y porque se ha ampliado el plantel de opositores, aún entre aquellos dirigentes o partidos que fueron cooperativos, aquiescentes o colaboracionistas en el pasado cercano.

Macri prometió una modificación virtuosa de la Ley de Contrato de Trabajo, la que amplía la licencia por nacimiento a los trabajadores varones. Una mosca blanca, saludable.

Otros anuncios deben recibirse con la guardia en alto. La “ley de inclusión laboral” para formalizar trabajadores, semipactada con parte de la Confederación General del Trabajo, amerita ser mirada con lupa. Según los proyectos ya divulgados es falso que los “empleados podrán formalizarse conservando la antigüedad” (sic). En el mejor de los casos, conservarán parte de la antigüedad y lo que dependerá del arbitrio patronal.

La medida viene apareada con un generoso blanqueo para los empresarios evasores, que tal vez se extienda a los que tienen causas penales abiertas: una amnistía para presuntos delincuentes de guante blanco.

En la inminencia del paro del 8M, Macri se preocupó por la discriminación salarial a las mujeres, aunque ahorró precisiones acerca de cómo combatirá esa forma de discriminación. El portal La Izquierda diario ironizó, lujosamente: “no se sabe si subiendo los sueldos de las mujeres o bajando los de los hombres”. No den ideas, compañeros.

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Luchas y astucias: Macri se puso mayestático para mentar a la discusión parlamentaria sobre aborto legal, seguro y gratuito: “Lo vemos con agrado”. Saludó la perspectiva del debate, resaltó su postura “a favor de la vida”. 

El avance del proyecto es un logro del movimiento de mujeres y no una concesión graciosa del oficialismo. 

A cuenta de un abordaje más extenso, adelantemos que es positivo que la polémica pública insuma tiempo y que no se realice la sesión del 8M. Sería prematura, le “robaría cámara” al vasto abanico de reclamos que se corporizará en las movilizaciones.

Quizás el oficialismo quiera usar el tema como “cortina de humo”. Es secundario porque se trata de una demanda justa, demasiado demorada. Y porque jamás frenará la (co)existencia de otros conflictos o reclamos. En una sociedad compleja siempre es tiempo de todo. 

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Los que cuidan, los que matan: La Seguridad (con mayúscula en jerga M) y la guerra contra el narcotráfico no podían faltar ni en el discurso ni en este repaso muestral. Macri se situó fuera de la contradicción “mano dura o abolicionismo”. La transmisión de la tevé oficial buscó, como marca el protocolo, el rostro de la ministra concernida, Patricia Bullrich, que no es un ejemplo de equidistancia entre los dos supuestos extremos.

El Presidente manifestó “respeto y admiración” por los integrantes de las fuerzas de seguridad y arengó a “cuidar a los que nos cuidan”. Expresión equívoca que contiene la alabanza a quienes incumplen sus deberes o delinquen reprimiendo con salvajismo o matando por la espalda. La incitación y encubrimiento ulterior a la violencia institucional desde la Casa de Gobierno y zonas de influencia crecieron más que la economía en la era macrista. 

Medir el éxito de la guerra antinarco mediante la magnitud de la mercadería incautada es un subterfugio mediático, que clava la mirada en el último eslabón de la cadena delictual. Entre los primeros está el lavado de dinero, imprescindible para los peces gordos. El blanqueo de capitales para evasores y lavadores les dio una mano formidable, que Macri (muy familiero él) extendió a su parentela al reglamentar la ley, subvirtiendo lo acordado en el Congreso. La memoria alecciona para evaluar la validez de las promesas genéricas de ayer, incluyendo las contadas que merecen valoración positiva.

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Aprendizajes y recurrencias: Con saco azul, corbata al tono y el primer botón de la camisa estratégicamente desabrochado, Macri se explayó con suficiencia, dejando constancia de haber estudiado el speech. Aprendió oratoria en este lapso: no incurrió en furcios, se expresa de corrido y ahorra buena parte de los manierismos de clase de antaño. 

No citó a nadie, pero parafraseó al Bambino Veira cuando comentó que la base está. Y a Saint Exupery en El principito, cuando pretendió que el crecimiento y despegue eterno de la economía son invisibles a los ojos, como los cimientos de una obra en construcción. En verdad, lo inexistente es invisible por esencia. 

El voluntarismo es inherente a las presentaciones ante el Congreso, las fantasías o mentiras lo distorsionan. La malaria se extiende, la regresiva distribución de la riqueza material, el poder y el prestigio también. 

Las redes sociales estallaron en comentarios y cruces. Muchos opositores mostraron las calles vacías, a las que Macri saludó como si tal cosa. Como escribió el periodista Martín Rodríguez en su cuenta de Twitter @tintalimon, ese comentario corresponde a 2016, en 2017 Cambiemos venció en las urnas, rotundamente. Las calles y plazas desiertas no son su problema sino uno de sus afanes. La sociedad apática, individualista y despolitizada, puesto de otro modo. 

En una coyuntura difícil, asediado por reclamos de la sociedad civil, el oficialismo reformula formatos. El estilo desplegado aspira a ser una señal de paz y amor que un gobierno muy confrontativo en la acción cotidiana se verá en figurillas para mantener. 

De cualquier forma, las señales algo quieren decir. El presidente habló más del presente que del futuro, acaso intuye que llega la hora en que los veredictos ciudadanos sopesarán más su obra que las diatribas al pasado. 

Va en pos de la reelección, sigue siendo favorito para las presidenciales de 2019 pero el verano le mostró que no tiene la vaca atada, como pensaban unos cuantos hace cosa de cuatro meses.

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