El 2018 empieza bien arriba para la poesía rosarina. El sello local Baltasara Editora acaba de editar Toda belleza amante que colapsa, primer libro de una poeta notable que lleva más de diez años produciendo una obra poética de altísima calidad, con una fuerte influencia sobre su grupo de pares en su generación, pero recién ahora llega a un público más amplio. Esto es un acontecimiento literario.

Aquí la belleza de la palabra es directamente proporcional a su eficacia ritual.

La autora, Marina Maggi (Rosario, 1988) había ganado en 2013 una mención de honor en un concurso en Madrid (España) por su poema "Hartazgo del Fénix", que había enviado junto con otros textos más. Ese mismo año publicó, en una edición artesanal de tan sólo 20 ejemplares, Salvamento de la contra‑presencia, con un emotivo prólogo de Matías Nicolás Settimo que la edición de 2018 ha rescatado.

Vuelto a titular Salvamento, reeditado con mínimos cambios, aquel libro es el corazón de este. El nuevo libro tiene una estructura tripartita donde, como explicó Maggi a Rosario/12 en una breve entrevista, "las partes van entrelazándose. El centro es 'Salvamento', es el núcleo. Quise que estuviera 'Hartazgo del fénix' como poema umbral. Es mi primer libro, y traté de trabajar un libro nuevo a partir de la producción que tenía. Quise recuperar la producción anterior y constelarla distinto", resumió.

Sobre aquellos otros poemas inéditos que tanto tiempo esperaron para llegar a sus lectores, dice que "no hubiera vuelto a publicar ninguno tal como estaban" porque ya "habían perdido la inocencia". Así que los raros fans de Marina Maggi que hemos seguido su obra en esporádicas irrupciones a través de alguna que otra página de internet hoy inhallable, no nos daremos el gusto de reencontrar aquellos textos tempranos que nos deslumbraron, sino que abrimos un libro nuevo y más deslumbrante aún.

"No soy un pájaro, ergo, no estoy herido: / calculen nuevamente el equinoccio", escribe.

Un recorrido casi subterráneo, publicado en una primera obra que es prácticamente la poesía reunida de un extenso período, no podía sino abarcar, como señala la autora, "distintos momentos de la obra". Así, si bien el libro forma un todo coherente que puede figurarse como una especie de tríptico, cada parte corresponde a una época, a un estilo y un mapa de lecturas. Las tres zonas se muestran diferenciadas sin que esto vaya en detrimento de la unidad de la obra. Son tres formas de abordar una herencia, tanto literaria como existencial; tres respuestas a las preguntas de qué hacer con la tradición modernista y con los muertos insepultos del pasado reciente. Nada de esto surgió jamás en forma programática ni premeditada sino que la obra poética de Marina Maggi se ha ido desplegando como un organismo vivo, consistente en su estructura aunque diversificado en sus funciones, a través de años de un trabajo intenso con el sonido y el sentido de la palabra.

"La náusea del presagio", la primera parte, reúne poemas escritos desde los 17 hasta los 19 años. En esta serie, extrañamente madura, hay una búsqueda arqueológica en torno a la forma, donde se exploran las posibilidades que aún ofrecen el verso medido y la lengua poética del canon del modernismo, con un estilo que cuenta entre sus precursoras a Alfonsina Storni y quizás también a Irma Peirano.

Semejante intento de revivir la poesía lírica era de una audacia casi suicida en un medio local donde la poesía joven seguía el mandato de renegar de toda tradición anterior a 1968, tomando como únicas influencias admisibles al verso libre coloquial y la poesía de los 90.

Ignorada por un provincianismo cuyo peor terror es el de parecerle caduco a la metrópoli, y desde los márgenes de aquella uniformidad, pero admirada por pares de su generación como Pablo Serr, Tomás Sufotinsky o Santiago Hernández Aparicio (todos autores con una búsqueda estética igualmente profunda, y todos con libro publicado en esta misma editorial), Marina Maggi redobló la apuesta. En sus primeros poemas, retomaba quizás sin proponérselo e intuitivamente la versificación del Siglo de Oro español, le cantaba al amor desgarrado y reutilizaba las palabras cuyo uso en poesía las había cubierto de tal lustre y prestigio que cayeron en desuso. En Salvamento, enhebra epigramáticos pareados (estrofas de dos versos) con un lenguaje y una música donde resuenan ecos del mejor Federico García Lorca, el más vivo en este siglo XXI: el Lorca vanguardista de Poeta en Nueva York. Las imágenes ultraístas, un cuidado casi de jazzman por el ritmo y la apropiación de términos sin prosapia poética parecen rescatar aquel otro lado de la vanguardia, donde también se inscribe otra de las lecturas suyas de ese momento: Residencia en la tierra, de Pablo Neruda. Para los buenos poetas de la generación millenial, escribir poesía es una forma de leerla, pero de leerla creativamente: cruzar e hibridar entre sí las cepas de la tradición hasta que emerge lo nuevo.

"No soy un pájaro, ergo, no estoy herido: / calculen nuevamente el equinoccio", escribe Maggi en uno de esos poemas, corriéndose del lugar del "pájaro herido" del romanticismo y recalculando su GPS, con el mapa como figura de la esperanza aún por recorrer. Estamos ante una poesía que es verbo, que hace a medida que dice. Aquí la belleza de la palabra es directamente proporcional a su eficacia ritual. En muchos de los poemas de Salvamento, la voz que habla es la de un fantasma, un muerto que no cesa de retornar para decirles a los vivos cosas como "Pues cada noche soy un exiliado/ en las proximidades de tu risa".

No es sin todo ese bagaje de vivencias y lecturas, pero yendo más allá de ellas, que Maggi puede escribir la última parte, la más reciente, "El peso del milagro". El otro ausente de la primera parte ha retornado, pero este final feliz nada tiene de rosa sino que por el contrario, revela un presente a la intemperie. "La última parte es un poco decadentista", dice Maggi; a ese "nosotros" que se articula allí lo nombra en uno de los poemas como "la tropa de los abandonados", y desarrolla en la entrevista esta idea como "la figuración de un colectivo inexistente, la idea de una juventud lacerada". En este "nosotros" final aparecen ya las voces del presente, la voz propia.